Emma Hardinge Britten pionera del espiritismo
El libro de Sir Arthur Conan Doyle, El caso de la fotografía de Espíritus, nombra a Emma Hardingen Britten, como fundadora de la Revista Espiritista Two Words. Esta increíble mujer fue medium y una importantísima divulgadora espírita.
Vida temprana
Emma Floyd nació el 2 de mayo de 1823 en Bethnal Green. Según sus propias palabras se consifderaba una niña inusual.
Su hermana revela en la póstuma autobiografía publicada que Emma dijo:
“Me imagino que nunca fui joven, alegre o feliz, como los demás niños; mi delicia era escaparme sola y buscar la soledad de los bosques y los campos, pero sobre todo vagar por los cementerios, los claustros de las catedrales y las antiguas ruinas de los monasterios.
Durante estos momentos de soledad, escuchaba “sonidos extraños” en forma de “música exquisita” y escuchaba voces que pronunciaban “profecías de acontecimientos futuros, especialmente de desgracias venideras”.
Emma se describe a sí misma como un «sujeto magnético».
Muchas veces fue tomada por extraña y rara, quienes la rodeaban no la comprendian por su capacidad para «describir a parientes muertos», cuenta que escuchó a los sirvientes hablar en voz baja sobre su capacidad para profetizar.
Quedó huerfana de padre a los once años y fue entonces cuando empezo su árdua vida, tuvo que trabajar para poder comer, algo que le afligía, ganaba el pan de cada día enseñando música, sin embargo, detestaba su situación.
Por la desesperación tomó la decisión de suicidarse en el río Avon, siguiendo así a su padre en la muerte, pero tuvo una experiencia extraordinaria que marcaría el curso de su vida, expuso:
«Salvado de buscar un sudario en las profundidades del Avon en Bristol, por el sonido de la voz de mi padre muerto instándome a regresar a la escuela y llevándome de regreso, como lo sentí claramente, de la mano. Entonces me pareció como si hubiera muerto y poco después comencé una nueva vida en los estudios musicales en París.»
Sus nuevas experiencias en «la ciudad de la luz» le ofrecieron consecuencias preocupantes. Llamaba la atención por tener la capacidad para tocar piezas musicales antes de que se las solicitaran. Estas facilidades hicieron que su madre creyera que Emma estaba bajo influencias del mal.
Su progenitora temiendo por la vida y la cordura de su hija, decidió que ambas regresasen a Londres, siendo allí donde Emma demostró talento para las artes desde muy joven, cuando dejó la música se dedicó al teatro actuando en el Adelphi de Londres.
Este periodo no es muy mencionado por nuestra protagonista, no obstante, confiesa que fue un momento difícil para ella e insinúa que sufrió la manipulación por parte de un hombre mayor al que describe como un «sensualista desconcertado».
Despertar espiritual
Se trasnlada a Estados Unidos. Al instalarse en Nueva York, se cree que fue ahí donde adoptaría el nombre de ‘Hardinge’ que usaría por el resto de su vida.
Su casera la había convencido para que asistiera a una reunión que ella describe en su autobiografía. Después de presenciar a un «hombre triste y de rostro delgado» repitiendo las letras del alfabeto y a otro hombre escribiéndolas, Emma se enfurece cuando el hombre anuncia.
El espíritu dijo:
«La inmortalidad sería una mera ficción si no hubiera otra evidencia de ello aparte de la enseñanza bíblica»
Al escuchar las palabras «Biblia» y «ficción» al mismo tiempo, Emma regresó corriendo a su habitación para «arrodillarse y orar pidiendo perdón«.
Después del susto empezó a asistir a sesiones espíritas.
Inmediatamente se vio rodeada por el floreciente movimiento espiritualista.
Decide que asistirá a más sesiones para tener suficiente munición para escribir un artículo mordaz a su regreso a Inglaterra.
El movimiento espíritista estaduonidense se basaba en las enseñanzas de Emanuel Swedenborg (1688-1772), así como los escritos de Franz Mesmer (1734 – 1815) que también fueron clave para el desarrollo del nuevo fenómeno y los golpes de las hermanas Fox en 1848 atrajeron mucha atención.
En estos años las mujeres estaban sometidas a las labores del hogar, sin poder expresar sus ideas e intervenir en asuntos políticos, sociales o de cualquier otra índole.
El descontento de las mujeres iba en aumento y el espiritismo ofrecía una forma inteligente de entender que los espíritus son reencaarnantes y vienen a la Tierra para progresar independentemente de su género.
Los mensajes de libertad e igualdad trasmitidos por las almas que volvían a demostrar que el espíritu sobrevive a la muerte facilitaban a la conciencia pública del respeto a todos los seres como obra de Dios.
No tenía claro de dónde venían sus dones, pero empezó a creer que su destino estaba en estos poderes invisibles siempre presentes en su vida. Comenzó a entender lo que le pasaba, con el entendimiento de los principios espíritas.
Con notable perspicacia escribe:
“Al igual que cientos de personas a quienes he visto huir en el primer momento en que escuchan algo relacionado con sus creencias estereotipadas que no les gusta, en lugar de detenerme a preguntar o razonar, yo también huí”.
No obstante, descubrió que el espiritismo codificado por Allan Kardec respondía a las preguntas que se le presentaban toda las vida y calmaba los miedos a lo desconocido que tenía sobre sus propios dones y habilidades.
Pudo por medio del conocimiento de la verdad utilizarlos como plataforma en la que cuestionar las desigualdades entre género. Los pobres, la esclavitud y el trato machista fueron desde entonces su bandera.
Sus habiliadades como escritora y oradora fueron los medios que utilizó para promover el espiritismo. Se tornó una figura influyente que realizaba exposiciones en todo el territorio estadounidense.
Contribuciones al espiritismo
Las contribuciones de Emma Hardinge Britten al espiritismo fueron amplias. Autora de varios libros, entre ellos “Modern American Spiritualism” (1870) y “Nineteenth Century Miracles” (1884), que documentaron la historia y el desarrollo del movimiento espiritista.
Además, fundó el periódico espiritista The Two Worlds, que se convirtió en un importante medio para promover las ideas espiritistas.
Emma y Abraham Lincoln
Emma se involucró en la campaña electoral de Abraham Lincoln embarcando en una gira de conferencias políticas, en una época en la que no se les permitía que las mujeres hablasen en público y que votasen, parece increíble que se le haya otorgado tal prestigio,denotando así su peso intelectual.
Mary Todd, la esposa de Lincoln, ya era conocida por su gran interés en el espiritismo, bien como su esposo presidente y esto se vio acentuado por la muerte de su hijo en 1862. Ambos encontrarían consuelo y apoyo en sus amigos espiritistas.
Lincoln recibió mensajes espirituales en los cuales explicaban la igualdad entre hombres y la necesidad de la abolición de la esclavitud en Estador Unidos. Algo que realizó.
El asesinato de Abraham Lincoln y el discurso de Emma
El asesinato de Abraham Lincoln tuvo lugar el 15 de abril de 1865 en Washington D. C., cuando la Guerra civil estadounidense llegaba a su fin.
El atentado fue planeado y llevado a cabo por el actor John Wilkes Booth, como parte de una conspiración destinada a reunir las tropas confederadas restantes para que siguieran luchando. Simpatizante de la causa confederada Booth tuvo la ayuda de varios cómplices y esperaba crear el caos y derrocar al gobierno de la Unión. Cuando el presidente desencarna Emma Hardinge recibió una invitación de varios ciudadanos influyentes para pronunciar un discurso en su funeral.
La invitación fue aceptada y la hora convenida para su entrega fue el día siguiente, domingo, a las tres de la tarde, en el Instituto Cooper.
No había tiempo para preparar un discurso de carácter tan importante.
Por su altura espiritual se puede apreciar la fluidez de pensamiento y rectitud moral en sus palabrasasí como la elocuencia que caracterizó este valiosísimo discurso.
La atención con que fue escuchada, el profundo interés suscitado por los oyentes y el aplauso incontenible con el que una asamblea de más de tres mil personas interrumpió su discurso varias veces, atestiguan no menos la seriedad y la justicia del homenaje rendido al ilustre presidente.
Oración íntegra hecha por Emma a Lincoln en situación de su desencarne
(Extraído integralmente de «El gran discurso fúnebre de Abraham Lincoln». Es un texto amplio y con carácter político, sin embargo, nosotros resaltamos la defensa de la justicia de Dios, de la iguladad entre espíritus, de la rectitud moral del presidente en la oratoria de Emma.)
Este texto que recomendo con empatía fue escrito y pronunciado por Emma en el funeral de Abraham Lincoln. Regala a todos los que lo leen la elevación moral de intenciones y propósitos de esta extraordinaria mujer.
«¡Oh tú que escuchas la oración!
¡Míranos, hijos tuyos, en esta hora de profunda aflicción del alma!
Señor del sol y de la tormenta, Dios de la noche estrellada y del día soleado.
¡Tú que eres nuestra alegría, nuestro dolor, nuestro todo! enséñanos a recordar, tanto en la oscuridad como en la luz, que es la mano de nuestro Padre la que está tratando con nosotros; los pasos de nuestro Padre que nos llevan, a través del misterio y la oscuridad, a atravesar el camino siempre brillante de Su bondad omnisciente.
Hace mil ochocientos años, Tu amado dócilmente se puso de pie para soportar que la multitud rugiente lo rechazara por Barrabás.
Hace mil ochocientos años, la tierra oscilante sostuvo a un Ángel moribundo en la cruz de la vergüenza, mientras un asesino salía libre.
¡Una vez más vemos a Tu hijo amado, Tu hijo de luz y siervo fiel, abatido bajo la mano de la culpa y el crimen, un sacrificio a las almas perdidas y oscurecidas que eligen a Barrabás y rechazan a Jesús!
¡Oh Tú, cuya suave y apacible voz que esperamos escuchar cuando el torbellino de nuestro dolor pasa y la tempestad de nuestra angustia es sollozada!
Enséñanos, mientras lloramos el día de la Crucifixión, a volvernos con memoria iluminadora a las esperanzas de la Pascua.
Enséñanos a recordar que, si lo mejor y lo más puro que jamás haya caminado sobre la tierra debe ser levantado en la cruz de la muerte, toda la tierra podría regocijarse en una Pascua de resurrección, así también el mártir por quien lloramos en esta hora ha desaparecido de nuestros ojos mortales, una señal para toda la humanidad de este día de la resurrección, una brillante y fuerte seguridad para nosotros, que tanto lo amamos, de que como el Maestro así se levanta el siervo y, como el bendito Nazareno, su seguidor en la vida, su prototipo en la muerte, se ha unido a los hijos de la luz, a las huestes de la victoria coronadas, y porta la palma de una inmortalidad gloriosa, ¡resucitada, resucitada! a la casa de su Padre y a la nuestra.
Me parece como si oyera un tono, transportado en las alas del tiempo y resonando a través de los pasillos del espacio, barriendo la tierra como una brisa, desde las costas del más remoto Oriente hasta esta tierra del lejano Occidente: una voz que durante mil ochocientos años ha suplicado ante el trono de la Justicia Todopoderosa en la única voz que puede resolver el terrible y espantoso problema del asesinato rojo diciendo:
«Padre, perdónalos, no saben lo que hacen».
Amigos, esta voz seguramente nos habla, tanto a ustedes como a mí, en esta hora de terrible dolor.
No parece haber otra expresión adecuada para explicar su significado, o capaz de pronunciar sentencia sobre la terrible causa del dolor que nos aflige en este incomparable y sublime dolor nacional.
Recuerdo en vano las páginas de la historia para encontrar algún precedente (salvo el que sentó las bases de vuestra religión) de este acto de culpa repugnante y monstruoso que constituye el registro de esta hora solemne.
Cuando recuerdo las circunstancias, el tiempo y los personajes de esta trágica historia, todos los intentos de establecer un paralelo palidecen y fracasan por completo.
El César de Roma nos suplica con las voces mudas pero más elocuentes de «sus heridas sangrantes»; pero ante ese lastimero sacrificio se encuentran las formas vengadoras de los patriotas.
Francia señala a Luis Capeto, y el silbido execrante de la avergonzada posteridad declara que su destino fue el martirio; pero incluso entonces su vida libre de culpa se entregó al tiempo y la preparación, una muestra de justicia y la sanción de una multitud.
Los males de un pueblo oprimido y la ruina de una nación recaían sobre las cabezas tanto de los gobernantes romanos como de los franceses.
La sombra, si no la sustancia, de la justicia les condena, y la contagiosa barbarie de la época excede en cada caso la atrocidad del acto asesino.
Pero, ¿dónde está el alegato que podemos transmitir a una posteridad sincera para exculpar, total o parcialmente, el acto parricida que ha despojado a la nación americana de un padre, a cada ciudadano americano de un amigo, a las facciones de su juez más generoso.
¿Un enemigo implacable de su mejor protector, y del mundo entero de un HOMBRE HONESTO?
¿Dónde está el precedente en la historia de la locura que destruye las instituciones de una nación en el conservador de una nación? en el hombre más noble de una nación su joya más brillante;
¿Y en la hora de sus actos más nobles registrados le inflige el golpe que retrocede como una mancha inmortal sobre el honor de una nación?
Pase por alto las peligrosas escenas de lucha, odio político y discordia entre facciones, que podrían haber trazado líneas de separación entre él y aquellos que no pudieron apreciar sus actos políticos, y sígalo hasta el momento en que es la figura central de la oscuridad y escenas de guerra que distraen la atención.
Mírenlo allí en medio de ejércitos contendientes, enfrentando a los amigos que tantas veces fueron infieles y fríos, y al enemigo que siempre fue despiadado y cruel; verlo extender sobre todos por igual la bendita bandera de la paz y la reconciliación; extendiendo su brazo paternal sobre cada estadounidense y, como el padre todopoderoso y misericordioso de la parábola, recibiendo al hijo pródigo en su corazón con una magnanimidad y beneficencia que desafía la gratitud más profunda del malhechor, la lealtad de los amigos y el admiración del mundo entero.
Fuerte, valiente e inamovible en la hora de la prueba y la calamidad, Abraham Lincoln practicó la última virtud suprema de la vida de un gran hombre: el atributo divino de la misericordia; y después de haber conquistado valientemente, perdonó generosamente al enemigo, uniendo de nuevo en un abrazo fraternal las manos cortadas del norte y del sur, y silenciando a todos los celosos.
Labio o lengua rebelde por una clemencia calculada para ganar más corazones con su bondad que los invencibles ejércitos del norte han sometido con sus armas.
En todos sus actos públicos, incluso hasta el último, lo vemos confiar siempre con confianza y nobleza en la lealtad del pueblo. Seguramente debía haberlos amado, pues ¿quién había confiado tanto en ellos?
A pesar de la terrible tormenta que la traición había conjurado a su alrededor, desafiando la presencia insolente de la rebelión y el infame rastro de serpiente de la conspiración, el corazón generoso y altruista del hombre todavía confiaba en el pueblo, y caminaba entre ellos sin ninguna panoplia de estado, ninguna de las suposiciones de poder o lugar, comunes a otros de su posición; fue sin guardia ni protección sino en la fidelidad y el amor del pueblo; y fue incluso por ellos, para agradar al pueblo, sin sufrir una sombra de desilusión que amargara, por su ausencia, sus horas de recreación, que el noble corazón salió a la muerte, el tierno padre para arrojarse en los brazos del parricidio que lo fulminó.
¡Oh! ¡Qué hora, y bajo qué encargo tan sagrado, para consumar esta mancha profunda y ardiente sobre la humanidad!
Maldita sea la mano, el tiempo y el lugar que escribió en la página de la historia la mancha más repugnante que esa página jamás haya soportado.
Es bueno que el Maestro moribundo en la cruz abogue, en su amor compasivo, por los hijos de la perdición.
Nuestros labios son demasiado poco cristianos, frente a un acto como este, para decir amén por la oración de misericordia por este desgraciado.
En vista de la infamia especial que el tiempo, las circunstancias y la persona agravan tan terriblemente, permítanme expresar aquí mi profunda convicción de que este acto, por fatal que sepamos que es obra de un complot y una rebelión, todavía no puede ser posible, por el honor de la humanidad, el acto organizado de cualquier gran parte del territorio que llamamos americano.
No puedo creerlo el trabajo del sur, del norte, del oeste, del enemigo común o incluso de un enemigo extranjero.
El acto de un demonio apenas basta para marcar a toda una humanidad; y deberíamos detenernos mucho antes de aceptar, como concluyente, evidencia que demuestre que un grupo de serpientes inhumanas con forma de hombres, o un grupo de conspiradores que cometen actos de demonios, deberían representar el país de nuestro nacimiento y virilidad.
Hablaré más de esto más adelante, pero habiendo iniciado mi protesta contra la creencia de que un enemigo al que una vez llamamos hermano, todavía estadounidenses y siempre hombres, podría haber cometido el acto que nadie excepto los Caínes de la tierra son capaces de realizar.
Me propongo extraer lo que quede de utilidad o instrucción en esta hora de oscuridad rastreando, como podamos, los propósitos profundos y misteriosos de Dios revelados en esta solemne lección.
Entonces, primero estamos llamados a revisar la noble enseñanza en la historia de nuestro amigo perdido; luego, examinar el acto que la cerró; y luego determinar qué es lo que la voz de trompeta de esta hora terrible exige de nosotros como deber.
No creo que esté fuera de lugar hoy volver sobre “esas huellas brillantes en las arenas del tiempo” que el que lloramos ha dejado tras de sí, aunque ya son, como con justicia deberían ser, palabras familiares entre la gente de su amor.
Ahora bien, ¿lo considerarás menos para que yo pretenda ser tu recuerdo de esta página sagrada?
Mes tras mes me ha parecido especial inspiración llamar al pueblo, a quien tuve el privilegio de dirigirme, a estudiar y comprender los actos de aquel a quien sentí y nombré como el verdadero “PRESERVADOR DE SU PATRIA”.
Apenas han pasado diez días desde estos muros, resonados por la valiente ovación que saludó mi voz cuando les hablé del excelente valor, la fe leal y la sabiduría providencial de esta noble encarnación del mejor republicanismo de la tierra: el hombre del pueblo, EL ABRAHAM LINCOLN DEL PUEBLO.
Algunos de ustedes me escucharon entonces, pero ninguno de ustedes sabe que la mayor esperanza que albergaba mi ambición era que algún día futuro me viera estrechar su honesta mano entre la mía, como la recompensa más noble que jamás podría recibir por un servicio celoso y no remunerado.
Mi esperanza se apaga, y la bondadosa mano paterna es ahora mármol; ni tú ni yo lo abrazaremos, hasta ese día en que estemos con él “donde el sol ya no se pone; donde los dolientes dejan de llorar; y los justos se alegrarán por siempre”.
¡Qué retrospectiva de una espléndida carrera desarrollada, si no totalmente modelada, por el sol alentador del republicanismo estadounidense, nos presenta la historia de nuestro gran magistrado principal!
Hace cincuenta y seis años, y el suave suspiro de la brisa que agitaba los árboles del viejo Kentucky, el canto del pájaro solitario del bosque y el chirrido de los inquilinos de las soledades más salvajes fueron los cantos natales que dieron la bienvenida a la vida al niño cuyo nombre ha reverberar por la tierra con los tonos de clarín de una fama mundial; nacido de la herencia de una dura pobreza y un duro trabajo, una cabaña de troncos era su único refugio, los arcos catedralicios del verde bosque su techo bautismal, y las estrellas solitarias y las flores mudas, el padre montañés y la humilde madre, sus únicos amigos y profesores; y, sin embargo, rastreamos los gérmenes de la verdadera nobleza de la Naturaleza que se desarrollan en cada año de su vida fiel; siempre el niño bueno y obediente, la pequeña ayuda trabajadora del padre trabajador, el pequeño esclavo dispuesto de la madre paciente.
A los siete años sale adelante con el libro de ortografía, uno de los tres volúmenes que constituyen la biblioteca familiar.
A los ocho años aprende la primera terrible lección de la esclavitud, a saber, que el trabajo blanco libre no tiene ninguna posibilidad de competir con el negro cautivo; que la condición de un trabajador blanco pobre en un Estado esclavista es más desesperada que la del esclavo mismo; y por lo tanto, él y su pequeña familia soportan el trabajo y las dificultades de un cansado viaje pionero desde la esclavitud y la oscuridad de Kentucky, a, libertad y luz de Indiana.
Recuerde que Abraham Lincoln aprendió tan temprano sus primeras lecciones prácticas sobre las influencias corruptoras y enconadas de la esclavitud.
A los diez años, el hijo del pequeño leñador, por su laboriosidad y (por tiempo y condición) el estudio más arduo, lo había hechos e convirtió en la maravilla de la población dispersa en la que vivía por su habilidad para la lectura y su aún más sorprendente facultad para escribir, sólo igualada por la amabilidad que lo impulsó a convertirse en el escriba de todos los que buscaban el servicio del buen chico de esta manera humilde.
A los diecinueve años es el barquero de Mississippi, al que se le han confiado la riqueza y el bienestar de los demás, honrado y buscado para sí mismo y su honesta hombría.
A los veintiún años pisó por primera vez ese Illinois cuyo mayor orgullo hoy es llamarlo suyo.
Aquí construye el hogar de su padre, ayuda a construir su casa y cerca su granja, e inmortaliza esa humilde forma de trabajo que convierte el título de «divisor de rieles» en una patente de la nobleza estadounidense.
A partir de aquí lo rastreamos desde su éxodo final del techo paterno, ahora peón contratado, dependiente de la pequeña tienda, agente, comprador, escriba, jefe de correos, capitán en la guerra de Black Hawk, agrimensor, abogado, legislador, pero siempre el mismo hombre bueno, autodidacta, trabajador, honesto, veraz, estudioso.
¡Oh potentados terrenales! ¡orgullosos príncipes europeos! ¡Los hijos favorecidos de la fortuna!
¿Cómo sonreirías si te invitaran a ir a la escuela en la cabaña del bosque?, estudiar la página desgarrada de un solo volumen; aprender de los maestros que agobian la pobreza y el trabajo duro, y prepararse para un gobierno más grande, más oneroso y de mayor importancia que el que los más grandes monarcas de Asia o Europa conocen en el granero del granjero, la balsa del barquero, la tienda del pueblo o, el ¡Pobre secretario!
Republicanismo brillante, hermoso y justo, ¡tú conoces a tus reyes y nunca podrás confundir a tus príncipes! Y en cada paso de esta gran escalera mágica cortada por sus manos, erigida por encontrado en su famosa contienda senatorial con el juez Douglas.
Nadie puede dejar de percibir, a partir de todo el tenor de la extraordinaria vida del Sr. Lincoln, que él comprendía plenamente y detestaba por completo la monstruosa mancha que se había deslizado en la legislación nacional en forma de esclavitud legalizada.
Era su enemigo abierto y declarado, y siempre votaba en su lugar, siempre que se presentaba la ocasión, en contra de su extensión en cualquier forma.
La contienda a la que he aludido le permitió utilizar todos los poderes de su mente aguda y lógica y su enérgica oratoria nerviosa para enfrentar el monstruoso mal de su extensión a los Territorios, o la perpetuación del gigantesco mal en cualquier forma fuera de ellos, sus límites estatales entonces existentes.
Y, sin embargo, a pesar de la oposición inequívoca que mantuvo tan constantemente al carácter, la influencia política y la naturaleza destructiva de esta institución suicida, encontramos al Sr. Lincoln igual de firme en su defensa de esa soberanía estatal que otorgaba el privilegio constitucional de mantener la esclavitud en el recinto de cada estado sin restricciones por la interferencia del gobierno central.
No me propongo discutir en este lugar el controvertido problema del justo equilibrio que debe alcanzarse entre los poderes de los Estados como pequeñas soberanías y el gobierno central en su conjunto.
Tomo nota del tema aquí para señalar el hecho de que, si bien la conocida beneficencia y sabiduría del carácter del Sr. Lincoln nos inclinaban a esperar de él una guerra intransigente contra la esclavitud, por lo que creo que es el carácter providencial de su mente, anticipando en el conflicto incontenible en el que todavía estaba envuelta la vida de la nación, alguna vez se vio llevado a rechazar su sanción a un solo acto, mediante el cual (como ahora percibimos) en años posteriores el sur rebelde podría haber fundado un alegato para excusar su vil secesión.
Ese celo imprudente y apresurado que habría llevado al Magistrado Principal de la nación a cometer actos que ignoraban la carta de la Constitución, infringió las garantías que ofrecía a la esclavitud del sur, o arrojó imprudentemente al oeste y a los Estados fronterizos en los ansiosos brazos de una rebelión medio justificable, la sabia y profunda política del noble estadista nunca le permitió adoptar; y ya sea a una sabiduría humana más allá del alcance de demasiados políticos de una sola idea, o a una inspiración divina que prevea la inevitable hora del infortunio venidero, se lo debemos a que el mejor defensor del país no dejó al traidor sur ni sombra de excusa, ni rayo de esperanza, petición de resistencia a su sabio gobierno paternal.
Así era el político y el hombre, a la altura de todas las emergencias y tiempos. Véalo a continuación asumiendo las riendas del gobierno en un momento en que cualquier otra mente en la tierra se habría encogido horrorizada ante la terrible tarea o hundido bajo sus complicados peligros.
Rodeado de traición, rodeado de enemigos secretos, el suelo debajo de él socavado por complots, una guerra ofensiva vasta e implacable ya atronaba a las puertas de la nación, mientras los hilos y tendones de la defensa eran robados, removidos y rotos; barcos, arsenales, fuertes, tesoros despojados y saqueados; una armada que crear, un ejército que formar, un tesoro que improvisar; un pueblo, totalmente acostumbrado a la guerra y a los impuestos, a la flexión y la disciplina, a equipar y proveer para todos; ninguna sección de un continente, como las tierras europeas, para guarnecer o conquistar, sino un vasto Nuevo Mundo que cubrir, proteger y conquistar con grandes ejércitos, cualquiera de los cuales devoraría o destruiría un país de cualquier otra parte del globo; las burlas de los enemigos que soportar; los terribles cambios y posibilidades de una guerra gigantesca que hay que calcular y prever; enemigos que repeler, traición que someter; arpías ruidosas a las que satisfacer, amigos presuntuosos a los que controlar; toda la costa de la amplia costa atlántica, una autopista para traicioneras potencias déspotas extranjeras, todas esperando, anhelando con avidez ayudar a la ruina de la democracia de la tierra, su enemigo más temido, y sin embargo, en cualquiera de estas cuestiones vastas y trascendentales, ¿dónde se encuentran alguna vez culpables los actos o las palabras, los nobles documentos de Estado, los brillantes mensajes o los hechos claros e inquebrantables de Abraham Lincoln?
Respondo, desafiando audazmente a los estadistas de la Tierra a refutar mis palabras, ¡ni en un solo caso!
No hay estadista de la época que no pueda leer una lección en la firme y elevada dignidad del tono con el que se definió, sí, y también se mantuvo el estatus de la nación, en todos sus mensajes exteriores e instrucciones ministeriales.
Cuando la ruina oscura e inminente sacudió la tierra bajo sus pies, ¿dónde encontrarás la evidencia de debilidad en una sola palabra hacia cualquier potencia extranjera?
¿Dónde está un ápice de cesión de la dignidad indivisa de la nación?
¿Dónde una concesión básica al objetivo del déspota de obligarlo a someterse a través de la verdadera debilidad interna del país?
Con el juramento de su cargo, tomó sobre sus hombros el bien o el mal de la nación; lo llevaba como manto; lo ciñó alrededor de su altísima forma con las fibras de su corazón; y ahora lo envuelve alrededor de la ruina sin vida de su corazón quieto y sin pulso como un sudario de gloria.
A él se le debe que el nombre y la dignidad de los todavía Estados Unidos se elevaran como un monitor por encima del naufragio y la ruina, tan altos, grandiosos y amenazantes, que en ninguna otra mano que la de un estadounidense armado se atreva a alzarse en una presuntuosa amenaza contra las Barras y las Estrellas.
Uno de los documentos estatales más nobles que pueden mostrar los registros de cualquier nación se encuentra, en mi opinión, en el primer discurso inaugural del Sr. Lincoln ante esta nación.
Allí se plantea de manera justa y completa toda la cuestión del problema proteico –la esclavitud– en relación con su existencia legalizada en los Estados Unidos, garantizada por la Constitución, sin que se aproveche el carácter suicida de la secesión y se exalten grandiosamente las magníficas proporciones de un republicanismo estadounidense unido, representado.
Una mente capaz de analizar con deducciones tan irresistibles y claras las enredadas redes de traición en las que la vida de la nación estaba en juego, nunca podría fallar en dirigir el barco del Estado a través de todos los bajíos y arrecifes en los que posteriormente lucharía por llegar a un puerto seguro.
La sabiduría profética de muchos grandes estadistas que lo habían precedido pareció culminar en su definición simple pero lúcida de la situación de la nación, en un discurso pronunciado por él ya en 1858, con motivo de su nominación como candidato a senador en Illinois, cuando dice:
“Una casa dividida contra sí misma no puede mantenerse en pie; Creo que este gobierno no puede aguantar permanentemente mitad esclavo y mitad libre. No espero que la Unión se disuelva; No espero que la casa se caiga; pero sí espero que deje de estar dividido. Se convertirá en una cosa o en otra”.
Estas y muchas otras declaraciones similares de su vida pública prueban de manera concluyente no sólo su perfecta comprensión de las cuestiones controvertidas que agitaban al país, sino que también dan la clave de esa política que sus oponentes tan a menudo y tan temerariamente han denunciado como «servir al tiempo», pero que ahora se erige como la sabiduría providencial que no sólo prevé, sino que sabe esperar la maduración del tiempo propicio para la acción.
Y cuando llegó ese momento, ¿fue el señor Lincoln lento, temeroso o desobediente a “la ley superior” que alguna vez gobernó su vida al aprovecharla?
Me refiero a la enunciación de la inmortal proclamación de emancipación, el acto que, más allá de todos los demás de su vida, lo corona con honor eterno y transmitirá su nombre a una gloria inmortal para toda la posteridad.
Hasta el final de los primeros tres años de la guerra, el señor Lincoln había despojado al enemigo rebelde de toda sombra de alegato contra su administración mediante una guardia sobre los mismos derechos que habían perdido, tan celosos como ellos mismos podrían haber ejercido, conservando por su una política sabia la fuerza de los vacilantes Estados occidentales y fronterizos que aún están afiliados a la Unión.
Asaltado por amigos imprudentes y enemigos acérrimos, con burlas e injurias por todas partes, aún así no se movió; pero cuando llegó la crisis en la que la vida de la nación se equilibraba con la política protectora del sur, ¿cuánto tiempo vaciló el noble estadista?
El grito de los descontentos y desleales elevó su acostumbrado gemido contra la libertad y aulló «abolicionismo»; pero por encima del murmullo de la tormenta surgió en su oído el gran grito mosaico de “¡Deja ir a mi pueblo!” y aunque esa voz ha estado retumbando a lo largo de los siglos, y una zarza ardiente y un Sinaí coronado de fuego han destellado ante los ojos de los déspotas en cada siglo de tiempo, cada vez que el pueblo oprimido y cautivo de Dios clamaba a Él pidiendo liberación, tres mil años han transcurrido.
He visto esa terrible acusación ignorada, burlada y escupida, hasta que el buen Abraham Lincoln, en 1863, la proclamó en “¡Libertad en toda la tierra, para cada habitante de ella! ¡Dios lo bendiga por ello!»
Estuve presente en San Francisco un año después de este hecho memorable y, en compañía del único otro orador blanco que pudo participar en tal ocasión, ayudé a la raza con derechos a honrar el glorioso aniversario.
El recuerdo de los mártires negros que habían perecido en Port Hudson y Fort Pillow todavía estaba verde en la memoria; hablaban de los regimientos negros, formados por hombres cuyos antepasados no recibían remuneración. el trabajo había enriquecido al país, cuyas espaldas todavía estaban cosidas con azotes y cuyos miembros todavía estaban desgarrados con la marca de los grilletes, pero cuyas vidas liberadas ahora estaban dedicadas a la salvación de la tierra que los había esclavizado.
Estas imágenes fueron retratadas vívidamente con su elocuencia peculiar, salvaje y conmovedora; pero todo fue olvidado, todo perdonado cuando se pronunció el nombre de su moderno Moisés, y entonces fue que se escuchó un grito hasta Dios, coreado por cuatro millones de voces alegres y regocijadas, repetido por los esclavos blancos del despotismo y la tiranía en todo el mundo: un grito de “¡Dios bendiga a Abraham Lincoln!”
Ese grito será un pasaporte para su alma a través de los atrios del cielo, por toda la eternidad, si fuera el único registro de su vida pura e inmaculada.
Pero donde quiera que mire en su carrera sin precedentes, encuentro un nuevo desafío a mi asombro y admiración.
A ningún hombre en la historia se le había confiado la responsabilidad de ejércitos tan vastos, el desembolso de sumas de dinero tan enormes o el ejercicio de poderes tan estupendos.
Lincoln se declaró modestamente incapaz de dirigir las situaciones militares de sus vastos ejércitos, pero su correspondencia con el general McClellan demuestra que sus claras intuiciones o su verdadera capacidad siempre dictaron las instrucciones más sabias y capaces a sus generales, las únicas cuyo verdadero fracaso fue el desprecio con el que fueron recibidos.
Ningún escrutinio, por minucioso que sea, ha revelado hasta ahora una pizca de egoísmo, deshonestidad o algo más que una generosa unicidad de propósito en el uso de todo el poder, las finanzas y los vastos recursos confiados a su cargo.
¡Oh pueblo de la tierra que él bendijo y salvó!
¿Puedo tratar con justicia su sagrado nombre, a menos que lo presente ante su total admiración como su “Padre Abraham Lincoln”?
Un hombre cuya página de la historia permanece sin tacha, cuyo brillante escudo brillará en todo el futuro sin una sola mancha. Mi retrospectiva de esta noble vida casi ha terminado.
Sólo permanezco en este lugar para recordarles que si nuestro Magistrado Principal era, en su modesta frase, “demasiado deficiente en experiencia militar para generalizar la situación”, estaba ampliamente dotado de esa aptitud moral para el mando que ha hecho que los más poderosos del mundo poderosas conquistas y proporcionó a la historia sus más brillantes coronas de victoria.
Desde el mismísimo en la hora en que dio a los ejércitos del norte una consigna moral y el glorioso grito de guerra “Libertad”, el éxito más genuino e inequívoco ha marcado cada una de sus acciones.
De un punto a otro, su marcha ha sido un triunfo.
Barrieron los Estados fronterizos; abrió mil doscientas millas de carretera en el viejo y grandioso Padre de las Aguas; atravesó todas las puertas de la vida en el cuerpo tembloroso del sur confederado; rodearon con su cinturón de conquista irresistible la vasta cadena de tierras territoriales, este, oeste y sur, nuevamente hacia el norte, y no se detuvieron hasta haber arrancado el corazón de la rebelión que palpitaba en medio del Antiguo Dominio, y colocaron a Richmond, una ofrenda votiva en el santuario de esa gloriosa Unión que se doblegó bajo la tormenta solo para levantarse de nuevo con más gloriosa majestad sobre los destrozados muros de Sumter, y los actos culminantes de todos fueron los últimos de esta extraña y llena de acontecimientos.
Fieles al genio de los sectores opuestos, he aquí a los mimados aristócratas del sur, enriquecidos con mano de obra robada, enviando a sus «Comisionados» para tratar con la nación que tan imprudentemente habían tratado de destruir; por otro lado, ver al hombre que ostentaba la más alta dignidad que la tierra podía conferir al hombre, en su simple presencia, casi sin vigilancia, sin ninguno de los guardias que su sagrada vida requería, sin ninguna de las muestras externas de forma que su estupendo encargo podía ofrecer sanción, yendo él mismo, en persona, como un padre, a recibir y acoger de nuevo a su hijo pródigo.
¡Qué contraste presenta la presencia sencilla y modesta del hombre, conferenciando con los emisarios rebeldes, con el tono altivo e inquebrantable del presidente cuando habla en nombre de la nación!
No era nada para sí mismo, todo para el pueblo; él, el modesto hijo del hombre del bosque, salió al encuentro de sus hermanos del sur; él estaba, el jefe del gran Nuevo Mundo, para hablar de los términos en que su paz podría estar asegurado; ni, al tratar por su pueblo, disminuyó ni un ápice la sumisión incondicional de cada alma bajo el refugio de la Constitución estadounidense, la letra justa pero literal de sus leyes.
Lo hemos rastreado como el espíritu encarnado del verdadero republicanismo, el niño que se hizo a sí mismo, el joven intachable, el hombre noble, el legislador, estadista, orador, magistrado principal y padre de un pueblo poderoso, su personal en el shock del terremoto, su ancla en la tormenta.
¿Qué más queda que contemplarlo obedeciendo los mandatos de su Padre Todopoderoso, matando el becerro gordo para recibir al pródigo que regresa, siguiendo los pies de su Maestro cristiano, devolviendo bien por mal, dispensando bendiciones por maldiciones y conquistando enemigos con mayor seguridad?, con sus generosos actos de misericordia que todos los ejércitos de la tierra podrían hacer con espada y cañón.
¿Se olvidó de los miserables restos de virilidad encarcelados en la prisión de Libby y en Castle Thunder?
¿Dejó de llorar a los héroes asesinados, los hogares desolados, los corazones desconsolados, los miles de personas ferozmente masacrados?
¿Había olvidado las sombras demacradas de lo que una vez fueron hombres que regresaron de las diabólicas garras de los demonios captores?
¿O su oído se había vuelto aburrido ante los gritos agonizantes de Fort Pillow y de muchos campos de batalla?
¡Este valiente y gran corazón no olvidó nada! pero perdonó mucho más de lo que olvidó.
Y por más que PODEMOS SABER, en la terrible lección de su vergonzoso asesinato, que su magnanimidad levantó su propia pira funeraria, creo que, cuando este oscuro registro del gran conflicto estadounidense y su terminación perfore los oídos atónitos de las naciones extranjeras, todos los demás actos serán olvidados, todos los demás recuerdos manchados de sangre borrados, y todos los demás pasajes tormentosos de este tiempo tempestuoso serán borrados en el triunfo de ese espíritu cristiano que abrió sus brazos de bienvenida a los caídos. y el general penitente Robert E. Lee.
¡Ojalá la historia terminara aquí! ¡Ojalá la vida del héroe llenara la página resplandeciente antes de que la fatalidad del mártir borre la luz con sangre!
¡Oh, si nuestros ojos hubieran seguido esas huellas luminosas a través de la tierra que su presencia hizo más santa, en lugar de, volviéndose como lo hacen hoy entre lágrimas, buscarlo en medio de las huestes mártires de luz en los cielos muy, muy distantes!
¡Pero me cerca con la terrible verdad que excluye la vida gloriosa y apaga la lámpara que tan brillantemente brilló para nosotros, dejando nuestra tierra y nuestros corazones, nuestros hogares y hogares, tan, muy oscuros!
¡Me detengo en el umbral de esa puerta espantosa por donde salieron nuestras fuerzas y nuestra esperanza, sin atreverme apenas a mirar con ojos de luto el más allá espantoso que ha dejado desolado a nuestro país!
Pero debo redimir la promesa de la hora y hablar del hecho mismo, del terrible acto de asesinato, cuya voz áspera y disonante resuena en las notas de réquiem de las mismas campanas que hoy deberían haber hecho sonar los alegres y regocijos tonos de paz.
¡Sólo tengo unas pocas palabras que decir sobre este hecho, pero una mirada pasajera que lanzar a sus autores ya condenados e inhumanos!
Aquel que conoce los secretos de todos los corazones puede decidir mejor cuántas de sus criaturas se hunden tan bajo de la imagen humana de sí mismo como para verse involucradas en el acto que hirió al más noble en su hora más noble y se sumó al impío crimen de asesinato parricida, el desenfrenado y miserable desperdicio de oportunidades doradas, las únicas que podrían salvar al sur caído o alegrar al norte conquistador.
Todavía espero, por el honor de la humanidad, por el nombre de la América libre, por el bien del juicio, la razón, la cordura y la virilidad, que este hecho no represente más que un pequeño grupo de Caínes.
Pero mientras el silbido de la execración de toda la tierra arranca de la vida al desgraciado que fue la primera mano en golpear al explotar; mientras absuelve a una gran humanidad o a cualquier sección de la Tierra de Dios que llamamos país de su complicidad en el acto monstruoso, ¿deberíamos olvidar el árbol upas que produce frutos tan funestos como los de este asesino?
¿Olvidaremos la causa maldita, la causa odiosa y venenosa, que hace que un país mime a sus esclavos, que alimenta y mima con las vergonzosas ganancias del trabajo ajeno a toda una comunidad en la ociosidad, construye una aristocracia jerarquizada y degradada, que vive de robo de hombres, gobernando, a fuerza de golpes, azotes y tonos intimidatorios, debilidad e ignorancia, y soportando inevitablemente (de una fuente brutal) la mala y espantosa maleza de la secesión, la guerra salvaje y el asesinato traicionero.
Ahora hay hombres que se sientan bajo los naranjos y magnolias del sur y lloran por él como nosotros lloramos; corazones en el infeliz sur tan afligidos como los nuestros; con las cabezas inclinadas por la vergüenza, y muchos de ellos, como yo o muchos de ustedes, darían alegremente su vida para recordar a la persona preciosa que el país llora.
Miles de raqueles del sur lloran este día por nuestro jefe muerto; y los hombres amplios y lúcidos del sur más lejano saben que su mejor amigo y verdadero preservador del país yacerá en la tumba de Lincoln.
¿Pero qué tiene eso del pasado?
¿Quién puede recordarlo?
Los pasos de Dios nunca regresan sobre sí mismos.
La institución del sur, enemiga tanto de Dios como del hombre, ha matado al sur y, como la monstruosa flor de un árbol venenoso, ha matado a su amigo y honor en Abraham Lincoln.
Porque nunca un hombre se habría atrevido a reunir su banda malvada para matar a un buen hombre en el mismo momento en que su bondad brillaba más intensamente; nunca cobardes llevados al lecho indefenso de una criatura casi moribunda para cortar y retroceder la forma insuperable de la enfermedad, sino aquellos que habían aprendido a amar el tráfico de vidas humanas; pero aquellos a quienes los gemidos de los negros lacerados habían vuelto insensibles, y quienes, habiendo visto el cuchillo asesino de la traición afilado para la vida de la nación, no tuvieron escrúpulos en afilarlo para los padres y los hermanos.
No impuso este hecho al sur sino a su espíritu; si no sobre los hombres del sur, sí sobre sus instituciones; y si no el acto en persona de los propietarios de esclavos, ¡la sangre de Lincoln está a las puertas de la ESCLAVITUD!
¡Ay amigos! La oración del gentil Maestro:
“Padre, perdónalos, no saben lo que hacen”, constituye la historia de este terrible mal, pero sin embargo no debe cerrar nuestros oídos al poderoso derecho.
Sabemos que la causa que hace que los hombres olviden su humanidad; el espíritu mezquino y sumiso que vive del trabajo de los demás; el propósito codicioso e insaciable que se determina a gobernar a otros sin su consentimiento, y obliga a todos los hombres a inclinarse ante ellos; el espíritu aristocrático que nunca puede ser satisfecho y grita “da, da” sin cesar; la oscura y terrible necesidad que exige más territorio para sus crecientes millones de personas, más tierras, más Estados, más fondos, más poder; esa institución fatal que no se atreve a confiar en el libro de ortografía y en la Biblia, que amordaza la libertad de expresión y aleja la luz de la inteligencia de las mentes oscurecidas de la ignorancia, debe culminar al fin en el brazo de la fuerza y el asesinato; debe tirar la papeleta y recibir en su lugar la bala, y enviar a sus peores fanáticos a cometer actos que retrocedan con un horror indescriptible sobre sí mismo.
Y creyendo así, descarto la espantosa contemplación del hecho. Y para el autor, ¿qué es ahora sino Caín?
Un fugitivo y un vagabundo, de ahora en adelante vivirá hasta que la tierra se canse de él, pero los terribles de ahora en adelante se negarán a darle refugio.
Los sollozos de la viuda y del huérfano que alegraron a su noble víctima, el silbido de un mundo aborrecible cuyo corazón está cerrado contra él, asesinarán su sueño para siempre; las puertas de todo hogar en la tierra, todas violadas por su acto parricida, se cerrarán contra él; la maldición de cada cautivo encadenado en la tierra, quienes consideraban a Abraham Lincoln como su Moisés, inclinarán su cabeza bajo su amarga carga; y los ojos moribundos del crucificado de antaño, y del gentil mártir moderno, serán las únicas oraciones que la familia humana se atreverá a elevar a Dios por él, que no puede pronunciar con sus labios culpables una sola oración por sí mismo.
Nuestras lágrimas caen rápidamente en esta hora de vergüenza por él y su odiado acto; con lástima por nosotros mismos, por nuestra gran pérdida y por la atenuada gloria de nuestra tierra.
¿Pero quién llora por él? ¿Quién se compadece de él?
¡O qué mano de hombre podría extenderse para salvar a un desgraciado que no conocía la piedad! Incluso ahora ha llegado la hora en que debe clamar, aunque los mortales nunca lo escuchen:
«Mi castigo es más pesado de lo que puedo soportar».
El que juzga, que le haga caso. El hombre no responde, excepto en el temible coro, la propia Justicia debe gritar: «¡Muerte al asesino de Lincoln!» No más de él, sino que despertad de la terrible parálisis que ha caído sobre vosotros y responded ante vosotros mismos y ante vuestro país.
¿Cuál es ahora tu deber?
¿Cuáles son las demandas del momento, si las hay, sobre su acción individual?
Amigos, ha llegado la hora de probar las almas de los hombres.
El país espera que usted, con brazos, corazón y cuentas, reconstruya sus altares destrozados, remodele su gloria y restaure o reconstruya, si es necesario, la carta de su vida y todas sus libertades: su Constitución nacional. Permítame, pues, cerrar este discurso con una breve referencia a este absorbente tema de sus deberes.
La misma noche anterior a aquel fatal que nos despojó del fuerte brazo derecho de nuestra nación, la voz del pueblo me exigió, en la ciudad de Filadelfia, palabras sugerentes sobre el tema de la reconstrucción.
Entonces dije lo que ahora repito: que la cuestión de la reconstrucción depende casi exclusivamente DEL TIEMPO que se elija, y DE LAS CONDICIONES en las que se inicien las obras.
El verdadero momento no ha llegado todavía, ni puede llegar ni llegará, hasta que el Gobierno, mediante el poder de guerra que le reviste la sagrada Constitución, restablezca intactos, en paz y en plena integridad, cada uno de los treinta y seis Estados que constituye la Unión, al pueblo, quien confía esa Unión al Gobierno.
Los Estados son del pueblo, el Gobierno sus guardianes, el poder de guerra el medio por el cual el gobierno restablece a los Estados en su plena proporción con el pueblo y nunca hasta que se haya realizado esa restauración total y completa debe cesar el poder de guerra, o el pueblo (los verdaderos legisladores del país) pretenden reconstruir las leyes, que se hacen PARA LA UNIÓN Y EL PUEBLO, NO EL PUEBLO PARA LA UNIÓN Y LAS LEYES.
Es evidente, entonces, que la reconstrucción significa, primero, el restablecimiento de la paz en todos los Estados de la Unión; entonces la propia Unión se reconstruye.
Los Estados son uno y están en su estado anterior, restaurados allí por cierto, y sólo necesitan que la sabiduría legislativa se ocupe, ejecute y aniquile lo fatal que fue la causa de la guerra.
Y si la sabiduría legislativa del pueblo no puede, en un consejo solemne, acordar acusar y condenar al monstruo de la esclavitud como causa suficiente, si algunos restos persistentes de la locura suicida que acariciaba a la serpiente, en cuyo asqueroso abrazo la tierra casi ha muerto, deberían todavía, en un ciego enamoramiento, rechaza su sanción a una carta enmendada, matando la causa de muerte de la nación para salvar su vida, ¿y luego qué? Vaya, la reconstrucción vendrá de la misma fuente que hizo la construcción:
¡EL PUEBLO!
La Constitución fue creación del pueblo; ¿Y destruirá a su autor?
¿O aquellos que lo hicieron, y descubren que protege la muerte de la nación en lugar de la vida de la nación, son incapaces de hacer otra y mejor? Las naciones crecen y los pergaminos no; y si el crecimiento de una nación debe verse obstaculizado para adaptarse a los estrechos límites de sus leyes, que ella también crezca; o si pueden
¡Mátalos y salva la vida de la nación!
O si dudas en añadir o enmendar la ley que has superado, deja que el corazón hable lo que la lengua tímida teme pronunciar, y “Él, estando muerto, todavía habla”.
Dejemos que la gloriosa voz de la libertad, que llama con lengua de trompeta desde la tumba de Abraham Lincoln y ascienda, en la inmortal proclamación de la emancipación, hasta los mismos cielos con su alma en marcha, deje que esto hable por usted y, en nombre de la “ley superior”, la ley de Dios y el acto más divino de Abraham Lincoln, decide tu problema y reconstruye tus leyes sobre la roca que la muerte, ni el infierno, ni el tiempo, ni la transgresión humana pueden jamás tocar con dedos de decadencia: la eterna roca de JUSTICIA!
Dices que amas a tu “Padre Abraham”; pruébalo jurando sobre su tumba de mártir no deshonrar la más grandiosa de sus obras con un vil repudio de su legalidad.
Esa carta que no sancionará la libertad en la tierra de las Barras y las Estrellas, y anula el acto más brillante de la vida de Abraham Lincoln, es en sí misma el tema más apropiado en la tierra para el bisturí de la reconstrucción.
Por lo demás, tu deber es muy sencillo. Lo primero que presiona a cada criatura viviente en esta tierra es un corazón firme y devoto de lealtad ofrecido a su nuevo Presidente.
¿No apelaron las enormes exigencias de su trascendental situación a un mejor sentimiento de servicio fiel en la naturaleza del hombre?
Andy Johnson de Tennessee se lo merece de usted, otro hombre hecho a sí mismo; otro hombre del pueblo; otra gran escalera republicana, por la que los fangosos se elevan hasta los niveles más altos de la lealtad de la naturaleza; otra protesta viva contra la influencia destructiva de la esclavitud tanto sobre blancos como sobre negros.
Reúnanse en torno a su Presidente con el corazón, la cabeza y las manos, y estén seguros de esto: que, si el manto del demasiado misericordioso Lincoln no ha caído sobre sus hombros, el del audaz Andrew Jackson sí lo ha hecho, y que en estos tiempos turbulentos,cuando la misericordia es recompensada con el asesinato, el espíritu del inmortal Andrew Jackson y del mortal Andrew Johnson puede lidiar mejor con la traición y el asesinato que la forma santa cuyos brazos abrazan a su destructor.
Lloren con todo su corazón por Abraham Lincoln, pero demuéstrenle su amor asumiendo la carga que él ha dejado y cumpliendo los nobles propósitos de su gran vida tan inoportunamente apagados.
Por usted, su país y la santa causa del patriotismo, pereció.
No pronunció palabra alguna, no hizo ninguna señal, ni dejó una sola carga sobre el hombre mortal; pero, oh, si alguna vez el silencio fue el más elocuente, aunque el silencio sea un martirio moribundo.
Suplica ahora, como en los días del «justo Esteban«, con la luz de un ángel sobre su frente manchada de sangre, que obedezca esa muda orden, haga su trabajo y rompa el último eslabón cubierto de sangre de esos lazos de hierro que bien lo han unido. -Casi acabó con la última y mejor república de la tierra.
No debemos tener palabras traicioneras; no más murmullos desleales; no más pretensiones de discurso sencillo y contundente para apuñalar al gobierno, arruinar la nación y matar a sus mejores defensores.
Aplastad la serpiente en el huevo, el beleño en la semilla, y no tendremos más frutos tan amargos como el asesinato y la rebelión.
Confía en el hombre del pueblo, elevado, en esta hora de necesidad repentina y extraña calamidad, como una respuesta dada por Dios a una oración que nuestros labios no han tenido tiempo de formular.
No cuestiones sus defectos, sino considere sus excelentes cualidades. Siga sus pasos valientes y fuertes en su gran ascenso de la vida; sus nobles palabras y promesas de buena fe antes de que llegara la necesidad de la nación, y estén seguros de que Dios lo ha enviado a nuestro rescate, y su parte es darle fuerza adicional en el corazón y la fe unidos de una nación,
¿Qué importa, entonces, que aquel a quien amamos y tan amargamente deploramos se haya ido antes que nosotros? Tarde o temprano, para todos nosotros, su convocatoria será la nuestra.
Dios sólo nos dé gracia para seguirlo a la tierra de la luz y del sol que nunca se pone, para abrazar nuevamente su anillo inmortal en eterna comunión en nuestro propio día de resurrección de Pascua, y escuchar el glorioso saludo que, con el sol naciente de su brillante eternidad, le ha dado la bienvenida al hogar que tanto es. justamente ganado: “Bien, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor”.
Como hemos podido observar, lols principios espíritas se arraigaron en la personalidd de Emma, se puede ver reflejados en sus palabras orientadas al bien y a la firme decisión de seguir por los caminos del amor y del perrdón.
Creó conciencia sobre la desigualdad de género
Se preocupó además por crear conciencia sobre la desigualdad de género y promover la causa del sufragio femenino.
Britten se preocupaba especialmente por la falta de oportunidades educativas para las mujeres, así como por su acceso limitado a carreras profesionales.
Sus creencias espiritualistas también influyeron en su defensa de todos los derechos de las mujeres.
Sostuvo que los principios del espiritismo apoyaban la idea de igualdad de género, ya que enfatizaban la importancia de la individualidad y la responsabilidad personal.
En su opinión, el espiritismo podría proporcionar una base para la emancipación de las mujeres de las opresivas normas sociales.
Una gran cantidad de registros de sus discursos muestran un entrelazamiento del espiritismo y el movimiento de mujeres que luchan por su lugar en la sociedad.
Una destacada espiritista, médium y defensora de los derechos de la mujer británica, llamando la atención sobre las cuestiones de desigualdad de género en el siglo XIX, desafiando el status quo.
Britten jugó un papel importante en la configuración del espiritismo moderno tal como lo conocemos hoy, por todo elloesta extraordinaria mujer es considerada pionera del espiritismo en países de habla inglesa.
Viajes divulgativos
Se casó con William Britten en 1870 y la pareja viajaría a Australia y Nueva Zelanda como misioneros, difundiendo su mensaje espírita.
También sería una de los seis miembros fundadores de La Sociedad Teosófica junto con Helena Blavatsky fundadora de la Sociedad Espírita en Cairo. Este movimiento ganaría fuerza en el Reino Unido y se convertiría en una parte importante de la cultura política feminista.
Emma regresó a Inglaterra y murió en Manchester en 1899.
Cláudia Bernardes de Carvalho
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Fuentes web
www.ancestry.co.uk
www.daily.jstor.org ‘When Women Channeled the Dead to be Heard’
www.britannica.com Spiritualism
wikipedia.org/wiki/Emma_Hardinge_Britten
https://croydonspiritualistchurch.org.uk/emma-hardinge-britten-a-pioneer-of-spiritualism-and-womens-rights/
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