François Fenelón – Exponente del espiritismo
François de Salignac de la Mothe Fenelón, más conocido como François Fenelón fue el segundo de tres hijos de Pons de Salignac, conde de La Mothe-Fenelón, con su segunda esposa Luisa de la Cropte.
Vino al mundo en el día 6 de agosto de 1651 en el castillo de Fenelón, en Sainte-Mondane, Périgord, Aquitania, en el valle del río Dordoña.
Provenía de una familia aristócrata de noble cuna, pero de pocos recursos económicos. Sus ancestros más famosos fueron Bertrand de Salignac, que fue embajador en Inglaterra; François de Salignac I, Louis de Salignac I, Louis de Salignac II y François de Salignac II, que fueron obispos de Sarlat. Pertenecía a una estirpe de quince generaciones de religiosos que ocuparon una silla episcopal, poseyendo el estatus social de impecable vieja nobleza.
Infancia y Educación
Debido a su delicada salud, la infancia de Fenelón transcurrió en el castillo de su padre con un tutor privado, gracias al cual leyó y aprendió sobre los clásicos y consiguió un considerable conocimiento de la literatura griega que tuvo mucha importancia en su desarrollo intelectual. Además, su educación tuvo una base profunda en lengua.
A temprana edad en 1663, cuando contaba con apenas 12 años, Fenelón fue enviado a la cercana Universidad de Cahors, donde estudió filosofía y retórica bajo la influencia jesuita studiorum. Allí obtuvo su primer grado educativo.
En esta época hizo amistad con Louis Antoine de Noailles, que fue nombrado posteriormente obispo de Cahors en 1679 y de Châlons en 1680, y que fue promovido, en 1695 al arzobispado de París como sucesor de François de Harlay de Champvallon.
Más adelante, cuando Fenelón expresó su gran interés en realizar una carrera eclesiástica, el teniente coronel Marqués Antoine de Fenelón, su tío por parte de padre y amigo de Monseñor Jean-Jacques Olier y de San Vincent de Paúl, le llevó a estudiar en el École de Plessis de París.
En este centro de enseñanza los estudiantes de teología seguían los mismos patrones de estudios que en la Sorbona, lo que le proporcionó muchos conocimientos.
Fenelón demostró tamaña facilidad y talento en el arte de hablar y escribir que cuando con apenas 15 años se le invitó a que diera un sermón público, su retórica destacó de forma brillante, llamando la atención de sus innúmeros oyentes.
En 1646, el sacerdote parisino Jean-Jacques Olier encargó la construcción de un nuevo edificio, erigido sobre los cimientos de una antigua iglesia románica del siglo XIII que fue ampliada varias veces hasta 1631, cuando vino a ser la hoy famosa Église Saint-Sulpice, de París.
Alrededor de los 21 años de edad, la Église Saint-Sulpice sería escenario de la vida de Fenelón.
Su tío logró inscribirle, para facilitar su preparación para el sacerdocio, en el Séminaire de ella, que en la época dirigía Louis Tronson. Tras estas estrechas paredes deberían desaparecer los elogios mundanos que recibía Fenelón junto a Jacques-Bénigne Lignel Bossuet en el Château de Rambouillet, por su brillante intelecto.
El canónico y prior Tronson formó a lo largo de su carrera sacerdotal en este seminario un gran número de personas relevantes de la Iglesia francesa, siendo uno de sus alumnos François Fenelón, manifestádose entre ambos grandes aprecios.
Ya sea por convencimiento, simpatía y conformidad o por su natural inclinación a todo lo bueno, muy pronto Fenelón descubrió la poesía del Nuevo Testamento, encontrando en sus líneas el confort para el alma.
Nuestro joven fue seleccionado para la pequeña comunidad reservada a los eclesiásticos cuya salud no les permitía seguir los excesivos ejercicios del seminario.
El protagonista de nuestra atención siempre se acordaba con afecto de esta famosa y sólida escuela en la cual profundizó no solo en la práctica de las virtudes sacerdotales sino con relevante destaque en la doctrina católica, lo que le apartó más tarde de las corrientes del Jansenismo y del Galicanismo.
Treinta años después, en una carta a Clemente XI, se congratula de su preparación en manos de Tronson en lo relativo a la fe y obligaciones de la vida eclesiástica.
Experiencias como sacerdote
Con apenas 24 años de edad, en 1675, Fenelón fue ordenado sacerdote. Al salir de la Église Saint-Sulpice, su primer impulso le llevaba a apoderarse del mundo para convertirle a la fe. Deseó partir a América, pero su familia se opuso a ello debido a su débil salud, lo que le llevó a solicitar ir a Grecia, cuna ilustre de las musas.
De talento versátil y con una amplia extensión de conocimientos, su carácter tuvo muchas facetas. Por naturaleza era manso, pero exigente consigo mismo.
Su anhelo era convertirse en misionero en tierras de Oriente, sin embargo, esta idea fue pronto olvidada y finalmente se unió a la comunidad de Saint-Sulpice entregándose especialmente a la predicación del catolicismo y a la catequesis.
La reputación de su elegante elocuencia se expandía mientras realizaba su labor rutinaria pues poseía un don inusual para el discurso.
En 1678 François Harlay de Champvallon, arzobispo a la sazón de París encargó a Fenelón la dirección de la casa de Nouvelles-Catholiques, una comunidad en París para jóvenes hugonotes.
Esta comunidad había sido fundada en 1634 por el arzobispo Jean-François de Gondi y estaba dedicada a la asistencia a jóvenes mujeres protestantes que estaban a punto de entrar en la iglesia o aquellas inclinadas hacia la conversión a los principios de la fe católica. El objetivo de esta comunidad era reeducar a las jóvenes protestantes principalmente de noble rango, convirtiéndolas al catolicismo.
Los hugonotes fueron un colectivo perseguido y aislado por la sociedad francesa durante el siglo XVII. Habían sido retirados de sus familias y estaban a punto de unirse a la Iglesia de Roma. Este apodo se lo dieron los católicos franceses a los protestantes calvinistas durante las Guerras de Religión de Francia que duraron de 1562 a 1568.
En este momento una nueva y estimulante forma de apostolado se presentaba a Fenelón. Para ejercerla necesitaría todos sus conocimientos teológicos, su oratoria y magnética personalidad.
Los críticos a la conducta de Fenelón en los últimos años le reprendían, tachádole incluso de intolerante, aunque no había razón para ello.
Los autores protestantes de la Encyclopédie des Sciences Religieuses negaban estos juzgamientos. Para este sector Fenelón realizaba el esfuerzo de las conversiones empleando siempre la persuasión más que la severidad.
De 1681 a 1695, Fenelón fue prior del monasterio fortificado de Carennac.
Misionero
A raíz de la revocación por parte del rey Luis XIV, en 1685, del Edicto de Nantes, (un decreto que autorizaba la libertad de conciencia y una libertad de culto limitada a los protestantes calvinistas, firmado en abril de 1598, por el que Enrique IV había garantizado la libertad del culto público a los protestantes) la Iglesia realiza una campaña para enviar a los más ilustres oradores del país a las regiones del oeste de Francia con la mayor concentración de hugonotes, con el fin de demostrar los errores del protestantismo.
Se eligieron a misioneros como Louis Bourdaloue, Valentín Esprit Fléchier y François Fenelón, entre otros y fueron enviados a los lugares de Francia donde había más herejes para trabajar en su conversión.
Por sugerencia de su amigo Jacques-Bénigne Lignel Bossuet, Fenelón fue enviado con cinco compañeros a Aunis, Saintonge y Poitou, donde manifestó gran dedicación en su labor. Sus métodos y enfoque de la educación estaban siempre atemperados por la amabilidad y recibieron un aplauso universal.
Durante un año desde 1686, Fenelón consolidó su amistad con Bossuet, que más tarde debido a discrepancias se tornaría su rival.
Sin embargo, en un primer momento estos viajes no obtuvieron éxito. La corona, por otros medios, trató de someter a los protestantes por la fuerza, pero Fenelón rechazó esta conducta, y solamente con su elocuencia operó un gran número de conversiones. La palabra fue su arma sagrada.
Según el cardenal Bousset, Fenelón indujo a Luis XIV a retirar todas las tropas y todas las muestras de fuerza de los lugares que visitaba y es cierto que insistió y propuso métodos pacíficos con los que el rey no siempre estaba de acuerdo.
“Cuando hay que conmover a los corazones, la fuerza no sirve de nada. La convicción es la única conversión”.
En vez de fuerza, François Fenelón empleaba la paciencia, establecía clases, distribuía Nuevos Testamentos y catecismos en el idioma local. Sobre todo, ponía énfasis especial en predicar y en que los predicadores fuesen gente amable con facilidad para instruir.
François Fenelón se acerca cada vez más al círculo social de Jacques-Bénigne Lignel Bossuet, y su palabra gana influencia en el episcopado francés, pues era un predicador nato que destacaba cada día más.
Tutor real desde 1689 a 1697
Nuestro religioso hizo muchos amigos, entre los cuales se encontraban el duque Paul de Beauvillers y Claudio de Lorena, duque de Chevreuse, dos cortesanos influyentes, que se habían casado con dos de las hijas de Jean-Baptiste Lignel Colbert, ministro de finanzas de Luis XIV.
El rey Luis XIV, se casó con María Teresa de Austria y Borbón (1660-1683), hija de Felipe IV, rey de España, e Isabel de Borbón. Con ella tuvo seis hijos, sin embargo, solo uno, el mayor, sobrevivió hasta la edad adulta: Louis, le Grand Dauphin, conocido como Monseigneur (mi señor).
Luis XIV nunca fue fiel a su esposa, tuvo durante su vida una serie de amantes, tanto oficiales como no oficiales.
Entre ellas las más conocidas fueron mademoiselle Luisa de La Vallière, madame de Navailles, Françoise de Rochechouart y a María Angélica de Fontanges y con madame de Montespan.
El rey contrajo matrimonio morganático en secreto con una marquesa, Françoise d’Aubigné, conocida como madame du Maintenon, cuando esta tenía 48 años de edad. El rey fue, sin embargo, más fiel en su segundo matrimonio que duró hasta el fallecimiento del rey (1683-1715).
El rey llevó a Francia a la supremacía política en Europa creó un régimen absolutista y centralizado, siendo una amenaza continua para los demás Estados. Sin que nadie le discutiese nada, Luis XIV comenzó a considerarse como el representante de Dios sobre la tierra, una divinidad humana. Fue popularmente conocido como el Rey Sol o Luis el Grande.
El esplendor de la corte llega a su cúspide y la personalidad del monarca alcanza su máxima reverencia. Puede considerarse a Luis XIV el artífice de la monarquía absoluta.
El duque de Beauvillers que contaba apenas 43 años, al ser nombrado director de los estudios de los herederos del rey Luis XIV, se aseguró de que Fenelón fuera el tutor del futuro heredero de 7 años, Louis, el duque de Bourgogne, hijo del Gran Dauphin. En 1689, Fenelón asume su puesto como tutor, lo que le trajo una gran influencia en la corte.
El cargo era muy importante, pues resultaba una gran responsabilidad la formación de un futuro heredero de Francia que ahora estaba en sus manos, un servicio que exigiría mucha dedicación por el carácter altivo, indómito y violento del príncipe.
El niño poseía una cólera que llegaba al furor, una voluntad tan determinada que alcanzaba la obstinación, poseía una inteligencia precoz, un extremado orgullo y corazón atrevido, irónico, que además despreciaba a todas las personas, en su personalidad se destacaba una tendencia negativa.
El maestro asume la tarea de esta educación y es el responsable de definir y aplicar los métodos que mejor convienen al príncipe. Busca la ayuda para esta tarea de tres hombres de confianza los abades Fleury, Langeron y Beaumont.
El sacerdote en seguida se percata de que los sermones moralizadores no surten efecto en el pequeño sucesor, así que con la firmeza que le caracteriza aplica el método eficaz de la moralización indirecta.
Desarrolla una literatura infantil para educar. Tanto en latín o francés como en historia, lo que más le interesaba era formar al príncipe en su carácter y conciencia, por esto renuncia a las técnicas abstractas y educa con parábolas tal como Jesucristo hizo, como apreciamos en el Evangelio, para de esta manera alcanzar el alma juvenil del infante con ejemplos y símbolos.
El tutor se dedicó a su tarea de domar el tempestuoso carácter del discípulo. Con este propósito escribió, en el período entre 1692 y 1695, Historiettes, contes et fables y Les Dialogues des Morts, pero sobre todo su obra titulada Les Aventures de Télémaque, en el que bajo la alegoría de ficción enseñaba al joven príncipe lecciones de autocontrol y todos los valores y deberes propios de su alta posición. Estos libros tratan de educación ética-moral general.
Sus cuentos y fábulas fueron compuestas con temas cotidianos, afrontó temas de que el niño seguramente había oído hablar y que podían despertar su curiosidad, basados en situaciones concretas a las que se enfrentaba diariamente en la corte. Escribió historias con animales y hadas, aprovechando incluso como inspiración la moda de la época.
El tutor ocupa un lugar entre los preceptores principescos que hicieron la fórmula in usum serenissimi Delphini, que significa para uso del serenísimo Delfín, se trataba de una colección de clásicos griegos y latinos destinados a la educación del príncipe.
Sin embargo, la verdadera función de esta obra fue un reproche a la monarquía absolutista, ideología dominante de la Francia de Luis XIV.
El contenido moral de sus cuentos son la oposición a los falsos bienes, el poder, los placeres, el lujo en detrimento de los bienes auténticos que corresponden a las necesidades del hombre. Según nuestro insigne modelo de rectitud la felicidad está en el camino simple y puro.
En Les Aventures de Télémaque relataba los tentáculos de la monarquía absoluta, al tiempo que exhortaba al futuro rey de forma indirecta a usar la moderación y la sabiduría en el ejercicio de su poder absoluto.
Esta obra es un icono del reformismo en el círculo Beauvilliers-Chevreuse, que esperaba que después de la muerte de Luis XIV, la autocracia pudiera ser reemplazada por una monarquía menos centralizada y absoluta.
Temas que expone en el libro
Utiliza la aventura y la mitología greco romana como pretexto para exponer ideas morales, económicas y políticas. Su objetivo era el de educar de una manera amena, pero haciendo una crítica al rey, Luis XIV, a quien acusaba de absolutismo y excesivo gusto por la fastuosidad y las contiendas bélicas.
Muestra las felices consecuencias de una conducta correcta reflejadas en la paz, el bienestar del pueblo, la riqueza económica y la gloria del soberano. Los principios de esta educación son la simplicidad de los modales, la moderación, la modestia, la devoción al bien común que debe prevalecer sobre los intereses egoístas y el amor propio individual. El príncipe debe saber ser justo y fuerte, ser respetado y amado por sus súbditos porque todas sus acciones tienen como objetivo garantizar la felicidad. El rey que hace la felicidad de su pueblo y que encuentra su felicidad en la virtud, es más que temido porque es amado. No solo se le obedece, sino que también es el rey de todos los corazones y que se respeta por su moral elevada.
El buen soberano debe saber escuchar a su pueblo y ejercer el poder con espíritu de justicia, siguiendo el ejemplo de Sesostris, rey de Tebas.
Los resultados de la educación promovida por Fenelón fueron maravillosos pues el niño se tornó una persona moderada, humilde, humana, paciente, aplicado enteramente a sus deberes como futuro soberano. Por lo tanto, su labor generó éxito en la formación de la personalidad del heredero.
En 1693, con 42 años, Fenelón fue elegido miembro de la Academia Francesa.
Para premiar al excelente tutor por los notables resultados en la educación del príncipe, Luis XIV le ofreció, en 1694, la abadía de Saint-Valéry.
Alrededor de 1695 todos los que trataron al príncipe estaban admirados por el cambio del hijo del rey.
Otras obras
La duquesa de Beauvilliers, madre de ocho niñas, pidió a Fenelón consejo sobre la educación de sus hijas.
Para ayudarla escribió, en 1689, el Traité de l’education des filles, en el que insiste en que la educación de los hijos empiece desde muy pequeños en el calor del hogar.
El marido y amigo, el duque de Beauvilliers, fue el primero en utilizar el Traité de l’education des filles, en su propia familia.
Deja traslucir su esperanza de una reforma política en el libro Direction pour la conscience d’un roi.
Otros títulos
Compendio de las vidas de los antiguos filósofos, Perfección cristiana, Vamos, El Camino Real de la Cruz, La vida interior, Demostración de la existencia de Dios, Las máximas de los místicos.
Discordia
En 1688, Fenelón conoció a Jeanne Marie Bouvier de la Motte Guyon, más conocida como Madame du Guyon, que era viuda y madre de tres niños. Esta se había convertido en una admiradora del trabajo del sacerdote. En ese momento, Madame du Guyon fue bien recibida en el círculo social de los Beauvilliers y Chevreuses y Fenelón quedó profundamente impresionada por su piedad.
En 1697, después de una visita de madame du Guyon a la escuela de madame du Maintenon en Saint-Cyr, Paul Godet des Marais, obispo de Chartres expresó a madame du Maintenon su preocupación por la ortodoxia de madame du Guyon.
El obispo señaló que las opiniones de madame du Guyon presentaban grandes similitudes con el quietismo del español Miguel de Molinos, hombre que el Papa Inocencio XI condenó en 1687 por inmoralidad y heterodoxia.
La esposa del rey madame du Maintenon respondió solicitando una comisión eclesiástica para examinar la ortodoxia de la señora Guyon.
En la comisión estaban Bossuet, de Noailles y Louis Tronson, el jefe de la orden sulpiciana de la que Fénelon era miembro.
La comisión, después de analizar los hechos durante seis meses de deliberación, emitió su opinión en los 34 Artículos d’Issy, que finalmente condenaron algunas de las opiniones de madame du Guyon. Estos artículos, además, contenían una breve exposición de la visión católica de la oración, Etats d’ oraison.
Madame du Guyon se sometió a la condena, pero sus ideas siguieran expandiéndose en Inglaterra.
Al obtener el resultado, Fenelón se negó a firmar, argumentando que madame du Guyon ya había admitido sus errores y no tenía sentido condenarla más.
Además, el sacerdote no estaba de acuerdo con la interpretación de Bossuet de los Artículos de Issy, como escribió en Explication des Maxims des Saints, una obra de referencia. Esta novela política tuvo influencia durante los dos siglos posteriores.
El instructor interpretó los Artículos de Issy de una manera mucho más comprensiva con el punto de vista quietista de lo que Bossuet propuso.
Luis XIV respondió a la controversia castigando a Bossuet por no advertirle con anterioridad de las opiniones de Fenelón.
El rey ordenó a Bossuet, a de Noailles y al obispo de Chartres que respondieran a los Explication des Maxims des Saints escrito por Fenelón.
En este mismo período la esposa del rey, madame du Maintenon, comenzó a consultarle sobre temas morales.
En febrero de 1696, quedó vacante la sede arzobispal de Cambrai. El rey se la encomienda a Fenelón nombrándole arzobispo de Cambrai, a pesar de la decisión del monarca de alejarse de la persona de Fenelón, no quería desperdiciar sus talentos en la administración de las almas.
El digno prelado debería convertir Cambrai en la primera diócesis del reino, al mismo tiempo que le pidió que permaneciera en su posición de tutor del duque de Bourgogne. Esta cuidad está en la región de Nord-Pas-de-Calais, al norte de Francia y no muy lejos de Bélgica.
La Cathédrale Notre-Dame de Grâce de Cambrai es una catedral católica que es, a la vez, una basílica y una antigua iglesia metropolitana (antigua sede del arzobispado de Cambrai, que reagrupa a las diócesis sufragáneas de Arras y de Lille). Está clasificada como monumento histórico de Francia desde el 9 de agosto de 1906. Fue construida entre 1696 y 1703 en el sitio de un antiguo edificio del siglo XI como la iglesia de la abadía del Santo Sepulcro.
François Fenelón aceptó el encargo desempeñando sus funciones con ardor propio de su ministerio diciendo:
“Dejad llegar a mí a los párvulos o a los pobres, a los enfermos, a los ancianos, y a todos los hijos de Dios.”
Juicio de su obra
Inmediatamente de su publicación Explication des Maxims des Saints, tuvo mucha oposición.
El rey estaba enfadado. Le disgustaban las novedades religiosas y reprochó a Bossuet por no haberle avisado de las ideas del tutor de su nieto. Fenelón pierde las gracias oficiales.
En consecuencia, nombró a los obispos de Meaux, Chartres y París para examinar la obra de Fenelón y seleccionar los pasajes que debían condenarse, pero el mismo Fenelón envió el 27 de abril de 1697 el libro a la Santa sede para que fuera juzgado.
Conflicto entre amigos
Enseguida estalló un enorme conflicto, particularmente entre Bossuet y Fenelón, que requirió la intervención del Santo Oficio.
Después de un largo examen por parte de los consultores y cardenales del Santo Oficio, que duró más de dos años y que les ocupó 132 sesiones, condenaron en el día 12 de marzo de 1699, Explication des Maxims des Saints, por contener proposiciones o secuencias de pensamientos que, en el sentido obvio de las palabras, eran “temerarias, escandalosas, malsonantes, ofensivas a los oídos piadosos, perniciosa en la práctica y falsas de hecho”.
Dijo
“Aun cuando Dios, de hecho, una suposición imposible, destruyera las almas de los justos o los abandonara por la eternidad a las tentaciones y penas de esta vida o los condenara por toda la eternidad a las penas del infierno, esas almas no le amarían ni le servirían menos fielmente.”
De ellas, 23 proposiciones fueron seleccionadas por haber incurrido en la censura, pero el Papa de ninguna manera dejaba implícito que aprobara el resto del libro.
Declaró Fenelón que dejaba aparte su propia opinión y aceptaba el juicio de Roma y que si este acto de sumisión parecía incompleto estaba dispuesto a hacer lo que la Iglesia de Roma estipulara. La Santa Sede nunca requirió nada más que este acto espontáneo mencionado.
La mayoría de sus contemporáneos juzgaron su sumisión adecuadamente admirable y edificante.
Luis XIV, que había hecho todo lo posible para que la obra Explication des Maxims des Saints, fuera condenada había castigado ya al autor ordenándole que permaneciera dentro de los límites de su diócesis.
El rey estaba molesto por la publicación de Les Aventures de Télémaque, en el que veía una crítica a su persona y a su gobierno, pues cuestionaba los fundamentos del régimen y nunca le perdonó.
Sin queja ni lamento alguno, Fenelón se sometió a las resoluciones reales y se entregó completamente al servicio de sus fieles.
Sostuvo sus opiniones posteriormente, según se refleja en una carta a Michel Le Tellier en la que, hablando de su conflicto con Bossuet, dice:
«El que estaba en error ha vencido y el que estaba libre de error ha sido vencido.»
Varios meses del año Fenelón se dedicaba a visitar su archidiócesis, sin que le interrumpiera ni siquiera la Guerra de Sucesión Española, durante la cual ejércitos opuestos acamparon en su territorio.
Los capitanes de esos ejércitos, llenos de veneración por la figura de Fenelón, le dejaron moverse libremente.
Actitud
Las relaciones con sus clérigos estaban rodeadas de condescendencia y cordialidad, se comportaba como un padre y hermano. Fenelón fue siempre irreprochable, humano y sincero. Poseedor de virtudes como la paciencia, el conocimiento del corazón humano y de la vida espiritual, ser portador de una actitud de disposición ecuánime, de firmeza y de rectitud, intentaba guiar a las almas al amor puro de Dios.
Le encantaba visitar a los campesinos en sus casas, interesándose por sus alegrías y tristezas enterándose se sus vidas para ayudarles mejor.
Durante la Guerra de Sucesión Española las puertas de su palacio se abrieron a todos los pobres que se refugiaron en Cambrai. Las habitaciones y escaleras se llenaron de ellos y sus jardines y vestíbulos protegían a los animales.
Todavía se le recuerda en el pueblo de Cambrai, que dan a sus hijos el nombre de Fenelón.
A pesar de estar completamente dedicado a la administración de su diócesis, nunca perdió de vista los intereses generales de la Iglesia.
“Este amor de Dios no requiere a todos los cristianos que practiquen austeridades como los de los antiguos eremitas solitarios, sino meramente que sean sobrios, justos y moderados en el uso de las cosas útiles”.
“La práctica de la devoción no es en absoluto incompatible con los deberes de la vida”.
Cartas
Nos encontramos con una completa exposición de sus ideas políticas en las cartas que envió a varias personas.
En el gobierno ideal, para Fenelón el rey no debía tener poder absoluto; sino obedecer las leyes que hiciera en cooperación con la nobleza, y en otras ocasiones debía ser asistido por los Estados Generales. El Estado debía ocuparse además de la educación.
En estos instantes el futuro regente, consultaba a su antiguo tutor sobre muchos y diferentes asuntos tales como el culto a Dios, la inmortalidad del alma y la libre voluntad.
Contestó nuestro protagonista en una serie de cartas, de las que solo las tres primeras son respuestas a las dificultades propuestas por el príncipe.
En conjunto forman una continuación del Traité de l’existence de Dieu, cuya primera parte había sido publicada en 1712, sin el conocimiento de Fenelón.
La segunda parte apareció en 1718, después de la muerte del autor. Para Fenelón los más fuertes argumentos de la existencia de Dios eran los que se basaban en las causas finales y en la idea de infinito.
Sorprendido de que el tutor de su hijo mantuviera tales puntos de vista, el rey retiró a Fenelón de su puesto como tutor real y ordenó a Fenelón permanecer dentro de los límites de la archidiócesis de Cambrai, restringiéndole los poderes.
Quietismo 1697-1699
El quietismo fue un movimiento que surgió en el siglo XVII en el seno de la iglesia católica, particularmente en Italia, Francia y España.
Este movimiento místico fue propuesto en 1675, por el sacerdote español Miguel de Molinos que publicó su Guía espiritual que desembaraza el alma y la conduce por el interior camino para alcanzar la perfecta contemplación y el rico tesoro de la paz interior.
Enseñaba la pasividad en la vida espiritual y mística, ensalzando las virtudes de la vida contemplativa. Sostenía que el estado de perfección únicamente podía alcanzarse a través de la abolición de la voluntad: es más probable que Dios hable al alma individual cuando ésta se encuentra en un estado de absoluta quietud, sin razonar ni ejercitar cualquiera de sus facultades, siendo su única función aceptar de un modo pasivo lo que Dios esté dispuesto a conceder.
Carta al rey
Siendo Fenelón preceptor del nieto de Luis XIV, como hemos señalado anteriormente, escribe en 1694 una carta al rey.
Esta se hizo célebre para las generaciones posteriores puesto que en ella muestra su contrariedad ante las obras de la corona y censura la dirección que estaba tomando el reino francés.
También muestra a un Fenelón visionario, que en solitario daba la voz de alarma contra un estado de cosas que la nobleza pretendía perpetuar y que sería uno de los motivos de la futura contienda de la Revolución Francesa.
En esta carta François Fenelón escribe lo siguiente, citando lo más notable:
“Ha introducido en la corte un lujo monstruoso e incurable”, “ha empobrecido a toda Francia”, lo acusa también de “haber llevado a cabo guerras que sólo tenían por razón un motivo de gloria y de venganza”.
Reproducimos un extracto de la carta
“Vuestro nombre se ha hecho odioso… mientras vuestros pueblos mueren de hambre, el cultivo de las tierras está casi abandonado, las ciudades y el campo se despueblan, todos los oficios languidecen, Francia entera no es más que un gran hospital desolado y desprovisto.
La sedición se enciende poco a poco en todas partes; creen que ya no tenéis ninguna compasión por sus males, que sólo amáis vuestra autoridad y vuestra gloria.
Esta gloria que endurece vuestro corazón os es más querida que la justicia, incluso que vuestra salvación eterna, que es incompatible con ese ídolo de gloria.
Sólo amáis vuestra gloria y vuestra comodidad. Todo lo centráis en vos, como si fuerais el dios de la Tierra y todo lo demás solamente hubiera sido creado para seros sacrificado.”
No obstante, en 1701, en su obra Direction pour la conscience d’un roi, demuestra que sigue conservando sus expectativas de un profundo cambio en el gobierno francés. Su frase; La guerra es un mal que deshonra al género humano, refleja su pensamiento.
Guerra de Sucesión Española
Durante la Guerra de Sucesión Española que duró de 1702 a 1713, las tropas españolas acamparon en su archidiócesis que fue repetidamente escenario de hostilidades, pero nunca interfirieron en el ejercicio de sus deberes episcopales. La guerra, sin embargo, produjo refugiados en 1709, cuando el territorio alrededor de Cambrai fue asolado por el enemigo, Fenelón convirtió su palacio en refugio para los habitantes de poblaciones enteras, prestando su cuidado personal a los enfermos y heridos.
Puso sus ingresos episcopales a disposición del gobierno para aliviar el hambre. La envergadura de su conducta no dejó de impresionar al enemigo, el príncipe Eugene. El capitán general John Churchill, I Duque de Marlborough montó guardias para la protección de su propiedad personal durante la ocupación del país por los aliados.
Para Fenelón todas las guerras eran guerras civiles. La Humanidad era una sola sociedad y todas las guerras dentro de ella el mayor mal, porque él sostenía que la obligación de uno con la Humanidad en su conjunto era siempre mayor que la que se le debía a su país en particular.
Aunque se limitó a la archidiócesis de Cambrai en sus últimos años, Fenelón continuó actuando como director espiritual para Madame du Maintenon, así como los duques de Chevreuse y de Beauvilliers, el duque de Borgoña y otros individuos prominentes.
Desencarnación
Los últimos años de Fenelón fueron afligidos por la muerte de muchos de sus amigos cercanos.
Los últimos años de Fenelón fueron tristes por las muertes de sus estimados amigos. Hacia finales de 1710 perdió al Abad de Langeron, compañero de toda la vida; en febrero de 1712 murió el duque de Borgoña, su augusto discípulo y dos meses después el duque de Chevreuse; y el duque de Beauvilliers en agosto de 1714.
Nuestro pensador Fenelón, les sobrevivió unos pocos meses. Poco antes de su muerte, le pidió a Luis XIV que nombrase un heredero que fuese firme contra el Jansenismo y que ayudase al establecimiento de los Sulpicianos en su seminario.
Dijo
«La muerte sólo será triste para los que no han pensado en ella.»
Murió en Cambrai, el 7 de enero de 1715, a la edad de 63 años. Fue sepultado en su iglesia.
Con él desaparece uno de los más ilustres miembros del episcopado francés, ciertamente uno de los hombres más interesantes de su época y adelantado a su siglo.
Debió su éxito exclusivamente a sus talentos y admirables virtudes. El renombre que tuvo en vida creció tras su muerte.
Permanece como uno de las figura más atractivas, brillantes y sorprendentes que ha producido la iglesia católica.
El jesuita Sanadon le escribió el epitafio en latín. El día de su desencarnación no hubo ninguna oración. Madame Maintenon y su esposo el rey Luis XIV recibieron con indiferencia su muerte. Según el traductor de los libros François de Salignac de la Mothe Fenelón, Les Aventures de Télémaque y de las de Aristonoo, M.A.C., hubiera sido la ocasión oportuna para que el monarca reparase todo el mal que había hecho a Fenelón.
Reformador y defensor de los derechos humanos
Este pensador excepcional erudito y rebelde, expone ramas de reflexión, que cuestionan la hipocresía de un gobierno y dibuja perfiles de una nueva forma de gobernar. Fenelón fue el primero en hablar de los derechos populares y el bienestar social. De esta manera sus ideas representan una anticipación del siglo XVIII, cuyos filósofos, notablemente Jean le Rond D’Alembert, le alaban de forma espectacular.
Preguntas que expone en su obra Les Aventures de Télémaque:
¿Entiendes la constitución de la realeza?
¿Te has familiarizado con las obligaciones morales de los reyes?
¿Has buscado medios para brindar consuelo a la gente? Los males que son engendrados por el poder absoluto, por la administración incompetente, por la guerra, ¿cómo protegerá a sus súbditos de ellos?
Expuso
“Un pueblo no es menos miembro de la raza humana, que es la sociedad en su conjunto, que una familia es miembro de una nación en particular. Cada individuo debe incomparablemente más a la raza humana, que es la gran patria, que al país particular en el que nació. Como familia es para la nación, también lo es la nación universal; por lo que es infinitamente más perjudicial para la nación a la nación equivocada, que para la familia a la familia equivocada. Abandonar el sentimiento de la humanidad no es simplemente renunciar a la civilización y recaer en la barbaridad, es compartir la ceguera de los bandidos y salvajes más brutales; es para no ser ya un hombre, sino un caníbal.”
Frases
- Huye de los elogios pero trata de merecerlos.
- Jamás es perdido el bien que se hace.
- Los que saben ocuparse en cualquiera lectura útil y agradable, jamás sienten el tedio que devora a los demás hombres en medio de las delicias.
- La guerra es un mal que deshonra al género humano.
- La muerte sólo será triste para los que no han pensado en ella.
- Los más insolentes en la prosperidad son en la adversidad los más débiles y cobardes; doblan la cerviz en faltándoles la autoridad, y se les ve tan abatidos como se les conoció soberbios; en un momento pasan de un extremo a otro.
El siguiente es un pasaje de un sermón suyo titulado Sencillez y grandeza:
“Si deseamos que nuestros amigos, en sus relaciones con nosotros, nos traten con sencillez y franqueza, desprovista de egoísmo, ¿no le agradará a Dios, que es nuestro verdadero amigo, que le rindamos nuestras almas sin temor ni reserva, en esa comunión tan dulce y santa que él nos concede mantener con él?
Esta simplicidad constituye la perfección de los verdaderos hijos de Dios. Tal es el fin que debemos perseguir y hacia el cual hemos de avanzar continuamente.
Esta liberación del alma de todo lo inservible, lo egoísta, de todo cuidado perturbador, proporciona una paz y una libertad indecibles; ésta es la verdadera sencillez.
Es fácil percibir a primera vista su grandiosidad, pero únicamente la experiencia puede hacernos comprender el modo cómo ensancha el corazón.
Nos volvemos como niños en brazos de sus padres, «no deseamos nada más; no tenemos ningún temor»; nos entregamos a este afecto puro; no nos preocupa lo que los demás piensen de nosotros.
Nuestro ademán es franco, gracioso y feliz. No nos juzgamos a nosotros mismos, y no tememos ser juzgados.
Procuremos conseguir esta hermosa simplicidad; busquemos el camino que conduce a ella. Cuanto más lejos estemos, tanto más apresuremos el paso para alcanzarla. Lejos de ser sencillos, la mayoría de los cristianos ni siquiera son sinceros.
No solamente son disimulados, sino que son falsos, y disienten con su vecino, con Dios y con ellos mismos. Practican mil pequeñas artimañas que indirectamente pervierten la verdad. ¡Ay! todo hombre es mentiroso; hasta aquellos que por naturaleza son íntegros, sinceros y francos y los que llamamos simples y naturales; ellos también tienen celos y son sensibles en todo lo que tiene atingencia con el yo, que secretamente alimenta el orgullo e impide esa verdadera sencillez que es la renuncia y el olvido perfecto del yo.»
Homenaje
La Fontaine Saint-Sulpice, también conocida como la Fuente de los cuatro obispos es una fuente monumental, situada en el centro de la plaza de Saint-Sulpice, en el distrito 6 de París, capital de Francia.
Fue construida entre 1843 y 1848 por el arquitecto Louis Visconti, quien también diseñó la tumba de Napoleón. Las cuatro figuras de la fuente representan cuatro figuras religiosas francesas famosas por ser los más célebres predicadores del siglo XVII. Uno de ellos es François Fenelón, los demás son Jacques-Bénigne Lignel Bossuet, Valentín Esprit Fléchier y Jean-Baptiste Massillon.
Posee calles con su nombre en varias ciudades francesas, además encontraremos varias estatuas y bustos de su persona.
Curiosidad
Como dato curioso en la Iglesia de Saint-Sulpice donde había permanecido tantos años Fenelón se casó el gran escritor Víctor Hugo, el 12 de octubre de 1822 con Adèle Foucher.
Uno de los autores románticos más importantes de la literatura, disfrutamos de algunas de sus obras como Nuestra Señora de París, El hombre que ríe o Los Miserables, éste último un relato sobre las injusticias sociales que trascendió su época y se convirtió en un referente mundial y un símbolo de la lucha de los oprimidos.
Víctor Hugo fue un poeta, dramaturgo y novelista francés, fue espírita y defensor de los derechos humanos. Recibió comunicaciones con los espíritus de Shakespeare, Platón, Galileo y Molière. Al igual que él, otros escritores como Arthur Conan Doyle y Charles Dickens también fueron espíritas.
El más importante aporte de Fenelón a la sociedad fue relativo a la educación que promovía la integración de la mujer al sistema educativo.
Espiritismo
El espiritismo requiere un estudio asiduo y a menudo vasto. La experiencia nos enseña que los espíritus del mismo grado, que poseen los mismos conocimientos y moralidad, que presentan un mismo carácter, se reúnen en grupos y familias.
Para el observador atento y paciente abundan los hechos, porque descubre dentro del espiritismo millares de matices característicos que son para él rayos luminosos. El espiritismo es inmenso, aborda todas las cuestiones metafísicas y de orden social, constituyendo todo un mundo abierto ante nuestras miradas, y ¿habremos de maravillarnos de que se necesite tiempo, y mucho, para conocerlo?; nos explica Allan Kardec.
“Las comunicaciones entre el mundo espírita y el mundo corporal se encuentran en la naturaleza de las cosas y no constituyen ningún hecho sobrenatural, razón por la cual existen vestigios de ellas en la totalidad de los pueblos y en todas las épocas. Hoy se han generalizado y son patentes para todo el mundo.”
Dentro de la Codificación Espírita, encontramos los consejos de François Fenelón, que además de ser considerado una personalidad sobresaliente en el siglo XVII, por las cualidades indiscutibles de sus escritos pedagógicos, sus consejos desde el mundo espiritual son de exquisita profundidad. El teólogo nos regala en El Libro de los Espíritus junto a los demás espíritus superiores, como San Luis, la introducción llamada Prolegómenos.
Además, encontramos la respuesta a la cuestión 917, de su autoría. En ella asume la responsabilidad de explicar a la Humanidad como eliminar de los corazones el egoísmo y lo considera como la imperfección humana más difícil de superar.
Contestó a la cuestión:
¿Cuál es el medio para destruir el egoísmo?
“De todas las imperfecciones humanas, la más difícil de desarraigar es el egoísmo, porque guarda relación con la influencia de la materia, de la cual el hombre, aún muy cercano a su origen, no ha podido librarse. Además, todo contribuye a mantener esta influencia: las leyes, la organización social, la educación.
El egoísmo habrá de debilitarse a medida que predomine la vida moral sobre la vida material, y en especial, mediante la comprensión que el espiritismo os ofrece de vuestro estado futuro real, y no desnaturalizado por ficciones alegóricas.
El espiritismo bien comprendido, cuando se identifique con las costumbres y creencias, transformará los hábitos, los usos y las relaciones sociales.
El egoísmo se basa en la importancia de la personalidad. Ahora bien, el espiritismo bien comprendido, lo repito, hace ver las cosas desde tan alto que el sentimiento de la personalidad desaparece, en cierto modo, ante la inmensidad.»
Al destruir esta importancia, o al hacerla ver, al menos, como lo que es, el espiritismo combate necesariamente al egoísmo.
“El impacto que el egoísmo de los otros produce en el hombre, suele hacer que él también se convierta en egoísta, porque siente la necesidad de ponerse a la defensiva.
Al ver que los demás piensan en sí mismos y no en él, es impulsado a ocuparse de su propia persona más que de ellos.
Cuando el principio de la caridad y la fraternidad sea la base de las instituciones sociales, de las relaciones legales entre los pueblos, así como entre los hombres, el hombre pensará menos en sí mismo al comprobar que los otros han pensado en él. Sentirá la influencia moralizadora del ejemplo y del contacto.
En presencia del desbordamiento del egoísmo, se requiere una auténtica virtud para sacrificar la personalidad en beneficio de otros, que a menudo no lo comprenden. El reino de los Cielos está abierto principalmente para los poseedores de esa virtud. A ellos, sobre todo, se les reserva la dicha de los elegidos, pues en verdad os digo que, en el día de la justicia, quien solo haya pensado en sí mismo será puesto a un lado y sufrirá por su desamparo.”
Dentro de la ampliación y desarrollo del contenido nos explica que debemos buscar en todos los sectores de la organización social, desde la familia hasta los pueblos, desde la choza hasta el palacio, las causas, las influencias patentes u ocultas que estimulan, alimentan y desarrollan el sentimiento del egoísmo.
“El hombre pretende ser feliz, y ese sentimiento es natural. Por eso trabaja sin cesar para mejorar su posición en la Tierra.
Además, busca las causas de sus males a fin de remediarlos. Cuando comprenda que el egoísmo es una de esas causa: la que engendra el orgullo, la ambición, la codicia, la envidia, el odio y los celos; las que lo hiere a cada instante, la que perturba las relaciones sociales, provoca las disensiones y destruye la confianza, la que lo obliga a mantenerse constantemente a la defensiva contra su vecino, la causa que, por último, hace del amigo un enemigo, entonces comprenderá también que ese vicio es incompatible con su propia felicidad y diremos también, con su propia seguridad.
Cuanto más haya sufrido el egoísmo, tanto más sentirá la necesidad de combatirlo, así como combate la peste los animales destructores y las demás calamidades.”
“El egoísmo es fuente de todos los vicios, del mismo modo que la caridad es fuente de tosas las virtudes.”
En el transcurso de 142 años en el mundo espiritual Fenelón siguió su progreso. Este brillante intelecto aclara de forma sencilla y eficaz, casi siglo y medio después, por medio de la psicografía, la manera de erradicar el egoísmo de nuestros corazones y acciones.
En el Evangelio según el Espiritismo, nuestro protagonista también intervino a cerca de la revolución moral del hombre en el capítulo I, No he venido a derogar la Ley, Instrucciones de los Espíritus, La era Nueva, ítem 10.
Dice Fenelón
“Cierto día, Dios, en su caridad inagotable, permitió al hombre que viera cómo la verdad atravesaba las tinieblas. Ese fue el día del advenimiento de Cristo. Después de la luz viva, volvieron las tinieblas.
Después de las alternativas de verdad y oscuridad, el mundo se perdía de nuevo. Ahora, los Espíritus, semejantes a los profetas del Antiguo Testamento, se ponen a hablar y advertiros. El mundo está conmovido en sus cimientos. El trueno rugirá. ¡Estad firmes!
El espiritismo es de carácter divino, pues se basa en las leyes mismas de la naturaleza, y creed que todo lo que es de carácter divino tiene un objetivo importante y útil. Vuestro mundo se perdía.
La ciencia, desarrollada a expensas de lo que es de naturaleza moral, si bien os conducía al bienestar material, redundaba en provecho del espíritu de las tinieblas. Vosotros lo sabéis, cristianos, el corazón y el amor deben marchar unidos a la ciencia.
El reino de los Cristo, por desgracia, después de dieciocho siglos y a pesar de la sangre de los mártires, aún no ha llegado. Cristianos, volved al Maestro que quiere salvaros.
Todo es fácil para el que cree y ama, pues el amor lo colma de un goce inefable. Sí, hijos míos, el mundo ha sido conmovido. Los Espíritus buenos os lo dicen con frecuencia. Inclinaos ante el viento precursor de la tempestad, a fin de que no os derrumbe; es decir, estad preparados y no os parezcáis a las vírgenes locales que fueron tomadas desprevenidas a la llegada del esposo.
La revolución que se prepara es más bien moral que material. Los grandes Espíritus, mensajeros divinos, inspiran la fe para que todos vosotros, obreros ilustrados y ardorosos, hagáis oír vuestra humilde voz. Porque vosotros sois como granos de arena, pero sin granos de arena no habría montañas.
Así pues, que la exposición “somos pequeños” ya no tenga sentido para vosotros. A cada uno su misión, a cada uno su trabajo. ¿Acaso no construye la hormiga el edificio de su república? Y los animálculos imperceptibles, ¿no erigen continentes?
La nueva cruzada ha empezado. Apóstoles de la paz universal y no de la guerra, san Bernardos modernos, mirad y marchad hacia adelante. La ley de los mundos es la ley del progreso.» (Poitiers 1861)
Aún en El Evangelio Según el Espiritismo, Si fuera un hombre de bien, habría muerto y Tormentos voluntarios, en el capítulo V, ítems 22 y 23.
“Con frecuencia decís, cuando habláis de un hombre malo que escapó de un peligro: Si fuera un hombre de bien, habría muerto. ¡Pues Bien! Al decir eso, estáis en lo cierto. En efecto muchas veces sucede que Dios concede a un Espíritu, joven aún en el camino del progreso, una prueba más prolongada que la que asigna a uno bueno, que recibirá, como una recompensa a su mérito, la gracia de que su prueba sea tan corta como resulte posible.
Con todo, cuando os servís de ese axioma, no os quepa duda de que estáis blasfemando. Cuando muere un hombre de bien, que tiene por vecino a un malvado, os apresuráis a decir: Habría sido mejor que le tocara a ese otro.
Os engañáis sobremanera, porque el que se va concluyó su tarea, y el que se queda tal vez no ha comenzado la suya. ¿Por qué, pues, pretendéis que el malo no disponga de tiempo para llevarla a cabo, y que el bueno quede sujeto a la gleba terrenal?
¿Qué diríais de un prisionero que a pesar de haber concluido su condena queda retenido en la cárcel, mientras que se devuelva la libertad a uno que no tiene ese derecho? Sabed, pues, que la verdadera libertad consiste en el desprendimiento de los lazos que mantienen al Espíritu unido al cuerpo, y que durante el tiempo en que estéis en la Tierra habréis de permanecer en cautiverio.
Habituaos a no censurar lo que no podéis comprender, y creed que Dios es justo en todas las cosas. Muchas veces, lo que os parece un mal es un bien. Esto se debe a que vuestras facultades son tan limitadas que el conjunto del gran todo escapa a vuestros sentidos obtusos.
Esforzaos por salir, mediante el pensamiento de vuestra estrecha esfera, y a medida que os elevéis, la importancia de la vida no os resultará más que un simple incidente en el trayecto infinito de vuestra existencia espiritual, la única verdadera existencia. «(Sens, 1861)
“El hombre vive incesantemente en busca de la felicidad, que se le escapa a cada instante, porque la felicidad perfecta no existe en la Tierra.
Sin embargo, a pesar de las vicisitudes que forman el cortejo inevitable de la vida terrenal, podría gozar, por lo menos, de una felicidad relativa, si no fuera porque la busca en las cosas perecederas y sujetas a esas mismas vicisitudes, es decir, en los goces materiales, en vez de buscarla en las satisfacciones del alma, que son un goce anticipado de las alegrías celestiales, imperecederas.
En vez de buscar la paz del corazón, única felicidad real en este mundo, está ávido de todo lo que puede excitarlo y perturbarlo. Además, ¡cosa curiosa! El hombre pareciera crear para sí mismo, deliberadamente, tormentos que sólo de él depende evitar.
¿Habrá mayores tormentos que los causados por la envidia y los celos?
Para el envidioso, al igual que para el que sufre de celos, no existe el sosiego: ambos padecen un perpetuo estado febril. Lo que ellos no tienen, y que otros poseen, les produce insomnio. La prosperidad de sus rivales les causa vértigo.
Sólo les estimula el deseo de eclipsar a sus vecinos. Todo su placer consiste en excitar, en los insensatos como ellos, la rabia y los celos que los devoran.
¡Pobres insensatos! No piensan, en efecto, que tal vez mañana tendrán que dejar todas esas futilidades, cuya codicia les envenena la vida. Por cierto, a ellos no se aplica esta sentencia:” Bienaventurados los afligidos, porque serán consolados”, pues sus preocupaciones no son de aquellas que reciben su compensación en el Cielo.
Por el contrario, ¡cuántos tormentos se ahorra el que sabe contentarse con lo que tiene, que mira sin envidia lo que no tiene, que no pretender parecer más de lo que es! Siempre es rico, porque si mira hacia abajo, en vez de mirar hacia arriba, siempre verá personas que tiene menos que él.
Vive tranquilo, porque no se crea necesidades quiméricas. Así, la calma en medio de las tempestades de la vida, ¿no es acaso la felicidad?» (Lyon, 1860)
En el capítulo XI, Instrucciones de los Espíritus, la Ley de Amor, ítem 9, encontramos:
La esencia del amor es divina, y vosotros, del primero al último, tenéis en el fondo del corazón la chispa de ese fuego sagrado. He aquí un hecho que habéis podido constatar muchas veces: todo hombre, incluso el más abyecto, vil y criminal, dispensa a un ser o a un objeto cualquiera un afecto vivo y ardiente, a prueba de todo lo que tienda a disminuirlo, y que a menudo alcanza proporciones sublimes.
He dicho “a un ser o a un objeto cualquiera”, porque entre vosotros hay individuos que prodigan tesoros de amor, de que están rebosantes sus corazones, a los animales, a las plantas y aun a los objetos materiales.
Son una especie de misántropos que, mientras se quejan de la humanidad en general y se resisten a la tendencia natural de sus almas, buscan alrededor suyo afecto y simpatía. En realidad, rebajan la ley de amor al estado de instinto.
Con todo, por más que hagan, no conseguirán sofocar el germen vivo que Dios, al crearlos, depositó en sus corazones.
Ese germen se desarrolla y crece con normalidad y con inteligencia, y aunque muchas veces se encuentre oprimido por el egoísmo, es la fuente de santas y dulces virtudes que constituyen los afectos sinceros y perdurables, y os ayudan a superar el camino escarpado y árido de la existencia humana.
Hay algunas personas a quienes la prueba de la reencarnación causa verdadera repugnancia, dada la posibilidad de que otros compartan sus simpatías afectuosas, de las que sienten celos. ¡Pobres hermanos! Vuestro afecto os hace egoístas.
Vuestro amor se halla restringido a un círculo íntimo de parientes y amigos, y todos los demás os resultan indiferentes. Pues bien, para practicar la ley de amor tal como Dios la entiende, es preciso que lleguéis poco a poco a amar a todos vuestros hermanos, indistintamente. La tarea será prolongada y difícil, pero se cumplirá.
Dios así lo quiere, y la ley de amor constituye el primero y más importante precepto de vuestra nueva doctrina, porque un día ella hará de matar al egoísmo, sea cual fuere el aspecto con que se presente, puesto que además del egoísmo personal existe también el egoísmo de familia, de casta, de nacionalidad. Jesús dijo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Ahora bien, ¿cuál es el límite en relación con el prójimo?
¿Será, acaso, la familia, la creencia religiosa, la nación?
No, es la humanidad entera.
En los mundos superiores, el amor mutuo armoniza y rige a los Espíritus adelantados que en ellos habitan; y vuestro planeta, destinado a un progreso inminente, en virtud de la transformación social que experimentará, habrá de ver que sus habitantes practican esa sublime ley, reflejo de la Divinidad.
Los efectos de la ley de amor son el mejoramiento moral de la raza humana y la felicidad durante la vida terrenal.
Los más rebeldes, al igual que los más vicioso, habrán de reformarse cuando vean los beneficios producidos por la puesta en práctica de esa máxima: “No hagáis a los otros lo que no quisierais que ellos os hiciesen, hacedles por el contrario todo el bien que podáis”.
No creáis en la esterilidad ni en la dureza del corazón humano. Este, a pesar suyo, cede al amor verdadero, que es un imán al que no se puede resistir. El contacto de ese amor vivifica y fecunda los gérmenes de esa virtud, que se encuentra en vuestro corazón en estado latente. La Tierra, morada de pruebas y de exilio, será entonces purificada por ese fuego sagrado, y en ella se practicará la caridad, la humildad, la paciencia, la devoción, la abnegación, la resignación, el sacrificio y las demás virtudes hijas del amor. No os canséis, pues, de escuchar las palabras de Juan, el evangelista. Como sabéis, cuando la enfermedad y la vejez lo obligaron a suspender el curso de sus predicaciones, solo repetía estas dulces palabras: “Hijitos míos, amaos los unos a los otros.” Amaos hermanos, aprovechad estas lecciones. Su práctica es difícil, pero el alma extrae de ellas un bien inmenso. Creedme, haced el esfuerzo sublime que os pudo: “amaos”, y muy pronto veréis a la Tierra transformada en el Eliseo donde vendrán a descansar las almas de los justos.»
En el capítulo XII, ítem 10, El odio, nos aclara:
«Amaos unos a otros y seréis felices. Procurad, sobre todo, amar a los que os inspiren diferencia, odio o desprecio. Cristo, a quien debéis considerar vuestro modelo, os dio ese ejemplo de abnegación. Misionero de amor, Él amó hasta dar su sangre y su vida.
El sacrificio que os obliga a amar a los que os ultrajan u os persiguen es penoso-; pero es precisamente lo que os hace superior a ellos.
Si lo aborrecieseis, como ellos os aborrecen, no valdríais más que ellos. Amarlos es la hostia sin mancha que ofrecéis a Dios en el altar de vuestros corazones, hostia de agradable aroma que asciende hasta Él.
Aunque la ley de amor prescriba que amemos indistintamente a todos nuestros hermanos, no protege al corazón contra los malos procederes.
Por el contrario, esa es la prueba más penosa, bien lo sé, pues durante mi última existencia terrenal experimenté esa tortura.
Con todo, Dios existe, y castiga tanto en esta vida como en la otra a los que transgreden la ley de amor.
No olvidéis, queridos hijos, que el amor os aproxima a Dios, mientras que el odio os aparta de Él.» (Burdeos, 1861).
Empleo de la riqueza, en el capítulo XVI, ítem13:
«Puesto que el hombre es el depositario, el administrador de los bienes que Dios ha puesto en sus manos, se le pedirán rigurosas cuentas del empleo que les haya dado, en virtud de su libre albedrío.
El mal uso consiste en hacerlos servir exclusivamente para su satisfacción personal. Por el contrario, el empleo de esos bienes es satisfactorio siempre que de él resulte algún bien para los demás.
El mérito es proporcional al sacrificio que el hombre se impone. La beneficencia no es más que una de las formas de emplear la riqueza, atenúa la miseria actual, aplaca el hambre, preserva del frío y proporciona asilo a quien no lo tiene.
No obstante, hay un deber que es al mismo tiempo imperioso y meritorio: el de prevenir la miseria. Esa es la misión de las grandes riquezas, mediante los trabajos de toda índole que con ellas se pueden ejecutar.
Y aún que se extraiga un legítimo provecho de esos trabajos, el bien no dejará de existir, porque el trabajo desarrolla la inteligencia y enaltece la dignidad del hombre, siempre ávido de poder decir que gana el pan que come, mientras que la limosna humilla y degrada.
La riqueza concentrada en una sola mano debe ser como un manantial de agua viva que esparce fecundad y el bienestar alrededor suyo. ¡Oh! Vosotros, los que sois ricos, que empleáis la riqueza según los designios del señor, vuestro corazón será el primero en saciar su sed en esa fuente bienhechora.
Disfrutaréis incluso en esta vida los inefables goces del alma, en vez de los goces materiales del egoísta, que dejan vacío el corazón.
Vuestros nombres serán bendecidos en la Tierra, y cuando la dejéis, el soberano señor os dirá, como en la parábola de los talentos: “Bien, servidor bueno y fiel, entra en el gozo de tu señor”. En esa parábola, el servidor que enterró el dinero que le había sido confiado, pregunta ¿No es la imagen de los avaros en cuyas manos la riqueza se mantiene improductiva?
Con todo, si Jesús hala principalmente de limosnas, eso se debe a que en aquel tiempo y en el país en que vivía, no se conocían los trabajos que las artes y las industrias crearon más tarde, y en los cuales, la riqueza puede ser empleado útilmente, para el bien general. Por consiguiente, a todos los que puedan dar, poco o mucho, les diré: “Da limosna cuando sea necesario.
No obstante, en lo posible, convertirla en un salario, a fin de que el que la reciba no se avergüence de ella.” (Argel, 1860)
En este otro libro de la codificación: Libro de los Médiums: capítulo XXXI, 2ª parte, ítems 21 y 22. En estos dos apartados, el espíritu explica cómo debe ser una reunión espírita, y la multiplicidad de los grupos espíritas, explicando que el grupo debe dar ejemplo de virtud cristiana.
Como vemos, las entidades descarnadas no tratan temas baladíes, sino que siempre intentan ilustrarnos en los misterios de la vida terrenal y espiritual.
Nuestro excepcional pensador Fenelón, obtuvo acceso al equipo del Espíritu de Verdad que transmitió las enseñanzas espirituales a Allan Kardec en el siglo XIX, por la virtud adquirida en sus experiencias. Ha estado presente en varias comunicaciones, como los demás responsables espirituales, dando su especial contribución a tan grandiosa tarea como fue la realización de la Codificación Espírita.
Nos ha dejado su enfoque educativo en temas relativos a la moral, un legado inmenso que alcanza nuestros días, porque es una enseñanza eterna.
Cláudia Bernardes de Carvalho
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Bibliografía
Christoph Schmitt-Maaß, Stefanie Stockhorst and Doohwan Ahn (eds.). ‘Fénelon in the Enlightenment: Traditions, Adaptations, and Variations’. Amsterdam – New York, Rodopi, 2014.
Kardec, A., El Libro de los Espíritus
Kardec, A., El Libro de los Médiums
Kardec, A., El Evangelio según el Espiritismo
M.A.C. François de Salignac de la Mothe Fenelón, Biblioteca Virtual Universal, 2003.
Peter Gorday, François Fenelón, a Biography: The Apostle of Pure Love. Brewster, MA; Paraclete Press, 2012.
Sabine Melchior-Bonnet, Fenelón. Paris; Éditions Perrin, 2008.
Soriano, M. Guide de littérature pour la jeunesse. Courants, problémes, choix dàuteurs. 1 edición/2 reimpresión, Ediciones Colihue S.R.L. 1995.
Links externos
Christoph Schmitt-Maaß, Stefanie Stockhorst and Doohwan Ahn (eds.). Fenelón in the Enlightenment: Traditions, Adaptations, and Variations’. Amsterdam – New York, Rodopi, 2014.
François de Salignac de la Mothe Fenelón. Encyclopedia of World Biography, 2nd ed. Gale Research, 1998.
Peter Gorday, François Fenelón, a Biography: The Apostle of Pure Love. Brewster, MA; Paraclete Press, 2012.
Sabine Melchior-Bonnet, Fenelón. Paris; Éditions Perrin, 2008.
Real Academia de la historia: https://dbe.rah.es
Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Luis_XIV_de_Francia
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