Autoanálisis
Actualmente el tema que está en boca de todos es el contagio del coronavirus y sus inquietantes consecuencias en la sociedad. Cada día recibimos por distintos medios de comunicación las estadísticas de los infectados, de los vacunados, de los supercontagiadores y de los fallecidos.
Nos preocupamos con el peligroso alcance de este virus, pero hay un peligro que acecha a los hombres, una amenaza ante la que pocos establecen barreras de protección y que lleva siglos y siglos amenazándonos: el contagio mental inferior. No nos preocupamos en demasía en evitarlo, algunos porque no saben que existe, otros por comodidad.
Solemos incorporar a nuestra vida las creencias, los hechos, los datos que nos rodean, las definiciones adquiridas. Antes de incorporarlas, nos formulamos preguntas sobre su carácter positivo o negativo.
Es considerado afirmación el asentimiento intelectual expresado como manifestación verdadera que se apoya en una evidencia, como certeza de un conocimiento exento de duda.
Cuando una afirmación no es acorde a lo que uno piensa, sus creencias y vivencias, y no se desea aceptarlas, el sujeto la considera una falsa afirmación: una mentira.
Nuestro punto de vista define lo que creemos y defendemos. La manera en la que vemos la vida marca nuestra personalidad, determinando cómo respondemos frente a los distintos estímulos y situaciones.
Realizamos a lo largo de la encarnación afirmaciones que son clichés. Muchas de ellas poseen un trasfondo discriminatorio, sexista, violento o incluso negacionista. Otras, por lo contrario, son benévolas, agradables, respetuosas, solidarias. La suma de nuestras experiencias genera la forma en la que vemos hoy la vida.
Sin embargo, muchas veces nuestro punto de vista es erróneo debido a nuestro bagaje cultural, social y emocional adquirido en la presente existencia y los bagajes almacenados por nuestro espíritu derivados de otras encarnaciones.
Si en el discurrir de la vida no nos hacemos preguntas acertadas, no progresamos. Solemos olvidar que el certero camino de la buena indagación nos lleva a una información amplia, verdadera y universal.
Para alcanzar una trasformación moral real debemos dar el primer paso en la dirección del autoconocimiento. Para llegar a él, debemos descubrirnos a nosotros mismos.
Los pensamientos son fuerza creadora y cuidar de ellos por medio del conocimiento de los mismos es comprender quién somos, es poseer la llave para direccionarlos hacia el autoconocimiento.
Siendo el pensamiento una forma de energía psíquica y espiritual que varía en intensidad y sentido, según el grado evolutivo del alma que lo proyecta, esmerarse en su cuidado es vital.
Evitando los densos pensamientos que enérgicamente están en la sintonía negativa, a la par que produciendo pensamientos armoniosos y direccionados al bien, estaremos defendiéndonos contra el mal, el desajuste, la enfermedad y, consecuentemente, contra el sufrimiento. Buscar mantener buenos pensamientos es protegerse espiritualmente y físicamente.
Generalmente, la mente está en constante funcionamiento, ocupada con pensamientos agitados. Las preocupaciones diarias, los deseos pasionales, los conflictos interpersonales son motivadores de inquietudes.
Cuando pensamos emitimos ondas que tienen un poder de atracción por afinidad. Si no vigilamos nuestros pensamientos, seremos arrastrados al contagio mental inferior por producir o sintonizar con pensamientos banales, agresivos, malévolos o viciosos y es allí donde reside el peligro.
Pocas personas son conscientes del poder creador o destructor de los pensamientos. La actitud mental determina lo que pasa, pues la mente genera ideoplastias. Lo que está presente en la mente se manifestará en la vida. Además, la mente sintoniza con otras afines. Por lo tanto, es fundamental evitar el contagio mental inferior con mentes que se mantienen en un bajo rango vibratorio.
¿Cómo preguntar?
Procure aquietar los pensamientos, tranquilizarse y luego sintonizar sus pensamientos con vibraciones más altas. Los pensamientos en alta vibración son los que te calman el espíritu, te sosiegan el alma, pues estos están acorde a las Leyes de Dios. El perdón, la bondad, la caridad, la justicia son buenos conceptos sobre los cuales podemos reflexionar y llevarlos a nuestras acciones.
Comprométase consigo mismo, busque conocerse, hágase preguntas. Las respuestas estarán en su propia conciencia. Sin embargo, Dios nos envió muchas veces intermediarios para ayudarnos a conseguir alcanzar el conocimiento de uno mismo.
¿Qué preguntar?
Habiendo diferentes tipos de preguntas, no todas sirven para lo mismo: algunas nos empujan a la acción y logran que alcancemos nuestros objetivos, mientras otras son cuestiones vacías que llevan a respuestas de bajo valor vibracional, por ende, bajo valor moral y que nos llevan a cometer errores.
Por lo tanto, si existe confusión de pensamientos, habrá confusión en la vida.
Para tranquilizar la mente y aclarar los pensamientos debemos reflexionar o, aquellos que lo prefieran, meditar. A fin de comprendernos y aceptarnos debemos desarrollar una actitud mental constructiva.
Con pensamientos limpios, de ideal elevado estamos capacitándonos y promoviendo la posibilidad de mejora, pero para alcanzar la condición de producir buenas ideoplastias debemos tomar ciertas actitudes con anterioridad.
La ciencia espiritual sostiene que el verdadero objeto de la vida es evolucionar, eliminando por medio de las experiencias y del libre albedrío las innúmeras imperfecciones que poseemos, para volver al mundo extrafísico enriquecidos con el progreso.
Para llegar a alcanzar el progreso necesitamos esforzarnos, poner las energías internas en movimiento consciente, pues la acción de pensar y preguntarse, reflexionando en las verdades celestiales y en uno mismo, nos empujarán a las grandes realizaciones íntimas.
Las preguntas poderosas que traen soluciones útiles para los problemas, que abren la mente y estimulan a un cambio ético-moral veraz son las realmente valiosas.
Difícilmente serás una persona feliz sin haberte conocido. Si aún no sabes quién eres, qué quieres realmente alcanzar en la vida, ¿cómo podrás saber adónde vas? Si no sabes lidiar con tus propios problemas, insatisfacciones, frustraciones, desánimos, ¿cómo pretendes hacerlo con el prójimo? Si no eres capaz todavía de identificar tus puntos fuertes o débiles, ¿cómo pretendes alcanzar la victoria sobre cualquier actividad?
Muchísimas personas recorren caminos equivocados por no conocerse a sí mismas. No saben identificar las verdaderas necesidades de su propio espíritu. Desean sin saber si este deseo les será útil, consumen sin necesidad real, discuten por tener razón… o sea, pasan por la vida, disfrutando o buscando lo material y deseando ser mejor que el de al lado.
Para aquel que está perdido, cualquier camino es válido.
Como cada persona encarnada es un ser único, con su pasado y su presente, es pues un espíritu individualizado, diferente de los demás y, por ende, presenta diferentes necesidades.
Para poder descubrir quién eres debes hacerte las preguntas correctas (¿quién soy realmente?), embarcándote en un viaje interior sin miedos, analizando tu propia conciencia, tus actos y los resultados derivados de los estímulos que se te presentan en la vida. Un verdadero tesoro te aguarda en tu mundo íntimo.
Este proceso es lento, pues se deben analizar los actos en profundidad. Aquellos que ofrecen un resultado positivo, acorde a las enseñanzas de Jesús, deben ser reafirmados, practicados y sostenidos en el tiempo. Los que se concluyen negativos, que no tienen cabida en un corazón limpio, deberán ser cambiados y corregidos.
Sé tan curioso contigo mismo como se suele ser con la vida ajena. Invierte tiempo en ti mismo, investígate. El autoconocimiento es fundamental para el adelanto del espíritu.
Es sabido que en el antiguo templo griego de Apolo en Delfos (siglo VIII a.C.) estaba grabada la frase: “Conócete a ti mismo.”
San Agustín, uno de los más importantes divulgadores del espiritismo, en la cuestión 919 de El libro de los Espíritus, nos enseña cómo debemos obrar para conocernos, nos muestra su propio ejemplo de conducta con el fin de guiarnos al autoanálisis. ¡Una lección maravillosa!
Empieza un diálogo personal: ¿qué me gusta?, ¿qué no?, ¿qué me hace bien o mal?, ¿por qué estoy aquí y qué hay más allá?, ¿por qué se da esta situación?, ¿dónde he fallado?, ¿qué puedo hacer para mejorar?, ¿por qué rechazo a esta persona y esta otra me cae fenomenal?, ¿domino mis instintos?, ¿soy rencoroso, envidioso o egoísta?, ¿hago el bien a los demás?
Uno debe hacer este viaje hacia sí mismo sin condenas o fustigaciones, aceptando quién somos de verdad y buscando mejorar nuestro comportamiento con relación a todo aquello que creemos que hacemos mal.
Se debe reservar un espacio diario al autoanálisis, realizado con imparcialidad y sin concesiones, pues solamente por el propio esfuerzo, ya que el camino es empinado, ascenderemos hacia mundos superiores.
El autoanálisis debe ser algo placentero, no una tortura o un proceso que resulte en una postura autocomplaciente. La reforma íntima llevada a la culpa aniquila la autoestima, tornándose un proceso doloroso e infructífero, que genera además inseguridades y recelos.
En este proceso encontraremos sombras en nuestra personalidad, pero con amor a uno mismo, aceptando los errores y procurando corregirlos, haremos el verdadero ejercicio de desnudar el alma frente a sí. Es con esta actitud de perdonarse y cambiar las formas que uno transforma las sombras en luz.
Por medio de las preguntas uno reflexiona, identifica sus cualidades positivas y negativas, los defectos y las virtudes. Con una voluntad fuerte y determinada puede incidirse sobre la mente, cambiando de esta manera el estado psíquico de aquello que no le gusta y reforzando lo que sí.
En El evangelio según el Espiritismo encontramos que:
“El verdadero hombre de bien es el que cumple la Ley de justicia, amor y caridad en su mayor pureza. Cuando interroga a su conciencia sobre sus propios actos, se pregunta a sí mismo si no ha violado esa Ley, si no obró mal, si hizo todo el bien que pudo, si ha despreciado voluntariamente alguna ocasión de ser útil, si alguien tiene queja de él, en fin, si ha hecho a los demás lo que hubiera querido que hicieran por él.”
Hay que tener en cuenta que la vida está llena de situaciones que nos pondrán a prueba. Una conducta que llevamos tiempo ejerciendo no se cambiará de inmediato. Tenemos que vigilar nuestras acciones para poder detectar estas situaciones y evitar caer en los mismos errores conductuales.
Las preguntas correctas llevan a reformar poco a poco los impulsos, los resentimientos, las envidias y todos los sentimientos que resultan de acciones costumbristas y miopes archivados en las capas más profundas de nuestra conciencia.
Sin un conocimiento profundo de uno mismo, no alcanzarnos el dominio sobre nosotros y jamás seremos un hombre de bien.
Jesús afirmó: “conoceréis la verdad, y la verdad os liberará.”, la verdad interna, la que nos hace conocernos y ser conscientes de nuestra grandeza como espíritus inmortales y espectacular destino como trabajadores de Dios.
Las Leyes Morales como brújula segura
Conjunto de normas y principios concretos que expresan las reglas morales de las cuales se derivan todas las reglas prácticas de la conducta humana y al estar grabadas en la conciencia es el motivo por el cual el hombre siente interiormente la necesidad imperiosa de obrar de un modo determinado.
Las Leyes Morales o Ley Natural coincide con la ley suprema del Universo o sea, es la Ley Divina. Como una ley ordinaria es la ordenación de la razón al bien común, promulgada por quien tiene el cuidado de la comunidad.
Es el orden racional establecido por la sabiduría, bondad y poder del Creador para toda su obra. Por lo tanto, ninguno de los actos que las infrinjan pasará sin rescate.
Si no sabemos qué Ley debemos respetar, ¿cómo vamos a cumplir con ellas?
Las Leyes Morales están a disposición de todos en El Libro de los Espíritus:
Ley de adoración, Ley de trabajo, Ley de reproducción, Ley de conservación, Ley de destrucción, Ley de sociedad, Ley de progreso, Ley de igualdad, Ley de libertad y Ley de justicia, amor y caridad.
Ellas nos fueron dictadas de forma explícita bajo las órdenes de Dios, con la supervisión de Jesús, con el fin de darnos una vez más las directrices a seguir para alcanzar un mayor nivel moral.
Aquellos que no creen en el espiritismo o no se acercan a su contenido tienen las mismas posibilidades de progresar. Como dije con anterioridad, las Leyes Morales están grabadas en nosotros, en nuestra conciencia, o sea, en nuestro espíritu.
Si nos conocemos tendremos acceso a todas aquellas acciones que van en contra de ellas.
Consultar la conciencia es aproximarse a Dios, es oír su voz en lo más profundo de nuestro ser.
A menudo nuestros actos incumplen tales Leyes, incurriendo en un agravio a Dios.
Todos pueden conocer las Leyes, pero no todos las comprenden. Los buenos espíritus nos han ayudado trayéndonos la Codificación Espírita, ruta y faro seguro para la realización de la trasformación del hombre.
Las respuestas claves las encontramos en el espiritismo, fuente de grandiosa luz que el Nazareno nos brindó.
El Libro de los Espíritus, El Evangelio según el Espiritismo, La Génesis, los milagros y las predicciones según el Espiritismo, El Cielo y el Infierno o la justicia divina según el Espiritismo y El Libro de los Médiums componen la Doctrina Espírita codificada por Allan Kardec.
Con su perfecto ejemplo de la práctica de las enseñanzas espíritas y como hombre de bien José María Fernández Colavida escribió dejando constancia de su nivel moral:
“El Evangelio según el Espiritismo en razón de la profundidad moral, filosófica y espiritual de sus contenidos sublimes, es portador de la esperanza, de los recursos hábiles para la adquisición de la plenitud, de la realización interior.
Verdadero faro de bendiciones, confirma la promesa de Jesús acerca de que enviaría al Consolador, para erradicar las causas de los sufrimientos humanos, liberando a todos, de esa manera, de las lágrimas y los dolores.”
El espiritismo no crea una moral nueva, ofrece una fe sólida e ilustrada. Su claridad genuina está en su esencia, esta es su fuerza pues habla a la inteligencia.
Las cuestiones ¿de dónde vengo?, ¿adónde voy?, ¿quién soy?, ¿por qué sufro?, ¿existe vida después de la muerte?, y tantas otras preguntas transcendentales encuentran respuesta en la Doctrina Espírita.
Pongamos en práctica las enseñanzas espíritas con el propósito de evolucionar hacía la plenitud con conocimiento y responsabilidad.
Cláudia Bernardes de Carvalho
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Bibliografía
Kardec, A., El Libro de los Espíritus
Kardec, A., El Evangelio según el Espiritismo
Kardec, A., El Libro de los Médiums
Kardec, A., El Cielo y el Infierno
Kardec, A., La Génesis, los milagros y las predicciones según el Espiritismo
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