Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados
Dios es todo poder, todo justicia, todo bondad, es la inteligencia suprema causa primaria de todas las cosas, si no aceptamos esto no aceptamos que Dios existe y es el creador de
todo.
Asumiendo que es así, que Dios posee las cualidades superlativas, por lo tanto, todas las vicisitudes, aflicciones, dolores y infortunios que el ser humano enfrenta en la vida tienen una causa, ya que Dios es soberanamente bueno y justo y no puede obrar con parcialidad y por capricho.
Puesto que Dios es perfecto en todas sus cualidades, no podría infringir una aflicciones, un dolor, un pesar injustamente. La causa de los sufrimientos está en el propio hombre.
¡Esto es lo que todos debemos entender!
Kardec explicó que:
“Dios orientó a los hombres hacia el descubrimiento de esa causa mediante las enseñanzas de Jesús, y en la actualidad, al juzgar que se hallan suficientemente maduros para comprenderla, la revela por completo a través del espiritismo, es decir, mediante la voz de los Espíritus.”
Las aflicciones de la vida tienen dos orígenes distintas: las causa está en la vida presente o en otras vidas.
¿Cómo detectar cuál de los dos males ocurre?
Observando la propia vida.
Causas actuales de las aflicciones
Si al analizar honestamente las vicisitudes se llega a la conclusión que, por ambición, egoísmo, orgullo, imprevisión, lo que sucede de malo es el resultado de ello, la responsabilidad es de uno mismo. El dolor, el infortunio, la desgracia, es fruto y consecuencia de la propia conducta.
¡Cuántas enfermedades son el resultado de la intemperancia y de los excesos de toda índole!
¡Cuántas disensiones y querellas terribles habrían podido evitarse con mayor moderación y menos susceptibilidad!
¡Cuántos hombres caen por su propia culpa!, nos explica El Libro de los Espíritus.
Al no poner coto a los deseos, a la vanidad, a los intereses particulares, los resultados tienen un efecto de desdicha.
Muchos de los males que sufrimos son una consecuencia natural del carácter y de la conducta del propio hombre.
Kardec expresó:
“Todos aquellos cuyo corazón ha sido lastimado por las vicisitudes y los desengaños de la vida, interroguen con serenidad a su conciencia; remóntense paso a paso hasta el origen de los males que los afligen, y descubrirán que la mayoría de las veces pueden afirmar: Si hubiese hecho o si hubiese dejado de hacer tal cosa, no me encontraría en esta situación.”
Otras veces el infortunio que nos alcanza tiene su origen fuera de esta vida.
Causas anteriores de las aflicciones
Por otro lado, si realizamos un estudio de nuestro comportamiento y verificamos que el origen de los males no está en el comportamiento actual se deduce que tiene un origen en otra vida. La causa del padecimiento es completamente ajena.
Por ejemplo: la pérdida de los seres queridos, las enfermedades de nacimiento, los accidentes inevitables, los reveses de fortuna, las plagas y catástrofes naturales.
En virtud del axioma según el cual todo efecto tiene una causa, las miserias, los sufrimientos y dolores son efectos que deben tener una causa.
Desde el momento en que admitamos la existencia de un Dios soberanamente justo y bueno, esa causa es justa.
Ahora bien, como la causa precede siempre al efecto, si aquella no está en la actual existencia, debe ser anterior a esta vida, por lo tanto, existe la reencarnación.
Nosotros no tenemos el recuerdo de vidas pasadas justamente para empezar de cero, reanudar lazos con otras personas, deteriorados por errores de otros tiempos, para corregir conductas y desarrollar las virtudes.
Por más que analicemos lo que ocurre, no entendemos por qué nos pasa a nosotros.
En este caso, si el dolor no tiene una causa en nuestros actos de hoy, tendrá en una conducta pasada, de vidas anteriores, a veces muy lejanas en el tiempo. Cometemos tantos errores que una vida es poca para resarcirnos de ellos.
Podemos protestar y alegar que no nos recordamos de nuestras faltas, que somos inocentes, que no merecemos lo que nos pasa de malo. Sin embargo, eso no es verdad.
El hombre es, muchas veces el artífice de sus propios infortunios.
Ahora, si otra persona nos causa una injusticia, debemos esperar a que Dios nos resarce, no tomando la revancha. Jesús enseñó:
“Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”.
¡La Justicia Divina no falla es perfecta! La justicia de los hombres es por otro lado, imperfecta.
Por lo tanto, si nos sentimos doloridos, que la justicia nos ha fallado, sepamos confiar en Dios y aguardar, porque si no se nos da la justicia es en esta vida, en otra se nos dará, porque nadie engaña a Dios que todo lo sabe, pues es soberano en todo.
“Dios quiere el progreso de todas sus criaturas, y por eso no deja impune ninguno de los desvíos del camino recto. No existe una sola falta, por mínima que sea, ni una sola infracción a la Ley de Dios, que no tenga consecuencias forzosas e inevitables, más o menos molestas.”, aclara Allan Kardec.
Es exactamente en este momento en que debemos sustentarnos en la fe, reconociendo que Dios es justo y las tribulaciones no son un error Suyo.
Los padecimientos que resultan de una falta a las Leyes Divinas constituyen al hombre una advertencia de que ha obrado mal.
Todas las experiencias y vivencias adquiridas entre los seres humanos muestran la diferencia entre el bien y el mal y la imperiosa necesidad de mejorar con el fin de evitar en un futuro todo aquello que fue una fuente de pesares.
El hombre no repara siempre en la vida presente una falta pasada, muchas veces no puede soportar en una sola encarnación todos los desvíos de la Ley, pero nunca escapa a las consecuencias de estas, debiendo reparar en otra vida, pues sufre lo que ha hecho sufrir a otros, motivo estelar de la bendición de la reencarnación.
“Con todo, no debe creerse que los padecimientos que se soportan en la Tierra son necesariamente el indicio de una falta determinada. A menudo son simples pruebas que el Espíritu elige para acabar su purificación y acelerar su adelanto. Así, la expiación sirve siempre de prueba, pero la prueba no siempre es una expiación.”, afirmó Kardec.
Las pruebas de la vida contribuyen un adelanto cuando se sobrellevan bien, en calidad de expiaciones, pues eliminan las faltas y purifican el Espíritu.
Por ello los que sufren deben de hacerlo con resignación y fe razonada sabiendo que sus penas soportadas con dignidad les permitirán avanzar y progresar en su camino.
Si alguna tristeza o pesar nos llega a nuestros corazones debemos comprender si es de esta vida o de otra, esta claridad de pensamiento y visión expandida de los errores ayuda a entender lo que nos pasa permitiendo sobrellevarlas correctamente, pues las faltas deben ser corregidas para poder presentarse el Espíritu ante Dios, limpio, sin mácula alguna.
En el espiritismo el sufrimiento nunca es visto como un castigo arbitrario sino como un medio de evolución espiritual, por ello las pruebas, dificultades que padecemos las almas que están encarnadas en la Tierra son oportunidades de crecimiento para la expiación de errores pasados (en esta vida o en las anteriores), y para fortalecer el carácter y la moral, el dolor en este sentido, tiene un propósito educativo y redentor.
El consuelo para los afligidos proviene del conocimiento de la inmortalidad del alma y de la Justicia Divina, todo sufrimiento es temporal y está enlazado a un orden superior que asegura que cada alma recibe de acuerdo a sus méritos y esfuerzos.
Con el espiritismo se nos ofrece una esperanza para el dolor, dando razones para superarlo y enfrentándolo con confianza, porque estamos ante un Dios que es amor, justo y misericordioso para con todos.
Ana García y Cláudia Bernardes de Carvalho
Kardec, A, El Evangelio según el Espiritismo
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