¿ Controla el hombre la naturaleza ?
Nos preguntamos con frecuencia ¿Controla el hombre la naturaleza? Es nuestra intención reflexionar sobre el importante tema del cambio de ciclo o transición planetaria que tanto da que hablar y es objeto de multitud de planteamientos.
Algunos de ellos son serios, otros más frívolos, pero todos ellos basados no sólo en conocimientos o certezas, sino en impresiones y realidades que se viven a diario en nuestra sociedad actual.
Si únicamente recurrimos a la historia, la paleontología, la arqueología y otras ciencias que estudian el pasado de la humanidad, encontraremos asombrosos restos de civilizaciones perdidas que se remontan hasta hace 35.000 años. Datación muy lejana de la que nos hablan las religiones, las filosofías y la prehistoria en sí misma.
Cada vez está más claro dentro de la investigación del pasado humano el hecho de que multitud de civilizaciones tuvieron su hábitat en la Tierra mucho antes de las civilizaciones mesopotámicas, indostánicas, chinas o egipcias. Cuando alguien habla del continente perdido de la Atlántida lo sitúa aproximadamente hace 10 o 12.000 años.
Cuando nos explican la posibilidad de la desaparición del continente denominado Lemuria, nos indican que muy posiblemente tuvo lugar hace 20 o 30.000 años.
Todo eso no hace más que confirmar el hecho de que el hombre habitó la Tierra desde hace milenios; y que los restos de la prehistoria y protohistoria debemos situarlos cada vez más lejos en el tiempo.
Como ya es sabido hoy por los antropólogos, el homo sapiens sapiens, no apareció como una única raza sobre la Tierra, sino que muy posiblemente coincidió en el tiempo con otras razas humanas dotadas ya de inteligencia.
Se sabe que los neardhentales y los homos sapiens fueron contemporáneos. Y esto nos indica que aunque su localización geográfica era distinta, unos en Europa y otros en África, también nos confirma que en otros lugares del planeta pudieron existir otras razas como los denisovanos, en China, India, etc., al mismo tiempo.
Transformación y catarsis planetaria
Es cada vez más evidente que los sucesivos cambios climatológicos, sísmicos, orogénicos y telúricos, dieron lugar a la desaparición de continentes bajo las aguas o los hielos. Durante milenios esto vino ocurriendo así y la formación de los continentes, la tectónica de plazas y la geología así nos lo confirma. Estos hechos propiciaron la desaparición de antiguas civilizaciones y dieron origen a los mitos y leyendas (el diluvio universal, etc.) Los restos arqueológicos y paleontológicos confirman todo esto.
Hay científicos que incluso avanzan que durante millones de años la Tierra estuvo igualmente condicionada por fenómenos exteriores, no sólo en su formación sino en el mantenimiento de la vida. Baste como ejemplo citar la teoría de que los dinosaurios desaparecieron de la faz de la Tierra hace 65 millones de años por el impacto de un enorme asteroide que vino del espacio y generó una serie de cataclismos y nube tóxica, un invierno de oscuridad y destrucción que duró varias décadas y acabó con la vida de multitud de especies del planeta.
Sea como fuere, lo que es probado y no admite discusión es que nuestros ancestros vivieron sobre la Tierra multitud de cambios y la aparición y desaparición de civilizaciones. Las migraciones de las distintas razas poblaban nuevas tierras que iban surgiendo al mismo tiempo que se producía la desaparición de otros continentes.
Nuestro planeta, como organismo vivo que es, tiene sus ciclos y periodos. Ni siquiera hoy, con el avance tecnológico-científico que se nos supone, somos capaces de controlar los fenómenos de la naturaleza. Si acaso únicamente prevenirlos; podemos verlos venir en algunas ocasiones, no siempre, pero indudablemente no podemos evitarlos. Terremotos, tsunamis, aparición de volcanes, desaparición y aparición de nuevas tierras es algo que el hombre del siglo XXI no puede ni evitar ni controlar.
La cuestión atmosférica
Lo mismo ocurre con la cuestión atmosférica. La climatología es una ciencia extraordinaria que se basa principalmente en la estadística, aunque pueda parecer lo contrario. Las previsiones meteorológicas son siempre a corto plazo; y es siempre la estadística la que acude al socorro de los meteorólogos para definir los climas y las probabilidades. Aunque los criterios de medición que ofrecen los satélites para evaluar los huracanes, las tormentas, los tifones, los anticiclones y borrascas, etc. son muy precisos, nunca pueden determinar con exactitud las consecuencias o variabilidad del fenómeno atmosférico.
Esto ocurre porque, aunque se conoce la causa que origina el fenómeno, y pueden detectarse y prevenirse a corto plazo, nunca se sabe cómo evolucionará con total exactitud, aunque cada vez sean más precisos los cálculos y los efectos que pueden estudiarse. Conocemos a la perfección los efectos, pero ignoramos la causa profunda de los mismos.
Pretendemos con todo esto confirmar que los cambios en la superficie del planeta, cuando son de gran magnitud, son previsibles pero nunca controlables. A pesar de la ciencia actual, nunca podremos evitar la colisión de un meteorito gigante, la irrupción de un tsunami devastador o el hundimiento de un continente derivado de la fricción de la tectónica de plazas o el vulcanismo.
Esto nos lleva a la reflexión de que el hombre, en pleno siglo XXI, se cree en poder de la verdad absoluta y del control de la naturaleza, cuando podemos comprobar que esto está todavía muy lejos de producirse. Aunque duela en el orgullo de multitud de hombres de ciencia, nuestro planeta es incontrolable en sus manifestaciones físicas. Hoy igual que hace 50.000 años, nadie puede evitar las consecuencias de hechos devastadores que afecten a una parte o a la mayor parte de la humanidad. Como mucho somos capaces de detectarlo, nunca de evitarlo.
El misterio de las fuerzas de la naturaleza se va desvelando con el paso del tiempo, pero muchas de las causas que dan origen a multitud de fenómenos todavía no son controlables por la humanidad. Si en el pasado desaparecieron continentes y surgieron otros nuevos de la noche a la mañana, lo mismo puede acontecer mañana mismo sin que podamos evitarlo. Si en el pasado multitud de razas se extinguieron y aparecieron otras nuevas, mestizas, o como consecuencia de su perdurabilidad en el tiempo, hoy podría ocurrir algo parecido.
Los cambios en la naturaleza
En El Libro de los Espíritus de Allan Kardec se explica el procedimiento de desarrollo y control de los fenómenos naturales atmosféricos y climáticos. En otras obras espíritas se aclara que mentores espirituales de alta graduación se valen de los llamados “elementales” (espíritus en una fase de pre-evolución que son utilizados para tales fines hasta que pasen a un estadio evolutivo superior) para impulsar cambios en la naturaleza de gran repercusión. Las fuerzas de la naturaleza guiadas por las planificaciones y directrices de lo Alto, previenen con antelación muchas de las transformaciones, cambios y necesidades que la Ley de Destrucción establece para que la evolución del planeta y de sus humanidades se dirijan por los cauces que la Ley Universal establece.
En ello interviene también el libre albedrío del Ser Humano, que con su actuación sobre la Tierra y la explotación abusiva de los recursos que ella provee, además de la contaminación y degeneración ecológica que contemplamos hoy, generan las causas que la Ley de Acción y Reacción registra para retornar los efectos perniciosos de nuestro mal uso del Libre Albedrío a la hora de dañar el planeta.
El planeta Tierra está siendo perturbado, envenenado y destruido poco a poco, paulatinamente. La polución, la liberación del C02 a la atmósfera procedente de las industrias y el consumo, la desertización, el aumento de la temperatura del planeta, el deshielo de los polos, la deforestación, la destrucción de la capa de ozono, etc., son el origen del cambio climático que ya nadie niega. Y que en muy poco tiempo, apenas 50 años según eminentes científicos, modificará sustancialmente el paisaje terrestre, la forma de vivir sobre nuestro planeta y por ende nuestras propias vidas y las de nuestros descendientes.
Ya que las élites políticas y económicas no se atreven a afrontar el problema, el futuro que se presenta a las nuevas generaciones no es solamente incierto, sino completamente devastador. Ya nunca admirarán las condiciones de vida del planeta de hace algunas décadas y sin duda heredarán una naturaleza completamente desconocida para nuestros ancestros. La autodestrucción sigue su ritmo de forma creciente y la humanidad se encuentra adormecida por el cortoplacismo de las conquistas materiales inmediatas, sin siquiera pretender mantener en las mismas condiciones el planeta que heredaron de sus abuelos.
Una profunda crisis moral de la humanidad
Esta crisis, que muchos denuncian y aún los ignorantes se empeñan en negar por sus intereses egoístas, no es más que el primer reflejo del cambio profundo que se avecina a nuestra casa llamada Planeta Tierra.
Junto a todo ello, estamos en condiciones de asegurar que los procesos políticos, económicos, de superpoblación, de mayor desigualdad en la distribución de la riqueza y de profunda crisis moral de la humanidad derivada del embrutecedor materialismo y hedonismo fomentado por las sociedades actuales, llevarán a la auténtica catarsis de esta humanidad en pocas décadas.
Es evidente que las élites querrán resistir a los cambios al estar instaladas en el poder de decisión y la comodidad de sus situaciones egoístas. Pero esto también caerá por su propio peso cuando el irrespirable ambiente del egoísmo, que deriva en la violencia más extrema al intentar preservar sus privilegios, lleve al hombre al enfrentamiento sin miedo a perder nada.
Podemos ver por doquier la crisis moral, económica y social que se extiende como la pólvora en los países más avanzados, social y políticamente más fuertes. Los movimientos migratorios, cuya causa principal es la insolidaridad del mundo desarrollado para con los pueblos sometidos, es cada vez mayor, y por ello no hay muros ni vallas que detengan el hambre y la necesidad por un porvenir mejor para ellos y sus familias necesitadas.
El cambio social se advierte también de forma profunda en las propias conciencias de los seres humanos. La cultura del hedonismo y del egoísmo lleva al ser humano a intentar obtener a cualquier precio los placeres y el bienestar que demanda de la forma que sea, incluso sometiendo, rebajando o eliminando los derechos de aquellos más débiles que no pueden defenderse y que son objeto de escarnio y expolio constante.
El desenfreno materialista
Pero estas actitudes de desenfreno materialista generan a su vez en el interior del ser humano la frustración, debido a que los deseos que se convierten en necesidades cada vez son más grandes, y psicológicamente nos vemos esclavizados a ellos, suponiendo un trauma y una gran frustración cuando no conseguimos nuestros objetivos. Esto deriva en la ansiedad, las neurosis, las depresiones y las enfermedades mentales que son las patologías que con mayor rapidez y virulencia se extienden por las sociedades económicamente más avanzadas.
Un estudio reciente y pormenorizado de este tema en la sociedad americana revela que, al menos un 20% de estadounidenses toman diariamente medicación para el tratamiento de las diversas patologías psiquiátricas. Y al menos la cuarta parte de la sociedad americana, unos 80 millones de personas, tiene diagnosticada una enfermedad mental.
La frustración al buscar la felicidad en las cosas materiales, y la esclavitud que esta provoca, aumentando el deseo y perturbando la razón al no encontrar nunca satisfacción, dispara los índices de suicidios en los países desarrollados. La estadística sobre este hecho son alarmantes en gran cantidad de países, que ocultan cifras a propósito para evitar el conocimiento de esta pandemia a nivel mundial que se ceba principalmente en los países ricos.
Las fugas psicológicas, así como los vicios sociales, la drogadicción, la adicción al sexo descontrolado, el alcoholismo, etc generan enormes perturbaciones en el sistema emocional y mental de los individuos, llevándolos a estados alienantes que les hacen prácticamente perder el control de sus propias vidas; siendo esclavos permanentes del vicio que les domina.
Y mientras todo esto acontece, nadie parece darse cuenta de que la auténtica realidad inmanente en el propio ser es la que puede ser capaz de otorgar la felicidad y la armonía al equilibrar los pensamientos, controlar las emociones y canalizar los deseos únicamente hacia aquellas necesidades evolutivas de orden superior, impidiendo que se conviertan en los ladrones de nuestra libertad individual; de pensar y de actuar.
Cada vez con más frecuencia el ejercicio de pensar por sí mismo se encuentra más penalizado por las élites dominantes. No interesa que la gente piense o discierna por sí misma, pues de esa manera son fácilmente manipulables, y así, bajo la falacia de la “aparente libertad de elegir lo que las modas les sugieren” se convierten en consumidores sin criterio propio, distraídos en su propia comodidad y satisfacción inmediata, a los que se les inculca a través de la ingeniería social lo que tienen que pensar, comprar, sentir o actuar, en vez de desarrollar su propio juicio y convertirse en ciudadanos del mundo.
“Pensar es difícil, por ello el hombre prefiere juzgar”
(Carl G. Jung – padre de la Psicología analítica)
Necesidad de un cambio radical
Desde la naturaleza hasta el hombre, vamos comprobando la enorme crisis, la profundidad y complejidad de los tiempos que se avecinan. Solamente un cambio radical en la concepción de entender la vida y el mundo que nos rodea puede salvar al planeta de su propia autodestrucción, y a los individuos de su propia muerte.
Ese cambio no vendrá nunca del exterior, ni de las instituciones políticas o económicas. Ese cambio debe comenzar por el propio individuo. Para que la sociedad cambie es preciso cambiar cada uno interiormente, modificando conductas egocéntricas y materialistas por otras altruistas y de pleno convencimiento sobre los valores superiores de la Vida: la solidaridad, la amistad, la confianza, el respeto, la libertad de pensamiento y actuación, el perdón y el amor.
Este último es la clave de bóveda de la transformación social. No existe otro antídoto superior. Respetando la regla de oro de la antigüedad “no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan”, se construyen sociedades, civilizaciones y planetas en armonía y equilibrio con las leyes físicas y espirituales.
La Ley de Acción y Reacción
La naturaleza obedece a la Ley Universal de Acción y Reacción. Y el alma humana se encuentra vinculada a esa misma ley desde que aparece sobre la Tierra. Si albergamos la esperanza de un presente saludable y armonioso y un futuro esplendoroso para los que vienen detrás, deberemos comprometernos en construir las bases sobre las que asentarlo.
Estas son de dos tipos, unas internas y otras externas. Las primeras tienen que ver con la reforma íntima del ser humano, procurando trabajar en el bien y contagiar nuestro círculo de influencia, familia, amigos, etc.
Las segundas, a raíz de nuestro compromiso con la Vida Buena y no con la Buena Vida, trasladar a la sociedad la necesidad de invertir esfuerzo y energías en el desarrollo de la fraternidad, la solidaridad y la justicia. Mediante el desarrollo de estas cualidades y su proyección social podremos incidir en las instituciones y aquellos que las representan para exigir un cambio en las condiciones de vida del Planeta, que es de todos.
Otro aspecto perturbador que frena la evolución humana es el acendrado individualismo instalado en la conciencia de muchos como reflejo del egoísmo pretérito y de los estímulos del presente. Una sociedad justa, sin desigualdades sería la meta a conseguir. Pero esto es justamente lo contrario del individualismo que domina a las personas, pues se nutre del egoísmo que impide compartir, que rechaza la solidaridad, la caridad, la fraternidad, etc. La soledad es hoy una pandemia social que tiene su origen en el egoísmo y el individualismo.
La desigualdad moral entre los indivíduos es la clave para las injusticias que hoy se ven por doquier en todos los países. Esta desigualdad tiene que ver con el estado evolutivo de los espíritus que viven en la Tierra, todavía no muy adelantados en el campo espiritual. Tanto es así que mientras no haya una auténtica modificación y transformación moral de los seres humanos, las injusticias, los conflictos, las persecuciones, la miseria y el abandono seguirán pululando por la Tierra.
El organismo social sólo puede modificar los factores degenerativos que lo corrompen y perjudican mediante la implantación del amor en el corazón del ser humano. Un profundo amor al prójimo y la naturaleza, consciente de sus deberes y del respeto debido a los derechos propios y ajenos.
Las revoluciones sociales que pretenden cambiar el orden social, si tienen éxito, dejan tras de sí un reguero de muertes y derriban a la clase dominante para sustituirla por otra, todavía más dominadora y cruel. Esta es una de las lecciones de la historia que no podemos olvidar. Si la revolución se asienta sobre el materialismo, antes o después fracasa. Por ello, todo movimiento de cambio social que no tenga presente el componente espiritual, la presencia de una Mente Creadora llamada Dios, que impregna todo el Universo físico y Espiritual y su representación divina: el alma humana inmortal, está condenado al fracaso.
El poder transformador del Amor
Si hablamos de ideologías, ni capitalismo, ni socialismo, ni liberalismo, ni nada que se le parezca pueden competir con el mayor fenómeno ideológico transformador: El Amor del que hablábamos, que cohesiona la familia, base de una sociedad sana y equilibrada, que permite igualmente la fraternidad y solidaridad entre los hombres, creando los lazos de equilibrio y armonía necesarios para el progreso del grupo social.
La Tierra es un planeta de Expiación y Prueba, inmerso en un periodo de transformación hacia un mundo de regeneración, y el predominio del egoísmo es el principal responsable de los sufrimientos y aflicciones que padecen millones de personas. Factores sociales y económicos facilitan la aparición de las tendencias inferiores de los individuos llevándolos a desequilibrios emocionales y mentales de gravedad. Y todo ello acontece porque sin un sentido moral de la existencia, sin saber distinguir entre el bien y el mal, el ser humano pierde el norte del discernimiento y le cuesta diferenciar lo cierto de lo equivocado, cayendo con frecuencia en el crimen y en el vicio.
No obstante la evolución del alma humana y del planeta en que habitamos es inevitable. Pues ambas forman parte del mecanismo de la Ley de Evolución que rige la Vida en todos los lugares del Universo. Por ello, la Nueva Era ya está instalada en millones de mentes y corazones de seres humanos que saben que la Tierra se encamina a un estadio superior. Un mundo donde la maldad y el crimen desaparecerán al ser desterrados espiritualmente los individuos que los albergan, y se priorizará la acción del bien y el cultivo de los deberes y las virtudes.
Este proceso en el que ya estamos inmersos desde hace algunas décadas, lleva un camino paulatino acogido a la planificación espiritual efectuada con anterioridad. Cuando el hombre comprenda que la legítima y necesaria búsqueda de la felicidad es posible, entonces despertará para valorarse a sí mismo, desarrollará el auto-amor y con ello el amor al prójimo. Entenderá entonces que buscar la felicidad egoísta para uno mismo termina en esquizofrenia y cuando es compartida en grupo, ayudándose mútuamente mediante el afecto y la fraternidad, se convierte en una manifestación divina que enaltece al hombre de forma plena.
Transición planetaria
Por ello la esperanza de un nuevo orden social en la Tierra sólo puede acontecer bajo la transformación moral del ser humano. No existe otra posibilidad. La comprensión de las leyes naturales y morales que explican la evolución del alma nos confirma que el progreso y adelanto de las sociedades es paralelo al de los espíritus que habitan los planetas.
Todo se articula en el universo mediante el orden y el encadenamiento de los sucesos para impulsar la evolución. Por ello, el control de la naturaleza no nos es posible por ahora. Es necesario primero el cambio interior de los individuos para que pueda producirse el cambio global en la sociedad.
En esta etapa trascendental nos encontramos, un tiempo de catarsis, pandemias, crisis y guerras, pero también un tiempo de esperanza. Aquí la llegada del mundo de regeneración que necesitan los espíritus pobladores de la Tierra se acompaña con la aceleración de los procesos naturales, a fin de que la evolución de la población espiritual de la Tierra (encarnados y desencarnados) alcancemos el punto necesario impulsados por la Ley de Destrucción (transformación) encargada de esa importante tarea, para llevarnos al nuevo mundo de regeneración que nos espera mediante el esfuerzo personal y la indispensable transformación moral.
«La Evolución Material de los mundos y la Evolución Espiritual de las almas son paralelas, concordantes y se explican la una por la otra.»
(Pitágoras, filósofo y matemático del S. VI a. C)
Antonio Lledó Flor
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