El egoísmo
El Cebolletas era un chico con forma de globo de la clase de Guigui el Guisante. Tenía un carácter ácido. Vivía con su madre en el cajón de las frutas, porque no le gustaba juntarse con las demás verduras. Solo tenía dos amigos, Carlos Calabacín y Jaime Jalapeño, las únicas verduras que no le desagradaban.
Ellos eran los gamberros de clase, siempre buscaban pelea y siempre hacían bromas de mal gusto. Como tenía muchas capas, nadie le llegaba al corazón. Al Cebolletas le caía especialmente mal Pepe Patata, porque, mientras que él practicaba boxeo, Pepe Patata prefería jugar al tenis, lo que le parecía un deporte sin emoción ni riesgos.
Un día, el Profesor Naranja mandó unos ejercicios de sumas y restas para que los hicieran en clase. Todos los alumnos iban más o menos bien, salvo Pepe Patata. Pese a ser un as en los deportes, se le daban muy mal matemáticas y lengua. El Profesor Naranja se dio cuenta enseguida de los problemas de su alumno y dijo:
– A ver… Tú, señor Cebolletas, ve a ayudar al señor Pepe Patata, por favor – Una mueca de rabia emergió en la cara del Cebolletas al oír esto. Su forma de pensar y actuar tenía como objetivo un beneficio propio. ¿Qué ganaría enseñando a Pepe Patata?
-¡¿Hala, y eso por qué?! ¡Como si me fuera a juntar yo con esa Patata!
De repente, una mano corta se posó sobre el hombro de Pepe Patata y apareció una figura rellenita y verde detrás de él. Era Guigui el Guisante. Él era de los mejores de la clase en matemáticas y, aun así, siempre quería ayudar a los demás.
– Cebolletas, ¿por qué no ayudas a Pepe? Ayudar a los demás es parte de una buena vida.
– ¡No quiero y ya está! Que lo haga otro.
– No pasa nada. Lo haré yo -Dijo de buena gana.
– Está bien -zanjó el Profesor Naranja.
Guigui el Guisante se pasó toda la clase ayudando a Pepe Patata con los ejercicios y Pepe acabó entendiendo cómo se hacían esas operaciones.
El Profesor Naranja acabó satisfecho por el buen trabajo y ejemplo de Guigui el Guisante.
En cambio, el Cebolletas empezó a sentirse mal consigo mismo por haber sido egoísta y no haber ayudado a Pepe Patata. Al final, fue a hablar con Guigui el Guisante.
-¿Cómo lo haces? ¿Cómo ayudas tanto a la gente sin esperar nada a cambio?
-Es que las buenas acciones salen del fondo del corazón. La satisfacción del alma es suficiente para mí. No cuesta nada ayudar a los demás, si compartes conocimiento te enriqueces tú y les alegras el día, ¿sabes? Pruébalo y verás.
-Ya veo…
Entonces, el Cebolletas pensó que había estado equivocado desde el principio. Sin embargo, él no quería cambiar, no quería ayudar a los demás si no obtenía algún beneficio. Para disimular sus verdaderas intenciones, dijo:
-Está bien. Lo intentaré – Mientras fingía una sonrisa.
Pasados unos días, ocurrió otra situación que lo puso a prueba.
El Cebolletas fue a entrenar al gimnasio de siempre, que quedaba en la esquina de la zona de las botellas. Al salir se cruzó con Carlos Calabacín. Al saludarse, Carlos le pidió los guantes de boxeo prestados porque quería probar ese deporte.
A pesar de que el Cebolletas quería negarse en rotundo, pues no prestaba lo que era suyo, decidió prestárselo siempre y cuando consiguiese algo a cambio.
-¡Claro! Pero solo si cuando me los devuelvas me traes mi helado favorito de la Heladería Eladio.
Entristecido, Carlos Calabacín respondió:
-Es que llevo el dinero justo para la clase de boxeo… Pero no te preocupes, seguro que me las apañaré.
El Cebolletas notó por primera vez cómo se le encogía un poquito el corazón de pena y de ese corazoncito nació casi sin que se diese cuenta:
-¡No, no, Carlos! Cómo te vas a quedar sin guantes por eso. Anda, anda, cógelos. Mañana quedamos en la Heladería Eladio y yo te invito al helado, así me cuentas qué tal ha ido la clase.
Carlos Calabacín le dio un abrazo sincero a su amigo y salió trotando de felicidad hacia el gimnasio. Mientras, el Cebolletas recordó la buena acción de Guigui el Guisante y entendió que la enorme satisfacción que le producía compartir era todo el beneficio que necesitaba.
Así, el Cebolletas se convirtió en alguien que ayudaba siempre a aquellos que lo necesitaran y comprobó por sí mismo la bondad que tenía escondida en su corazón.
En El Evangelio según el Espiritismo, capítulo 11, Amar el prójimo como a sí mismo, ítem 11, encontramos que el egoísmo es un sentimiento que viene del orgullo, ya que piensas que eres mejor que los demás.
Es la negación de la caridad, y, por eso, el más grande obstáculo para la felicidad de las personas.
El espiritismo es moralizador y promueve la comprensión de la vida, ayudándonos a que hagamos mejores acciones en nuestro día a día.
© Copyright 2020 Cláudia Bernardes de Carvalho
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Bibliografía
Kardec, A., El Evangelio según el Espiritismo
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