El interés personal
Seguramente, para profundizar en un análisis de la conducta humana y la necesidad que todos poseemos de mejorar como seres humanos, espíritus en evolución, deberíamos plantearnos primero cuáles son los signos característicos de los entorpecimientos a los que nos enfrentamos, es decir, las imperfecciones morales que impiden ese avance para poder localizarlas y combatirlas con conocimiento de causa.
En el ítem 895 del Libro de los Espíritus, Allan Kardec indagó sobre las imperfecciones humanas con la siguiente pregunta: ¿Cuál es el signo más característico de la imperfección?
A lo cual, los espíritus responden con mucha claridad y sabiduría lo siguiente: “El interés personal. Las cualidades morales son con frecuencia como el dorado que se coloca sobre la superficie de un objeto de cobre y que no resiste a la piedra de toque. Un hombre puede poseer cualidades reales que lo convierten, a los ojos de la sociedad, en una persona de bien. Pero esas cualidades, aunque sean por sí mismas un progreso, no siempre soportan ciertas pruebas, y basta en ocasiones pulsar la nota del interés personal para que el fondo quede al descubierto. El verdadero desinterés es tan raro en la Tierra que, cuando se hace presente, se le admira como a algo extraño.
El apego a las cosas materiales es un notorio signo de inferioridad, porque cuanto más aferrado se halla el hombre a los bienes de este mundo tanto menos comprende su destino. En cambio, por su desinterés prueba que contempla el porvenir desde un punto de vista más elevado”.
Esta respuesta tan bien desarrollada por el mundo espiritual se presta a una profunda reflexión por su calado e interés general.
Podemos ver la estrecha relación que existe entre el “interés personal” y la “imperfección”. Si nos paramos por un momento a pensar en las diferentes imperfecciones humanas: egoísmo, orgullo, vanidad, envidia, celos, etc., en todas ellas subyace ese interés más o menos oculto.
Sin duda que el interés personal parte de un principio natural, que es el instinto de conservación en su sentido más amplio: “En unos es puramente mecánico; en otros, racional” (L. E. – 702). “Porque todos deben cooperar en los designios de la Providencia. Por eso Dios les ha dado la necesidad de vivir. Además, la vida es necesaria para el perfeccionamiento de los seres” (L. E. – 703).
En el ser humano, ese instinto natural se racionaliza. La vida se convierte en un objetivo que progresivamente se torna cada vez más consciente, más nítido, en relación al papel que el individuo juega en la consecución de la obra de Dios. Se trata de una necesidad vital imprescindible para el crecimiento de todos los seres en dirección hacia la perfección.
De ese modo, una vez las necesidades propias están cubiertas: “Todo lo necesario es útil; lo superfluo nunca lo es” (L. E. – 704), todo lo demás ha de ser administrado y revertido a la sociedad a la que uno se debe, lo cual siempre trae consecuencias positivas para quien da, aunque esta no sea su intención, su propósito inicial.
Pero volviendo a la respuesta que le dan a Kardec reseñada al principio de este artículo, observamos que cuando el interés personal no se ve amenazado o comprometido, generalmente se actúa con corrección. Son las formas, los convencionalismos, las normas sociales puestas en práctica. Puede ser una expresión de la máscara de la que nos habla la psicología moderna; es decir, mostrar una imagen agradable, socialmente correcta a la vista de otros; un disfraz para evitarse problemas, o incluso, para esconder otras intenciones interesadas; tal vez un mecanismo de defensa, o también una manera de ocultar conflictos del pasado mal resueltos.
Ahora bien, para ser autentico y honesto con uno mismo y con los demás, para actuar con total desinterés, se necesitaría de una amplitud de miras que muy pocos consiguen lograr. Son aquellos cuyas metas trascienden a lo puramente material, superando miedos, prejuicios, barreras.
Del mismo modo, en la medida en que el ser se “desapega” de las cosas materiales, comprende mejor su destino. Toma conciencia de que una existencia es apenas un instante en el largo proceso de crecimiento interior. Todo es transitorio y, por ello, merece la pena trabajar en los objetivos imperecederos del espíritu, que en definitiva es lo único real y positivo que se llevará de este mundo físico. En palabras del jesuita, geólogo y paleontólogo Pierre Teilhard de Chardin:
“No somos seres humanos con una experiencia espiritual; somos seres espirituales con una experiencia humana”.
Si somos capaces de entender bien el pensamiento de este notable pensador del siglo XX, habremos dado un paso muy importante en nuestras vidas.
También significa“ponerse en manos de Dios”, confiar en Él, trabajar diariamente, esforzándose por ser mejor; ahí radica lo importante. Estamos escribiendo lo que será nuestro destino, sin adornos, sin teorías huecas ni idealismos banales. Es una porción de realidad que nos golpeará suave o ásperamente en el futuro; depende de nosotros, de lo que hagamos en el aquí y ahora.
Es preciso mucho coraje para sustituir el interés personal por el altruismo, la abnegación, hasta incluso el sacrificio. El placer de hacer el bien por el bien mismo, resguardándose en la medida de lo posible del exhibicionismo; actuando con verdadera discreción; se trata de una paz y una satisfacción interior que no precisa de testigos, una actitud ante la vida de servicio, de no reclamar, no juzgar; de aceptación de la “cruz” personal e intransferible.
“En razón de esa belleza impar, que se encuentra en las palabras iluminativas del Maestro, El Evangelio permanece como sublime código de ética e incomparable tratado psicoterapéutico para las angustias y dolores contemporáneos.” (José María Fernández Colavida; psicografía de Divaldo Pereira Franco, 21 febrero 2009).
Como bien nos indica “el Kardec español”, es preciso beber de la fuente principal que es el Evangelio; cuando lo analizamos y estudiamoscon verdadero interés encontramos ahí las respuestas que necesitamos. No se puede convertir en una lectura rutinaria, sino más bien en la mejor manera de recordar regularmente al Modelo más perfecto que ha pasado por la Tierra. Él es el manantial de inspiración donde se debe beber para imitarlo en la medida de nuestras posibilidades, desarrollando esas virtudes que son esos soles que nos habrán de iluminar, cual faros perpetuos que nos señalan el camino de la ascensión en dirección a nuestro Padre, y al reencuentro fraternal con nuestros hermanos, a la felicidad plena.
José Manuel Meseguer
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