Una leyenda egipcia en la cual podemos sacar un gran aprendisaje.
En el centro del hermoso jardín, había un gran lago adornado de ladrillos azul turquesa.
Alimentado por un diminuto canal de piedra, traía las aguas del otro lado, a través de una reja muy estrecha.
En ese reducto acogedor, vivía toda una comunidad de peces rollizos y satisfechos, en complicadas cuevecitas frescas y sombrías.
Eligieron a uno de los conciudadanos de grandes aletas para los encargos de rey, y vivían allí, plenamente despreocupados, ente la gula y la pereza.
Entretanto, junto a ellos, había un pececito, menospreciado de todos.
No conseguía pescar la más leve larva, ni refugiarse en los nichos de barro.
Los otros, voraces y gordinflones, arrebataban para sí todas las larvas y ocupaban, displicentes, todos los lugares consagrados al descanso.
El pececito rojo nadaba y sufría. Por eso mismo era visto, en correría constante, perseguido por la canícula o atormentado de hambre.
No encontrando ningna estancia en el amplio domicilio, el pobrecito no disponía de tiempo para mucho ocio y comenzó a estudiar con bastante interés.
Hizo el invetario de todos los ladrillos que adoraban los bordes del pozo, registró todos los huecos existentes en él, y sabía con precisión, donde se reuniría la mayor masa de lodo cuando llovía.
Después de mucho tiempo, a costa de largas investigaciones, encontró la reja del desagüe.
Frente a la imprevista oportunidad de aventura, se dijo a sí mismo:
-«¿No será mejor investigar la vida y conocer otros lugares?» Optó por la investigación.
A pesar de su delgadez por la mala alimentación, perdió varias escamas, con gran sufrimiento, para poder atravesar el pasaje estrechísimo.
Pronunciando votos renovadores, avanzó, optimista, por la corriente de agua, encantado con los nuevos paisajes, ricos de flores y sol que lo tenía ante sí, y siguió embriagado de esperanza…
Pronto alcanzó un gran río e hizo innumerables conocimientos.
Encontró peces de muchas familias diferentes, que simpatizaron con él , instuyéndole, en cuanto a las dificultades de la marcha y revelándole caminos más fáciles.
Embebido, contempló, en las márgenes, hombres y animales, embarcaciones y puentes, palacios y vehículos, cabañas y arboledas.
Habituado con lo poco, vivía con extrema simplicidad, sin perder jamás la ligereza y la agilidad naturales.
Consiguió, de ese modo, alcanzar el océano, ebrio de novedad y sediento de estudio.
Mientras, fascinado por la pasión de observar, se aproximó a una ballena para quien toda el agua del lago, en el que viviera, no sería más que diminuta ración; impresionado con el espectáculo, se acercó a ella más de lo que debía y fue tragado con los elementos que le constituían la primera comida del día.
En apuros, el pececito afligido oró al Dios de los Peces, rogando protección en las fauces del monstruo y, a pesar de las tinieblas en que pedía salvamento, su oración fue oída, porque el cetáceo comenzó a sollozar y vomitó, restituyéndolo a las corrientes marinas.
El pequeño viajero, agradecido y feliz, buscó compañias más simpáticas y aprendió a evitar los peligros y tentaciones.
Plenamente transformado en sus concepciones del mundo, pasó a observar las infinitas riquezas de vida.
Encontró plantas luminosas, animales extraños, estrellas móviles y flores diferentes en el seno de las aguas.
Sobre todo, descubrió la existencia de muchos pececitos estudiosos y delgados, tanto como él, junto a los cuales se sentía maravillosamente feliz.
Vivía, ahora, sonriente y en calma, en el Palacio de Coral que eligiera, con centenares de amigos para residencia dichosa, cuando al contar su laborioso pasado, vino a saber que solamente en el mar las criaturas acuáticas disponían de sólida garantía, ya que, cuando el estío se hiciese más arrasador, las aguas de otra altitud continuarían corriendo hacia el océano.
El pececito pensó, pensó… y sintiendo inmensa compasión de aquellos con quien convivió en la infancia, deliberó consagrarse a la obra de su progreso y salvación.
¿No sería justo regresar y anunciarles la verdad? ¿No sería noble ampararlos prestándoles, a tiempo, valiosas informaciones?
No lo dudó.
Fortalecido por la generosidad de hermanos benefactores que vivían con él en el Palacio de Coral, emprendió el largo viaje de vuelta.
Volvió al río, del río se dirigió a los regatos y de los regatos se encaminó a los canales que le condujeron al primitivo hogar.
Esbelto y satisfecho como siempre, por la vida de estudio y servicio a la que se consagraba, paró en la reja y buscó, ansiosamente, a los compañeros.
Estimulado por la proeza de amor que efectuaba, supuso que su regreso iba a causar sorpresa y entusiasmo general. Seguramente, la colectividad entera celebraría el hecho, pero, pronto verificó que nadie se movía en ese sentido.
Todos los peces continuaban pesados y ociosos, hartos en los mismos nidos lodosos, protegidos por flores de lotos, de donde salían apenas para disputar larvas, moscas o lombrices despreciables.
Gritó que volviera a casa, pero no hubo quien le prestase atención ya que nadie había notado allí su ausencia.
Apesadumbrado, buscó entonces, al rey de enormes agallas y le comunicó la reveladora aventura.
El soberano, algo entorpecido por la manía de grandeza, reunió al pueblo y permitió que el mensajero se explicase.
El benefactor despreciado, aprovechando la ocasión, aclaró, con énfasis, que había otro mundo líquido, glorioso y sin fin. Aquel pozo era una insignificancia que podía desaparecer, de un momento para otro.
Más allá del desagüe próximo, se desdoblaba otra vida y otra experiencia. Allá afuera, corrían regatos ornados de flores, ríos caudalosos repletos de seres diferentes y, por fin, el mar donde la vida aparece cada vez más rica y más sorprendente.
Describió las clases de tencas y salmones, de truchas y escualos.
Descubrió al pez luna, el pez conejo y el gallo de mar.
Contó que había visto el cielo repleto de astros sublimes y que descubrió árboles gigantescos, barcos inmensos, ciudades playeras, monstruos temibles, jardines sumergidos, estrellas del océano y se ofreció para conducirlos al Palacio de Coral, donde vivirían todos prósperos y tranquilos.
Finalmente, les informó que semejante felicidad tenía igualmente su precio.
Todos deberían adelgazar, convenientemente, absteniéndose de deborar tanta larva y tanto gusano, en las grutas oscuras, y aprendiendo a trabajar y estudiar tanto como fuese necesario para la venturosa jornada.
Tan pronto terminó, escuchó un coro de carcajadas estridentes.
Ninguno creyó en él.
Algunos oradores tomaron la palabra y afirmaron, solemnes, que el pececito rojo deliraba, que otra vida más allá del pozo era francamente imposible, que aquella historia de riachuelos, ríos y océanos era simple fantasía de cerebro demente, y algunos llegaron a declarar que hablaban en nombre del Dios de los Peces, que traía los ojos vueltos hacia ellos únicamente.
El soberano de la comunidad, para ironizar mejor al pececito, se dirigió, en compañía de él, hasta la reja del desagüe y exclamó:
-«¿No ves que n
o cabe aquí ni una sola de mis aletas?¡Gran tonto! Vete de aquí! no nos perturbes el bienestar…Nuestro lago es el centro del Universo… ¡Nadie posee vida igual a la nuestra!…»
Expulsado a golpes de sarcasmo, el pececito realizó el viaje de retorno y se instaló, definitivamente, en el Palacio de Coral, aguardando el tiempo.
Después de algunos años apareció pavorosa y debastadora sequía.
Las aguas descendieron de nivel. Y el pozo donde vivían los peces, panzudos y vanidosos, secó, llevando a la comunidad entera a perecer, atollada en el lodo.
Así es el espiritismo que abre las mentes por medio del conocimiento de las verdades espirituales de aquellos que lo estudian, entienden y practican sus enseñanzas. Esta doctrina luminosa es amor, es caridad, es entendimiento de los principios y reglas que rigen el Universo.
Quien alcanza este nivel de comprensión de la vida espiritual adquiere un sentimiento de responsabilidad de mostrar los conocimientos adquiridos a su prójimo, divulgar las realidades del Universo eso sí sin intentar convencer porque sabe que cada uno tiene un nivel evolutivo y se debe respetar.
Algunas personas como los pececitos displicentes, estan con sus vidas llenas de abundancia y peresosos quieren mantenerse en la ignorancia, apartados de Dios y sus Leyes, mientras otras como el pez bermejo se atreven al cambio y buscan las respuestas que llenan sus almas. Buscan a Dios y procuran mejorar interiormente, sus acciones y pensamientos.
Esta leyenda alegórica de nuestros hermanos egipcios contada nuevamente en un pasado reciente por un espíritu viene a ejemplificar la ayuda espiritual que recibimos de nuestros hermanos más adelantados ética y moralmente, que a lo largo del tiempo han venido a traer la aclaración y pruebas de la existencia del mundo espiritual. Los buenos espíritus de la codificación espírita nos mostran que nuestras actitudes tienen consecuencias, que la ley de amor es el único camino tal como enseñó Jesús. Estos hermanos apesar de disfrutar de las esferas más elevadas, vienen a ayudarnos, siguen explicándonos y guiándonos en el camino.
¿Eres de los que están dispuestos a abandonar vuestras costumes de ladrillos azules por aventurarse en las aguas abiertas llenas de oxígeno de amor y dispuestos a sedimentar una mudanza real hacia la fraternidad universal sin desprecios a Dios y cumpliendo con sus leyes?
Cláudia Bernardes de Carvalho
© Copyright 2022 Cláudia Bernardes de Carvalho
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Bibliografía
Kardec, A., El Evangelio según el Espiritismo
Kardec, A., El Libro de los Espíritus
Xavier, F.C., Liberación. La vida en el mundo espiritual
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