Excursión Espírita
Hacía un día algo soleado, algunas nubes rondaban el cielo, las aguas del Mar Mediterráneo estaban en calma como casi siempre suele pasar. Las olas soltaban sus energías revolviendo sus espumas blancas con tanta delicadeza que parecían acariciar la Tierra, como queriendo decirnos qué bello es vivir.
Las gaviotas surcaban en el azul infinito con su ímpetu y revoloteaban a la vez de forma elegante con su baile armónico, buscando desde lo alto el alimento que brota incesantemente de la Naturaleza.
El día prometía mucho aprendizaje, la expectativa era enorme, ¿Qué aprenderé hoy?, ¿Qué maravillas de la Verdad creadora nos van a exponer? La mañana discurría con normalidad, saludando a unos, abrazando a otros, las bienvenidas mañaneras por delante a los trabajadores y a los amigos del recinto.
A la hora estipulada, me adentré al gran salón, este que todos los años nos preparan desde la organización con tanto amor y cariño, este espacio donde se busca encontrar a Dios, donde los anhelos más elevados hacen acto de presencia, donde se desea abrir el corazón y se espera cargar las pilas en lo que creemos, divulgamos y amamos: el Espiritismo.
Las sensaciones son difíciles de describir, los sentimientos también, parece que las palabras humanas quedan cortas, ante las cosas del Más Allá, porque las bellezas de las alturas son especiales, son sutiles, quintaesenciadas y las energías son envolventes y cálidas.
El ambiente general del local se siente liviano, homogéneo, hay cargas de alegría, chispitas de amistad, polvitos de franqueza y copitos de Amor suspendidos en el aire y que parecían caer del techo como lluvia de esperanza.
Sin embargo, después de un tiempo dentro de la sala hacía frío, empecé a sentir frío, un frío algo incómodo que prontamente procuré soluccionar moviéndome un poco. Las gentes estaban sentadas en sus sillas blancas, de forma ordenada unos detrás de otros, buscando con el silencio prestar atención al ponente que con tanto cariño preparó su exposición.
Los temas que se estaban tratando en el día anterior y en este son complejos y profundos, pero todo con Jesús en el foco de las esperanzas se torna más fácil de absorber.
El conferenciante, con su voz fuerte y robusta, explicaba sobre su tema desde su experiencia y conocimiento, de forma llana y eficiente para alcanzar el mayor número de oyentes.
Todo era paz y calma, algunas veces el sacaba del público alguna risa, otras preguntaba a los asistentes creando una bonita interacción de participación del público en un diálogo sin distracciones, balizado por las directrices espíritas que nos brinda la codificación espírita. Todos, inclusive yo, estábamos absortos en la explicación con las ansias sanas de absorber lo máximo posible.
En un momento, algo empezó a enfriarme de forma más intensa el cuerpo, una sensación, para nada subjetiva, de frío que fue de forma paulatina in crescendo. En una fracción de segundos, percibí que no había paredes laterales, tan poco detrás de mí ninguna frontera se divisaba.
Percibí sin girarme o moverme de mi lugar la amplitud de la sala que ahora me parecía infinita.
La impresión era que los espacios se habían agrandado y no estaban los presentes en él.
Una gran cantidad de gradas estaban dispuestas en forma de peldaños escalonados desde mí haciá atrás.
Subían y subían hacia arriba formando un semicírculo que me recordaba a los anfiteatros romanos de nuestra historia.
El escenario permanencia tal cual, con su luz tenue, el azul índigo o cobalto prevalecía en el ambiente, favoreciendo la acogida y el bien estar. Sin embargo la luz en mi percepción era diferente, algo más cálida y trasmitía calor y confort. Ya no escuchaba la voz del interlocutor que estaba arriba junto al atril, sino el silencio de los presentes invisibles.
La paz interior absorbía mi ser y en este estado yo estaba feliz.
Las lágrimas empezaron a caerme descontroladas de los ojos, en una velocidad que me mojaron la vestimenta.
Intenté controlarme, intenté reflexionar, pero esta visión que para mí fue real, se apresuró en seguir enseñándome los misterios de lo que pasaba allí.
Vi grupos de personas, personas como nosotros, pero no eran iguales, parece esto contradictorio, pero así fue.
Eran almas, espíritus visitantes traídos para asistir al Congreso al que participábamos fisicamente todos los allí presentes.
Mi sentimiento fue de gratitud. Aquellos grupos tenían algunos orientadores iluminados que les explicaban y esclarecían sus dudas.
Un grupo de suicidas me llamó poderosamente la atención, uno de ellos decía, ¿por qué no supe esto antes, ¿por qué?, ¿por qué?…
Uno de los auxiliares explicó que todos tenemos la palabra al alcance, todos tenemos oportunidades infinitas de escuchar la Verdad, sin embargo, muchos, muchos de nosotros nos absorbemos en nuestros problemas y deseos, haciendo oídos sordos a la palabra de Jesús.
Pero, calmándole le dijo que habría oportunidad de reparación, que habría otra ocasión de estar entre nosotros, de reencarnar y así corregir sus actos.
Pude ver, además, como otros grupos de espíritus que habían tenido experiencias traumáticas, que habían sufrido, estaban escuchando con atención al expositor encarnado. Observaban y escuchaban con esmero, intentando absorber lo máximo, como hacíamos nosotros los encarnados. No vi displicencia, ni desprecio, vi cariño y amparo Divino.
Unos dos mil espectadores, me pareció a mí, cada uno con su pasado, todos con un futuro.
¡Qué Maravilla! ¡Qué Maravilla! ¡Es inevitable emocionarse, es inevitable creer en la bondad Divina, es inevitable amar!
Fue cuando en mi cabeza, en mí corazón escuché: Esta es la Excursión Espírita, que de diferentes lados ha venido a asistir al CONGRESO ESPÍRITA.
¡La sutileza del mundo espiritual en extender la mano para ayudarnos a mejorar es maravillosa!
En unos minutos ya no sentí frío y la visión se fue diluyendo en el espacio.
En este momento, di la mano a una persona que estimo mucho que estaba a mí lado. Como alma bella que es, me ayudó con su mirada.
No hace falta alardes, no hacen falta apariencias, es el corazón inclinado al Bien, es la sintonía espiritual, es la similitud de pensamientos que hace estas perlas de Amor posibles.
¡Me sentí privilegiada, me sentí feliz por recibir tamaño regalo! Fue precioso, y os cuento esto para que sepáis que ellos nos acompañan, cuando Jesús está en el corazón, en las acciones, en las intenciones, la Verdad aflora.
No estamos solos, una legión de Buenos Espíritus desea nuestro ascenso, desean que hagamos por fin lo correcto, ellos nos sostienen en nombre de Dios.
Agradezco a Dios esta pinceladita de Su energía, de Sus múltiples colores, de Su lienzo etéreo que me permitió apreciar los tonos de la espiritualidad, los pigmentos de las acciones de los ángeles.
Nuestros actos tienen consecuencias, estos espíritus fueron traídos de excursión al aprendizaje. Seguramente, porque así lo sentí, eran espíritus próximos a nuestras vibraciones, con problemas semejantes a los nuestros, pero qué privilegio, qué espectáculo, qué sensación más bonita es poder recoger estas impresiones.
Todos estamos en el camino, unos aún aquí, otros ya allá.
Jesús desea que todos seamos mejores, Él es el modelo, el Espíritu más puro que pisó la Tierra, y vino a dejarnos su estela para que la sigamos.
Gracias a Dios, gracias a los Buenos Espíritus, por circundarnos en sus efluvios que irradian Amor.
El Congreso fue un éxito, porque si solo una persona haya mejorado en algo, haya expuesto sus problemas, haya intercambiado ideas, haya abrazado, haya sentido el Amor, haya acercado a la Verdad de Dios, en definitiva, haya confraternizado con su próximo, ya ha sido un triunfo del Bien.
¡Gracias Señor, gracias Padre!, por estar siempre sosteniéndonos en nuestros errores, por darnos tantas ocasiones de rectificar y empezar de cero. Este es la expresión más valiosa de tu Amor, Tu eterno apoyo a Tu creación, proporcionándonos la ayuda en el momento adecuado.
Es pues, con mi corazón lleno de agradecimiento que comparto con todos vosotros mi experiencia en este V Congreso Espírita; El Gran Enigma, que, como el propio lema de este año dice, procuró acercárnos a esta incógnita del enigma de la vida.
El ocaso de este día llego, con sus estrellas fosforitas que centelleaban sin cesar. Sin embargo, la luz del eterno día en mi corazón me hacía ver la continuidad en el infinito del Amor de Dios por nosotros.
¡Gracias!
Cláudia Bernardes de Carvalho
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