La avaricia
Leti Lechuga era una lechuga que vivía en el cajón de las verduras, en la zona más adinerada.
Era hija única y sus padres eran los dueños de los dos centros comerciales más grandes de la zona VIP, situada en la primera balda de la nevera de los López. Le daban lo que les pidiera sin preocuparse por si hacían lo correcto. Lo que más le gustaba hacer a Leti Lechuga cuando volvía del colegio Verduritas era pasar por las diferentes tiendas que tenía de camino a casa presumiendo de su bolso y collar nuevos y comprar todo tipo de joyas y accesorios: más anillos, más collares, más pulseras, más bolsos, más zapatos…
Cuanto más caro, brillante y exclusivo fuera el objeto, más lo quería. De esta manera pasaba las horas, los días, los meses y los años. ¡Nada era suficiente!
Una tarde soleada, después de clase, las hermanas Cerecita, Nadia y Nidia, estaban deambulando de la mano como siempre hacían, pero esta vez se detuvieron delante de un escaparate. Querían comprar un bolso que estaba expuesto en uno de los maniquíes, pero por su timidez preferían que nadie las viese. ¡Ni siquiera querían entrar a la tienda!
Entonces, pasó por allí de camino a sus compras cotidianas Leti Lechuga, que les dijo:
- Quitad de en medio que me estorbáis, hermanas Cerecita, que voy a comprarme mis zapatos de tacón de hoy y necesito elegir qué par me compro.
- Sí, perdona… – Dijeron al unísono las dos hermanitas, mientras se echaban a un lado.
Leti Lechuga se dirigía ansiosa a la entrada de la tienda cuando las hermanas Cerecita le hicieron parar:
- ¡Eh, espera, por favor! ¿Puedes darnos un minuto?
- ¿Qué pasa ahora? Me estáis retrasando y me estoy empezando a enfadar, tengo muchas ganas de comprar mi caprichito de hoy.
- Es que… – Se las veía notablemente avergonzadas – Hemos visto que vienes todos los días a comprar y nos preguntábamos si podrías prestarnos un bolso de los que tengas más usado. Es para la próxima obra de teatro del cole.
- ¿Qué? ¿Qué decís? ¡Como si os fuera dejar yo algo de MI dinero o de MIS cosas! ¿Es que a vuestros padres no les importáis ni lo más mínimo? ¿Ni siquiera os dan dinero para comprar?
- ¡No!, no es eso… Es que para nosotras las cosas materiales son para usarlas por necesidad, no para acumularlas y poseerlas sin criterio. Nuestros padres están trabajando para darnos lo necesario, no queremos molestarles con las actividades extraescolares.
- Menuda tontería, no estoy nada de acuerdo -contestó Leti Lechuga.- A mí me gusta tener todo lo que me apetece, pido dinero a mis padres que me lo dan sin preguntar, lo compro y lo guardo en casa. ¡Tengo montañas de cosas, me encanta! ¡En esta vida cuanto más tienes, más eres! Lo único importante para tener una buena vida es que uno mismo se satisfaga con muchas cositas y sobre todo con ¡joyas, joyas, joyas! Ahora, dejadme pasar.
Las hermanas Cerecita se apartaron de la puerta y dejaron pasar a Leti Lechuga, mientras ambas se quedaban pensando en los falsos valores de su compañera de clase.
¿Cómo podía ser tan avariciosa?
Decidieron volver a casa mientras hablaban del tema cuando se encontraron en la esquina de la Heladería Eladio a Guigui el Guisante junto a su inseparable amigo Toma-tomate Dabadú Dabadabadúa.
Le explicaron lo ocurrido y fue entonces cuando Guigui el Guisante, exteriorizando su conducta líder y sabiendo del valor de las cosas materiales, decidió ir junto a Toma-tomate Dabadú Dabadabadúa y las gemelas al encuentro de Leti Lechuga.
La encontraron a la salida de la tienda con las manos llenas de compras, porque llevada por su deseo de poseer, había comprado más de lo que al principio pensaba. Le pesaban tanto las bolsas que caminaba despacito, pero algo triste.
Guigui el Guisante le dijo:
- Hola Leti Lechuga, ¿qué tal estás?
- Bien -respondió ella-, pero me siento un poco triste. ¿Cómo puede ser si acabo de comprar todo lo que quería en la tienda? Estoy con los brazos cansados de cargar tanto peso, pero por dentro me siento vacía.
- ¡Te ayudaremos! – Gritó Guigui el Guisante con su simpatía, su deseo de colaborar y su famosa sonrisa de oreja a oreja. Todos se quedaron asombrados ante las palabras de nuestro protagonista. – El deseo de tener muchas cosas solo por tenerlas sin compartirlas con nadie se llama avaricia. Las verdaderas riquezas que te llenan el corazón son otros valores, la solidaridad, la bondad, la honestidad, la sinceridad, la responsabilidad, la compasión, la ética, el amor…Todas esas cualidades morales. Esta manera de actuar no te beneficia en tu vida. Deberías compartir para ser feliz.
En este momento, las hermanas Cerecita dijeron:
- Nosotras compartimos entre las dos y con nuestros amigos todo lo que tenemos, sentimos que al dar a los demás somos muy felices y además recibimos mucho más a cambio.
Leti Lechuga se avergonzó y reflexionó por un momento. Al fin, contestó a los cuatro amigos:
- Perdón, creo que tenéis razón, este modo de almacenar tantas cosas inútiles no me hace feliz. Voy a intentar cambiar.
- Claro, la vida se puede cambiar a cada instante y con buena voluntad será siempre un cambio positivo.
De este modo Leti Lechuga dejó, no sin esfuerzo, el consumo diario de cosas innecesarias, compartió lo que tenía de sobra, sintiéndose así mucho mejor, aprendiendo que se consume lo que se necesita y se comparte con los demás lo que se tiene, porque no todos están en una situación afortunada.
Aprendemos por medio del estudio de la doctrina espírita que debemos evitar acumular bienes materiales sin compartir con los demás.
Guardar cosas solo para sí mismo deseando únicamente poseerlas para su placer se llama avaricia y esto nos aparta de la virtud de la generosidad.
El Evangelio según el Espiritismo, capítulo XVI, nos muestra cómo podemos evitar este mal y desarrollar buenos sentimientos, que nos enriquecerán el alma. De este modo, ejercitaremos la bondad y serviremos a los demás.
© Copyright 2020 Cláudia Bernardes de Carvalho
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Bibliografía
Kardec, A., El Evangelio según el Espiritismo
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