La Escuela Nazarena
“Bienaventurados los que son mansos, porque ellos poseerán la Tierra.” (San Mateo, 5:4.)
“Bienaventurados los que son pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios.” (San Mateo, 5:9.)
“Habéis oído que fue dicho a los antepasados: No matarás, y aquel que mate merecerá ser condenado ante el tribunal. Pero yo os digo que todo aquel que se encolerice contra su hermano, merecerá ser condenado ante el tribunal; que aquel que llame a su hermano Racca, merecerá ser condenado ante el concejo; y el que le diga estás loco, merecerá ser condenado al fuego del Infierno.” (San Mateo, 5:21 y 22.)
Por medio de estas máximas, Jesús convirtió en ley la dulzura, la moderación, la mansedumbre, la afabilidad y la paciencia.
Por consiguiente, condena la violencia, la cólera e incluso toda expresión descortés para con los semejantes.
Racca era, entre los hebreos, una palabra despectiva que significaba hombre que no vale nada, y se pronunciaba escupiendo y volviendo la cabeza a un lado.
Pero Jesús va más lejos aún, puesto que amenaza con el fuego del Infierno al que diga a su hermano: Estás loco.
Es evidente que en esta, como en cualquier otra circunstancia, la intención agrava o atenúa la falta.
No obstante,
¿cómo puede tener tanta gravedad una simple palabra, para merecer una reprobación tan severa?
Sucede que toda palabra ofensiva es la expresión de un sentimiento contrario a la ley de amor y de caridad que debe regir las relaciones entre los hombres y mantener entre ellos la concordia y la unión.
Es también un atentado a la benevolencia recíproca y a la fraternidad, y alimenta el odio y la animosidad.
Sucede, en suma, que después de la humildad hacia Dios, la caridad para con el prójimo es la primera ley de todo cristiano.
Pero ¿qué entiende Jesús por estas palabras:
“Bienaventurados los que son mansos, porque ellos poseerán la Tierra”,
puesto que Él mismo ha recomendado a los hombres que renunciaran a los bienes de este mundo y les ha prometido los del Cielo?
Mientras aguarda los bienes del Cielo, el hombre tiene necesidad de los de la Tierra para vivir.
Jesús sólo le recomienda que no atribuya a estos últimos más importancia que a los primeros.
Con esas palabras, Jesús quiso decir que, hasta ahora, los bienes de la Tierra son monopolizados por los violentos, en perjuicio de los que son mansos y pacíficos, y que a estos les falta muchas veces lo necesario, mientras que los otros tienen lo superfluo.
Jesús promete que a los mansos se les hará justicia, así en la Tierra como en el Cielo, porque serán llamados hijos de Dios.
Cuando la humanidad se someta a la ley de amor y de caridad, ya no habrá egoísmo; el débil y el pacífico ya no serán explotados ni pisoteados por el fuerte y el violento.
Ese será el estado de la Tierra cuando, según la ley del progreso y la promesa de Jesús, se haya transformado en un mundo feliz, en virtud de la expulsión
de los malos.
INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS
La afabilidad y la dulzura
La benevolencia para con los semejantes, fruto del amor al prójimo, produce la afabilidad y la dulzura, que son sus formas de manifestarse.
Sin embargo, no siempre debemos confiar en las apariencias.
La educación y el trato social pueden dar al hombre el barniz de esas cualidades.
¡Cuántos hay cuya fingida hombría de bien sólo es una máscara para el exterior, un traje cuyo corte esmerado disimula las deformidades que hay debajo!
El mundo está lleno de esas personas que tienen la sonrisa en los labios y el veneno en el corazón; que son dulces con tal de que nada las incomode, pero que muerden a la menor contrariedad; esas personas cuya lengua, dorada cuando hablan cara a cara, se convierte en un dardo envenenado cuando están detrás.
A esa clase pertenecen también los hombres que fuera de su casa parecen benignos, pero que dentro de ella son tiranos domésticos, que hacen sufrir a su familia y a sus subordinados el peso de su orgullo y de su despotismo, como si quisieran compensar la opresión que a sí mismos se imponen afuera.
Como no se atreven a hacer uso de la autoridad para con los extraños, que los llamarían al orden, quieren al menos hacerse temer por los que no pueden resistirse.
Se envanecen de poder decir:
“Aquí mando yo y se me obedece”, sin pensar que podrían añadir: “Y me detestan”.
No es suficiente con que de los labios broten leche y miel.
Si el corazón no participa de algún modo, sólo se trata de hipocresía.
Aquel cuya afabilidad y dulzura no son fingidas, nunca se contradice: es el mismo tanto ante el mundo como en la intimidad.
Sabe, por otra parte, que si con las apariencias consigue engañar a los hombres, no puede engañar Dios.
Lázaro. París, 1861.
El Evangelio según el Espiritismo, Capítulo IX.
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