La función de la adversidad
Analizar la vida desde el prisma espiritual y entenderla proporciona serenidad frente al dolor y al sufrimiento, ya que su comprensión ayuda a fortalecernos en las pruebas por las que todos nosotros pasamos.
Cada uno de nosotros ha sentido de cerca el dolor en algún momento de nuestra existencia. Al no sobrellevarlo bien, ha experimentado el sufrimiento y el desengaño. El dolor es este sentimiento profundo de pena, tristeza o lástima que se percibe por motivos emocionales o anímicos. Puede ser de índole sentimental, socioeconómica o de salud.
Nos dirigimos al Evangelio según el Espiritismo para comprender de manera amplia este asunto. Este libro engloba de manera sabia los contenidos que Jesús expuso. En el capítulo V, Bienaventurados los afligidos, nos aclara los motivos de los sufrimientos.
Recordemos que las bienaventuranzas son las enseñanzas proclamadas por Jesús en Cafarnaúm. Ampliamente conocidas como el Sermón de la Montaña, su objetivo fue realizar una síntesis de las Leyes Morales que rigen la Humanidad para todos los hombres y en todos los tiempos.
Estas directrices de alto nivel moral si bien interpretadas son luces para el alma afligida. Nos despejan la mente nublada por los sufrimientos, mostrándonos que algunas penas tienen su causa en las vidas pasadas y otras su origen en la presente vida.
Según la Doctrina Espírita, las vicisitudes de la vida se nos presentan de dos formas; existen:
- el dolor-expiación
- el dolor-evolución
El primero es consecuencia de una vida anterior, donde realizamos actos erróneos, causando un perjuicio a otros o a nosotros mismos y que necesita una reparación con el fin de resarcir al deudor frente a las Leyes Morales.
El segundo es derivado del anhelo de perfección que posee el espíritu y es utilizado cuando este desea acelerar su adelantamiento.
Explica Allan Kardec, el codificador de la Doctrina Espírita, que los problemas pueden ser pruebas que el propio espíritu eligió antes de encarnar, para que su evolución ocurra de forma más rápida y efectiva. Por el olvido de sus compromisos espirituales, recibe por su decisión un llamamiento al retorno de la senda correcta y evitando de este modo los desvíos a que está expuesto en la encarnación.
En la cuestión 266 de El Libro de los Espíritus pregunta Kardec, «¿No parece natural que se elijan las pruebas menos penosas?» (Se refiere, el codificador de la doctrina, a la elección que hace el espíritu antes de encarnar). Los espíritus superiores contestan:
«A vosotros sí os parece natural, al espíritu no. Cuando está desprendido de la materia, cesa la ilusión y piensa de otro modo.»
Nos explica Kardec que el hombre, cuando encarnado, bajo la influencia material de ideas carnales, solo vislumbra el lado penoso de las pruebas. Sin embargo, en la vida espiritual, compara los goces fugaces y groseros de la Tierra con la eterna felicidad, que entrevé en un futuro próximo. Por lo tanto, evalúa las elecciones de una manera diferente.
Los espíritus divisan el objetivo que quieren alcanzar, o sea, la felicidad. Por este motivo se ofrecen de forma voluntaria a las vicisitudes de la vida.
De este modo, el espíritu puede elegir la prueba más ruda y, por consecuencia, la existencia más penosa, con la esperanza de alcanzar de manera más rápida un estado mejor.
Ambos tipos de dolor están volcados a la corrección de los desequilibrios que hemos realizado y provocado.
Nos advierte Allan Kardec, que aquel que sufre, si se fijara en su comportamiento, percibiría que en un gran número de ocasiones, fue su orgullo, su ambición, o incluso sus deseos ilimitados lo que lo llevaron a la presente situación dolorosa en que se encuentra.
Deseos inapropiados y vicios crean desvíos y atajos indeseables que nos apartan del camino y del futuro que programamos como espíritus inmortales.
Nos esclarecen los espíritus superiores que el hombre evitará dificultades cuando trabaje para su adelanto moral así como para su mejoría intelectual, ya que los sufrimientos que le afligen son una consecuencia de sus elecciones y una advertencia de que erró.
Una visión negativa del sufrimiento torna a la persona infeliz, rebelde, resentida, frustrada, amargada y, muchas veces, apática.
Un dolor incesante e irreflexivo afecta intensamente a la persona y no es productivo porque no promueve la evolución. Este dolor excesivo es una falta de fe en el porvenir y de confianza en Dios, genera miedos y desasosiego. Por consiguiente, es un obstáculo para el adelanto.
Aceptar las tribulaciones que pasamos implica comprender que estas nos harán mejores, nos purificarán y permitirán que tengamos la oportunidad de cambio.
Tener paciencia frente a la adversidad y el infortunio permaneciendo animosos en el sufrimiento demuestra una actitud de comprensión de las Leyes Divinas.
La vida se ajusta y depende de cada uno tomar las resoluciones apropiadas para sacar lo positivo de cada situación. No existen las penas, los padecimientos ni los tormentos eternos. Dios dispone el amor, la caridad, la misericordia y el olvido de las ofensas en la categoría de las virtudes primordiales.
Dios es justo y por esto la duración del rescate de las deudas depende de los esfuerzos que uno realiza para mejorar, pues «a cada uno, según sus obras». Es aquí donde radica la verdad de la máxima de índole divina de Jesús.
La vida nos presenta siempre un nuevo momento, nos regala ciclos de renovación y nos revela toda la grandeza del Universo, aunque todavía no la comprendamos íntegramente.
Toda la fuerza del Cosmos se basa en el respeto mutuo. ¡Todos somos uno!
Cada cual está en un nivel de evolución, saber aceptar y comprender al prójimo sin juzgarle es una actitud noble. Porque cada uno interpreta el mundo, las circunstancias y las demás personas, de acuerdo al nivel de conciencia que alcanzó.
Muchas personas no evalúan adecuadamente su propio comportamiento, no se responsabilizan por las consecuencias negativas que provocan en sí mismas y en los demás. Por tanto, es necesario aceptar las imperfecciones ajenas.
Comprender al prójimo en sus actitudes significa entender el mecanismo de la vida. Nos dijo Allan Kardec que:
«Muchas faltas que cometemos nos pasan desapercibidas.»
Cuando no visualizamos nuestros errores, no somos capaces de admitir que producimos nuestros sufrimientos.
Los errores son maneras de aprendizaje. En algunos casos, la reparación de la falta exige una conducta más firme y de mayor renuncia que aquella misma que no se consiguió tener anteriormente. Es necesario, pues, tener coraje para corregirlos y disciplinar las propias emociones.
El arrepentimiento puede ser interpretado como la toma de conciencia de ciertos aspectos de nuestra personalidad que negábamos de una forma consciente o inconsciente.
La palabra arrepentimiento significa cambio de opinión o de actitud con relación a hechos pasados. Por lo tanto, es renovación de conceptos y actitudes. Busca el autoconocimiento, libre de sentimientos que te aprisionan y amargan.
¡Da lo mejor de ti! De esta manera alcanzarás la victoria sobre tus propios conflictos existenciales y encontrarás el valor exacto para todas las cosas de la vida.
La cooperación recíproca es una factor esencial para la armonía y el bienestar común.
Ejercerla con cordialidad, gentileza, delicadeza, consideración y cortesía es una tarea que nos aproxima, creando un vínculo afectivo constante con nuestro semejante.
Para alcanzar una plena satisfacción en las relaciones sociales debemos comportarnos de manera tolerante y amorosa, para que las divergencias y enfrentamientos que puedan surgir sean direccionados al entendimiento.
El hombre es un ser social, no consigue vivir aislado. La interdependencia exige la cooperación mutua, y esta el discernimiento y la moderación, pues no debe interferir en la manera de pensar y actuar de nadie. La cooperación no impone puntos de vista ni hace exigencias.
Es necesario avanzar en el conocimiento superior, con discernimiento.
Apliquémonos en la construcción de una vida equilibrada, sin olvidar la ejecución de los deberes en la edificación del bien a nuestro alrededor, amparando al que sufre e íntimamente buscando perfeccionarnos.
En El Libro de los Espíritus, en la pregunta 877, cuestiona Allan Kardec a los buenos espíritus si la necesidad que tiene el hombre de vivir en sociedad «¿genera en él obligaciones particulares?».
«Sí, y la primera de todas consiste en respetar los derechos de vuestros semejantes. Quien respete esos derechos será siempre justo. En vuestro mundo, donde tantos hombres no practican la ley de justicia, cada cual se vale de represalias y eso causa perturbación y confusión en vuestra sociedad. La vida social otorga derechos e impone deberes recíprocos.»
Por ende, la infracción de las Leyes Universales genera dolor y sufrimiento, pues es generado por la falta de amor. Este es el sol que reúne todas las aspiraciones hacia los demás en un foco ardiente de felicidad.
El Universo posee un lenguaje que se escribe con el alfabeto más corto, aquel compuesto por apenas cuatro letras: AMOR.
Amar, en el sentido más profundo, implica lealtad y conciencia recta, con el fin de hacer a los demás lo que quisiéramos que nos hiciesen. Es considerar como propia a la gran familia humana.
Nos dice Jesús que la felicidad no es de este mundo, la felicidad es aquí en la Tierra temporal, pasajera y nunca es completa.
En los momentos de crisis, si respetamos la voluntad de Dios, estaremos arropados por el tesoro del entendimiento de la vida futura y por la fe inquebrantable en Sus designios.
Mantengamos la calma para aceptar todo aquello que no podemos cambiar. Cambiemos todo aquello que no nos favorece y que sí está en nuestras manos.
La Doctrina Espírita nos muestra la Buena Nueva del Maestro, recordándonos que un futuro dichoso vendrá si nos esforzamos por alcanzarlo en nuestro interior, buscando el ideal de felicidad y paz en uno mismo y en las acciones benéficas hacia los demás por medio de la práctica del amor.
Cláudia Bernardes de Carvalho
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Bibliografía
Kardec, A., El Libro de los Espíritus.
Kardec, A., El Evangelio según el Espiritismo.
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