La verdadera felicidad
Si hay un deseo común entre los casi siete mil millones de personas que habitan nuestro planeta Tierra es, sin duda alguna, que todos y cada uno de ellos, sin excepción, quieren ser felices. El concepto de felicidad varía tanto como existen diferentes formas de culturas, tradiciones, filosofías, religiones y sociedades, además de la manera individual de sentirla de cada persona, de modo que no sería posible ponernos de acuerdo sobre qué es o no la felicidad.
Para la psicología, es un estado emocional positivo al que llegan las personas cuando han conseguido satisfacer sus deseos y cumplido sus metas. Según Sigmund Freud, la felicidad es una utopía, pues en este mundo donde las personas están expuestas constantemente al fracaso, a la frustración y a otras tantas experiencias desagradables, a lo más que se podría aspirar es a una relativa y parcial felicidad.
Algunos filósofos chinos mantenían que, teniendo a la naturaleza como ejemplo, se podría conseguir la felicidad. Según Confucio, sin embargo, la felicidad venía a través de la armonía entre las personas. Para Aristóteles, también, la felicidad guardaba relación con el equilibrio y la armonía, y se podría conseguir mediante acciones encaminadas a la autorrealización. Epicuro enseñaba que la felicidad suponía la satisfacción de los deseos y de los placeres.
Los budistas afirman que la felicidad se consigue a través de la liberación del sufrimiento y la superación del deseo, lo cual se consigue con el entrenamiento de la mente.
Para la mayoría de las religiones la felicidad es un estado de paz que sólo es alcanzado en comunión con Dios.
También para la mayor parte de las personas que vivimos en países desarrollados, la felicidad va unida al triunfo, al poder, al dinero. Siempre vamos poniéndonos nuevos objetivos. Cada vez que alcanzamos un objetivo nos sentimos felices, pero pronto pasa; la felicidad es efímera y nos ponemos otra meta, otra ilusión a conseguir, que sin duda nos proporcionará unos momentos de felicidad una vez que la alcancemos, para volver de nuevo a empezar en una rueda sinfín de anhelos y logros, de momentos felices, pero pasajeros. Mientras tanto, la infelicidad sería cuando nos enfrentamos a frustraciones al intentar alcanzar nuestras metas. Para mantener un estado de equilibrio apropiado en aras a conseguir la felicidad es necesario alimentar los pensamientos positivos.
En otros países menos desarrollados, la felicidad consiste en cosas más sencillas, cosas que para nosotros carecen de importancia porque las tenemos desde que hemos nacido y nunca nos hemos cuestionado ¿qué pasaría si no las tuviéramos? Por ejemplo, un gesto tan cotidiano como es abrir un grifo y que salga agua fresca y limpia, incluso caliente si giramos la manilla hacia el otro lado, para nosotros es lo normal. Sin embargo, hay muchos miles de personas que tienen que andar cada día varios kilómetros para acarrear el agua hasta su hogar y transportar leña para hacer un fuego si quieren calentar el agua. A estas personas tener lo que nosotros tenemos y no damos importancia les proporcionaría una gran felicidad. En este mundo, la felicidad es relativa a las necesidades básicas que cada persona tiene.
Para aquel que padece alguna enfermedad, su mayor felicidad es la salud. Para el que tiene hambre, un plato de comida. Para el que tiene frío, un abrigo. Para el que está desempleado, su mayor felicidad está en conseguir un puesto de trabajo. Estamos constantemente buscando esa sensación placentera que nos produce bienestar, alegría, sosiego, paz. En general, el dinero es la felicidad del que carece de algo que pueda comprarse con dinero. Sin embargo, el dinero no da la verdadera felicidad. La prueba es que hay muchas personas ricas, adineradas, famosas, que son infelices y desgraciadas. Pudiendo tenerlo todo, les falta algo que el dinero no puede comprar. Ven como aquellos que menos tienen, siempre están sonriendo, agradeciendo lo poco que poseen, y son más felices que los que teniendo los medios de comprarlo todo, no “tienen” alegría.
La felicidad sería comparable a la línea del horizonte, siempre la vemos delante de nosotros, pero cuando damos unos pasos adelante para poder alcanzarla, ella se aleja nuevamente. Así es la felicidad, nunca llegamos a alcanzarla, pero intentar conseguirla hace que nos movamos hacia adelante en su busca.
En la Tierra no podremos encontrar la verdadera felicidad, porque es un planeta de prueba y expiación, que poco a poco va camino de ser un mundo de regeneración.
En la Tierra no podremos encontrar la verdadera felicidad, porque es un planeta de prueba y expiación, que poco a poco va camino de ser un mundo de regeneración. Sin embargo, la Tierra está muy lejos aún de ser un mundo feliz, que sin duda llegará a serlo algún día. Pero eso ocurrirá cuando el ser humano sea capaz de ser feliz a través de la felicidad de su prójimo, haciendo el bien a los demás, no de una forma interesada, sino de una forma normal y espontánea. Entonces la felicidad de los otros será nuestra propia felicidad.
No podemos buscar una felicidad verdadera y perdurable donde no se encuentra. No está en los bienes materiales que poseemos o deseamos. Eso son ilusiones que nos dan unos momentos de alegría, una felicidad relativa, pero no la verdadera felicidad sostenida e imperecedera.
Cuando vemos personas con grandes dolores, angustias, sufrimientos diversos, etc., y nos proponemos ayudarles de algún modo, en ese mismo momento se ponen en marcha unos poderosos mecanismos magnéticos que van a hacer cambiar todo cuanto nos rodea; y no es que vaya a cambiar el entorno, es que nosotros vamos a ver las cosas de otro modo, desde otra perspectiva. Descubriendo de qué somos capaces cuando nos ponemos a trabajar para el bien, los primeros beneficiados vamos a ser nosotros mismos, pues somos los que en primera persona vamos a experimentar ese cambio en la forma de percibir las sensaciones. Cuando hacemos algo por los demás, somos menos egoístas, pensamos un poquito menos en nosotros mismos para pensar un poquito más en el prójimo. Se nos acrecienta la empatía y nos volvemos más indulgentes y caritativos. Crece el amor en nuestros corazones, nos sentimos más felices y llenos de salud física y plenitud espiritual. Aristóteles lo definía así: «La verdadera felicidad consiste en hacer el bien».
Hace dos mil años, el maestro de Nazaret nos dejó como parte de su enseñanza, algunas frases que todos hemos escuchado alguna vez, como: «La casa de mi padre tiene muchas moradas», conocimiento que en su momento no fue bien comprendido por las personas que le escuchaban. Sin embargo, ahora que el ser humano está en un grado de madurez psicológica e intelectual más avanzado, le es más fácil comprender estas manifestaciones.
Hace 163 años se publicó El Libro de los Espíritus, esa maravillosa y reveladora doctrina codificada por Allan Kardec, pero dictada por los espíritus superiores, nuestros hermanos ahora en posición moral más avanzada, que nos guían y cuidan con sus saludables consejos y orientaciones. En este libro encontramos entre sus postulados, frases semejantes a aquellas de hace dos mil años: «Pluralidad de mundos habitados», «Distintos grados de mundos según la evolución de sus habitantes», «Mundos primitivos, mundos de prueba y expiación, mundos de regeneración, mundos felices». Ahora vemos con mayor claridad el sentido de aquella frase: «La casa de mi padre tiene muchas moradas»
O aquella otra: «Mi reino no es de este mundo». Jesús de Nazaret vino a mostrarnos el camino. Camino que Él ya conocía por haberlo recorrido, experimentando en primera persona todas las vicisitudes, aprendiendo, sometiendo egos y adquiriendo virtudes, hasta llegar a esos mundos de bienaventuranza que prometió a los humildes, a los misericordiosos, a los mansos, a los pobres en espíritu, que algún día llegaremos a su “reino”. A esos mundos de verdadera felicidad, donde la condición psicológica, intelectual y sobre todo moral de sus habitantes, hace que se goce de una plena y verdadera felicidad.
Él vino a este mundo de prueba y expiación por amor. Amor a sus hermanos. Conocedor del porvenir del ser humano, por su propia experiencia, nos intentó desvelar el futuro cuando nos dijo «Mi reino no es de este mundo». Semejante idea concuerda con esta otra frase extraída de El Libro de los Espíritus: «La verdadera felicidad no es de este mundo, pues la Tierra es un mundo de prueba y expiación». Algún día, con el esfuerzo de todos intentando ser mejores personas y hacer felices a los otros, a nuestro prójimo, iremos alcanzando nuestra propia felicidad y esta será plena y verdadera felicidad. Para ello bastará que apliquemos una sola recomendación, el nuevo mandamiento que Jesús nos reveló: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado», ampliado en la doctrina espírita por este otro pensamiento: «amad a vuestros enemigos”, pues el que ama a los amigos, ¿qué mérito tiene?
En el día a día de esta ajetreada sociedad, nadie alcanza la verdadera felicidad, sino una aparente felicidad relativa. Es como una ilusión pasajera, que nos muestra apenas unos momentos, lo que el ser humano anhela y con su esfuerzo y transformación moral puede algún día conseguir de forma permanente.
La mayor felicidad que encontramos en esta tierra de hoy no son las posesiones materiales, sino el gozo de hacer feliz a los demás.
Lo curioso es que la mayor felicidad que encontramos en esta Tierra de hoy no son las posesiones materiales, sino el gozo de hacer feliz a los demás. La sensación de pura y verdadera felicidad es indescriptible cuando has hecho un bien a otro, sólo por el mero hecho de verle feliz, sin intención de reposición ni reconocimiento. Sólo el bien por el bien.
Recuerda que la felicidad no se encuentra, se construye. Debemos poner todo nuestro amor en todas las cosas que hacemos día a día. «La felicidad humana generalmente no se logra con grandes golpes de suerte, que pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días».
(Benjamin Franklin (1706 – 1790) Estadista y científico estadounidense)
La verdadera felicidad artículo escrito por: Rosi Meneses
Del Centro de Estudios Espiritas de Benidorm
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