La vid: lo que realmente somos
Muchas veces nos hemos preguntado el motivo de nuestra vida, ¿quiénes somos?, ¿por qué hacemos esto o aquello?, ¿por qué somos tan felices o, en cambio, sufrimos tanto?
Y es que cada momento de felicidad a nuestros ojos es poco, siempre queremos más, más y más, sin siquiera detenernos un segundo a preguntarnos si somos merecedores de esta.
Cada día nos levantamos y ¿qué hacemos?
La rutina típica: aseo, desayuno y nos disponemos a viajar hacia el trabajo donde pasaremos el mayor tiempo del día, trabajando, trabajando y trabajando.
Cuando llega la noche, nada cambia: llegamos a casa, cenamos y nos disponemos a recobrar fuerzas para un nuevo comienzo, y con esta la nueva rutina del día a día, y la llamamos así: rutina, porque no podría tener otro nombre.
Y en la cama nos ponemos a reflexionar sobre nuestro día y llegan estas preguntas con las cuales comencé este artículo y no podemos responder, porque sencillamente no tenemos respuestas para algo, que no conocemos, decimos la típica frase: es los que nos tocó, pero ¿y si no es así?, si es lo que elegimos que nos tocara o quizás lo que
debemos en nuestro desconocimiento vivir para un día lograr esa felicidad, ya no pasajera y ante nuestros ojos poca, una felicidad plena y que nuestro pensamiento es incapaz de comprender.
¿Pero qué debemos hacer?, otra de las preguntas que muchas veces respondemos con otra pregunta: ¿para ser feliz?, y muchos responderán: tener una casa, un auto, hijos, pero no, la felicidad solo se logra con un pequeño y sencillo acto: amar.
Es verdad que, en estos tiempos de carencias de las cosas más básicas, quizás pensemos que nuestra prioridad no es la felicidad espiritual, porque ¿cómo podría llegar a ser feliz en la miseria?, olvidando las palabras dichas por el Nazareno al responder a Satanás en el desierto: No solo del pan vivirá el hombre (…) Mateo 4:4, y hoy más que nunca esas palabras toman una gran fuerza por la realidad de cada una de sus letras.
Y es que necesariamente tenemos que alimentarnos, pero ¿en qué momento nos alimentamos espiritualmente?
Es que nuestra vida la pasamos haciendo cosas para enriquecer nuestros bolsillos, pero dónde queda nuestra alma, qué hacemos para enriquecerla.
Llegado ese punto nos respondemos: la vida es una sola, y ahí, es donde comentemos el gran error que nos proporciona la total infelicidad en que se encuentra nuestra alma, ese vacío espiritual y no es de sorprendernos, si vivimos en una sociedad donde debemos ser de esta u otra forma, y en donde las religiones en vez de unir, separan, juzgan, llenas están de dogmas y estatutos humanos, y su fe ciega en las sagradas escrituras, que aunque sean consideradas prueba fiel de las primeras psicografías que la historia conoce, muchos de sus libros fueron influenciados por los momentos de la historia en que fueron escritos y mistificados a tal punto que en el día de hoy es imposible pensar que la tierra fue creada en 5 días, pero no, los hermanos de otras religiones así lo creen, es más, creen literalmente cada versículo que hay en la Biblia y digo literalmente, pues, este hermoso libro inspiración de nuestro Dios hay que estudiar, pero debemos discernir entre lo místico y lo real.
Miramos a esos hermanos religiosos que tienen un propósito en la vida, pero cuando analizamos a la luz de los hechos científicos, sabemos que más que un propósito, presentan una fanatización o una creencia fundamentalista y en vez de acercarnos, nos alejamos.
Y ahí seguimos sin propósito, sin un fin, sin deseos ni aspiraciones, más allá de las que nos pudiera entregar la vida terrenal, pero ¿y si seguimos estando equivocados?
La verdad lo estamos.
Nuestro propósito en la vida es solo una: amar, el principal propósito de cada religión sobre esta tierra, o bueno, lo que debería ser, si hijas son del mismo Dios.
Pero también debemos ser solidarios, caritativos y seguir un solo ejemplo: a Jesús.
Y esto no es dicho por mí, fue codificado por Allan Kardec, seudónimo de Hippolyte Léon Denizard Rivail, destacado profesor francés nacido en Lyon el 3 de octubre de 1804, el mismo que pasaría a ser el codificador del espiritismo, el elegido por el Creador, para llevarnos la sabiduría y la verdad en nuestro siglo, no esa impuesta por dogmas y leyes
humanas que en cada religión más que unir separa, porque esta doctrina revelada por espíritus altamente evolucionados, demostró ser la original y la practicada por Jesús, la misma que solo pide una cosa: amar a tu prójimo y evolucionar espiritualmente, ofrece el conocimiento de que somos espíritus inmortales, en una etapa carnal pasajera, llena de obstáculos que nosotros mismos antes de reencarnar, quizás, elegimos atravesar, para evolucionar y perfeccionar todo lo que en vidas pasadas no pudimos hacer.
Y como aquel dicho terrenal que planea que el desconocimiento de la Ley no te exime de ella, volvemos incesantemente a la tierra a evolucionar.
Nuevamente, volvemos a hacer lo mismo, caer en un círculo vicioso del que no hay escapatoria (o al menos eso pensamos) aunque contemos con un ángel de la guardia o espíritu amigo que nos ayuda en todo momento.
Elegimos nuestras propias decisiones, pensando en lo mejor, siguiendo nuestras pasiones carnales, y que lejos de evolucionar, nos acercan cada día más al umbral donde pasaremos largo tiempo luego de desencarnar.
Pero ¿qué hacemos si ya ha pasado la mitad de nuestra vida y hasta ahora es que conocemos la doctrina espírita?, pues es muy fácil, vivir como si acabáramos de nacer, como si reencarnáramos a nuestros 30 años, algo que al ver, muchos creerán que nos volvimos locos, pero, en mi propia experiencia es posible, además de ser feliz, sabiendo que ya tenemos una misión en la vida, la misión de vivir amando, de saber cómo diría Joanna de Ângelis a través de Divaldo Franco, que nuestra guerra siempre fue contra nosotros mismos, y en el momento del fin temporal en que nuestro cuerpo regrese al polvo del que fue creado, nuestro espíritu tendrá la libertad de mirar hacia atrás y reflexionar.
El polvo al que nuestro cuerpo físico irá, es precisamente de dónde venimos. En parte, la Biblia tiene razón cuando dice que Dios nos creó del polvo, porque del polvo cósmico secundario a la gran explosión (Big Bang) surgió nuestra galaxia, nuestro sistema solar, nuestro planeta y de ahí todo lo que vemos a nuestro alrededor.
Pasaron millones de años para que el gran arquitecto universal viera terminada su obra, no la única, porque seriamos ingenuos al pensar que somos los únicos seres corpóreos del universo.
Y así fue originado este lugar intermedio, donde estamos todos los espíritus que aún debemos evolucionar, y ese es nuestro fin, el mismo que Darwin plantea en su postulado sobre la evolución de las especies, solo que nosotros debemos evolucionar: en espíritu, en caridad, en amor.
Respetar esas palabras de la Biblia que nos dice que fuimos creados a imagen y semejanza, por lo tal debemos mostrar amor y respeto por el destino divino que tenemos todos
marcados en nuestra vida.
Y todo lo anterior, aunque parezca extraño, es contenido de unos de los libros principales de la doctrina espírita, también escrito por Allan Kardec, llamado “El Génesis, los milagros y las predicciones según el Espiritismo”.
Y ahora muchos se preguntarán ¿cómo un libro que habla de espíritus puede respaldar a la ciencia en la famosa teoría de la evolución?, esa pregunta muchas veces pasó por mi cabeza antes de conocer la doctrina espírita, y es que el espiritismo, más que una religión: es una ciencia y una filosofía de vida, una verdad que no excluye a nadie porque todos estamos constituidos por la misma unidad inteligente: el espíritu, solo cambia el grado de evolución de cada quien en particular.
Y eso es lo que en su tiempo enseñó Jesús, quien en sus postreras enseñanzas prometió enviarnos el Consolador, el Espíritu de la Verdad, porque sabía que sus palabras
tarde o temprano serían modificadas por causa de las múltiples traducciones que estas sufrirían.
Cumplió su promesa el día cuando le fue presentado al profesor Rival la primera comunicación del Espíritu de la Verdad, con las enseñas que a la postre sería: “El Libro de los Espíritus”, el libro inicial que todo espírita principiante debería leer.
Porque, aunque la doctrina se lleve en el corazón por aquellas personas carentes de conocimientos para la lectura, todos deberíamos conocer de esta sabiduría para no ser engañado por falsos profetas, espíritus burlones o pseudoreligiones muy frecuentes hoy en día.
Y estoy seguro de que al finalizar este libro habrán cambiado.
Mirarán la vida con otros ojos, comprenderán todo lo que hasta ese momento eran incapaz de entender.
Porque esta obra no es un simple libro que ofrece conocimientos de la vida espiritual, también muestra el verdadero propósito en la Tierra y brinda lo necesario para conquistar la tan necesaria evolución espiritual que estamos llamados a tener.
Por eso, los invito a leer cada una de las más de las cuatrocientas páginas de este libro, recordando que en cada una de ellas tenemos la doctrina cristiana en su máxima expresión, donde todo surge en base del amor al prójimo, la caridad, la realización del bien y entender que la vida espiritual.
El espiritismo, más que una religión, es una ciencia, completamente experimental y demostrable por las Leyes Naturales, donde todos estamos llamados a formar parte, porque somos hermanos, hijos del mismo padre.
Ahora, cada noche, después de su lectura, agradecerás todo lo que te ocurrió, lo malo que no te ocurrió y por supuesto lo bueno, en palabras del ya citado Divaldo Franco.
Cada situación buena o mala ayudó a tu evolución, y así descubrirás la felicidad en esas pequeñas cosas: en la sonrisa de un niño, en un saludo, en la ayuda ofrecida a los enfermos, en el consejo al amigo, ahí está Dios, este es tu propósito, ahí está Jesús, pero realmente…
Ese eres tú, ese es tu fin, tu destino, que a la vista de todo lo anteriormente expuesto es uno: independiente de donde vives y lo que te haya tocado vivir o estés viviendo: debes agradecer ser feliz y amar a todos los que te rodean, tu familia, tus amigos y de una manera u otra hacer que sus vidas (si puedes hacerlo) sean un poco mejores con algo tan simple como una sonrisa, una palabra amable o un pedazo de pan, porque nuestro motivo principal de existencia repito una vez más: es amar.
Rafael Ángel Avila Tejeda
Enviado desde Cuba
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