Lo sobrenatural y las religiones
Pretender que lo sobrenatural sea el fundamento indispensable de toda religión, y que constituya la piedra angular del edificio cristiano, implica respaldar una tesis peligrosa.
Si las verdades del cristianismo se asentaran sobre la base exclusiva de lo maravilloso, sus cimientos serían débiles y sus piedras se desprenderían con el pasar de los días.
Esa tesis, defendida por eminentes teólogos, conduce directamente a la conclusión de que en un determinado momento ya no habrá religión posible –ni aun la cristiana– en caso de que se llegue a demostrar que lo que se considera sobrenatural es natural.
Por más que se acumulen argumentos, no se conseguirá mantener la creencia de que un hecho es milagroso después de que se ha demostrado que no lo es.
Ahora bien, la prueba de que un hecho no es una excepción en las leyes naturales existe cuando ese hecho puede ser explicado mediante esas mismas leyes, y cuando, al poder reproducirse por intermedio de un individuo cualquiera, deja de ser privilegio de los santos.
Las religiones no necesitan de lo sobrenatural, sino del principio espiritual, al que confunden sin ningún motivo con lo maravilloso, y sin el cual no hay religión posible.
El espiritismo considera a la religión cristiana desde un punto de vista más elevado; le atribuye una base más sólida que la de los milagros: las leyes inmutables de Dios, que rigen tanto al principio espiritual como al principio material.
Esa base desafía al tiempo y a la ciencia, porque tanto el tiempo como la ciencia habrán de sancionarla.
Dios no es menos digno de nuestra admiración, de nuestro reconocimiento y respeto, porque no haya derogado sus leyes, grandiosas sobre todo por la inmutabilidad que las caracteriza.
No hay necesidad de lo sobrenatural para que se tribute a Dios el culto que le corresponde.
¿Acaso no es la naturaleza lo bastante imponente de por sí, como para prescindir de lo que fuere para demostrar el poder supremo?
La religión encontraría menos incrédulos si estuviera sancionada por la razón en todos los aspectos.
El cristianismo no tiene nada que perder con esa sanción; por el contrario, sólo puede ganar.
Si algo lo ha perjudicado, según la opinión de ciertas personas, ha sido precisamente el abuso de lo maravilloso y lo sobrenatural.
Si tomamos la palabra milagro en su acepción etimológica, en el sentido de cosa admirable, se producen milagros permanentemente alrededor nuestro. Los aspiramos en el aire y los encontramos a cada paso, porque todo es milagro en la naturaleza.
¿Queréis dar al pueblo, a los ignorantes, a los pobres de espíritu, una idea del poder de Dios?
Mostrádselo en la sabiduría infinita que rige todas las cosas, en el sorprendente organismo de todo lo que vive, en la fructificación de las plantas, en la adaptación de todas las partes de cada ser a sus necesidades, de acuerdo con el medio donde le ha tocado vivir.
Mostradles la acción de Dios en una brizna de hierba, en el pimpollo que se convierte en flor, en el Sol que a todo vivifica.
Mostradles su bondad en la solicitud que dispensa a todas las criaturas, por ínfimas que sean; su previsión en la razón de ser de cada cosa, ninguna de las cuales es inútil, y en el bien que siempre proviene de un mal aparente y transitorio.
Hacedles comprender, sobre todo, que el mal verdadero es obra del hombre y no de Dios; no tratéis de amedrentarlos con el cuadro de las penas eternas, en las que acaban por dejar de creer, y que los llevan a dudar de la bondad de Dios.
En lugar de eso, dadles valor mediante la certeza de que un día podrán redimirse y reparar el mal que hayan cometido.
Señaladles los descubrimientos de la ciencia como revelaciones de las leyes divinas, y no como obra de Satanás.
Enseñadles, por último, a leer el libro de la naturaleza, siempre abierto ante sus ojos; ese libro inagotable en cuyas páginas están inscriptas la bondad y la sabiduría del Creador.
Entonces ellos comprenderán que un Ser tan grande, que se ocupa de todo, que todo lo cuida, que todo lo prevé, forzosamente dispone del poder supremo.
El labrador lo verá cuando are su campo, y el desdichado lo bendecirá en sus aflicciones, diciendo:
“Si soy desdichado, es por culpa mía”.
Entonces, los hombres serán auténticamente religiosos, racionalmente religiosos sobre todo, mucho más que si creyeran en piedras que rezuman sangre, o en estatuas que pestañean y derraman lágrimas.
Características de los milagros, Capítulo XIV.
Bibliografía
Kardec, A., La Génesis, los milagros y las predicciones según el Espiriismo
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