Curaciones producidas por Jesús
«Jesús iba por toda la Galilea enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del reino y curando todas las dolencias todas las enfermedades en medio del pueblo. Su reputación se extendió por toda Siria; y le traían a todos los que estaban enfermos y afligidos por dolores y males diversos, los poseídos, los lunáticos, los paralíticos, y a todos los curaba. Lo acompañaba una gran multitud de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea, y del otro lado del Jordán.» (San Mateo, 4:23 a 25.)
Curaciones
De todos los hechos que dan testimonio del poder de Jesús, no cabe duda de que los más numerosos son las curaciones.
Él quería probar de esa forma que el verdadero poder es aquel que hace el bien; aquel cuyo objetivo era ser útil, y no la satisfacción de la curiosidad de los indiferentes por medio de cosas extraordinarias.
Al aliviar los padecimientos, las personas quedaban ligadas a Él por el corazón, y hacía prosélitos más numerosos y sinceros que si los maravillase con espectáculos para la vista.
De ese modo se hacía amar, mientras que si se hubiese limitado a producir sorprendentes efectos materiales, como lo exigían los fariseos, la mayoría de las personas no habría visto en Él más que a un hechicero o un hábil prestidigitador, al que los desocupados buscarían para distraerse.
Así, cuando los discípulos de Juan el Bautista le preguntan si Él era el Cristo, su respuesta no fue: “Yo soy”, como cualquier impostor hubiera podido responder. No les habla de prodigios ni de cosas maravillosas, y les responde simplemente: “Id y decid a Juan: los ciegos ven, los enfermos son curados, los sordos oyen, el Evangelio es anunciado a los pobres”.
Es como si hubiese dicho: “Reconocedme por mis obras, juzgad al árbol por sus frutos”, porque era ese el verdadero carácter de su misión divina.
Del mismo modo, mediante el bien que hace, el espiritismo prueba su misión providencial.
Cura los males físicos, pero cura sobre todo las dolencias morales, y son esos los mayores prodigios a través de los cuales se afianza.
Sus más sinceros adeptos no son los que fueron tocados por la observación de fenómenos extraordinarios, sino los que recibieron consuelo para sus almas; los que se liberaron de la tortura de la duda; aquellos a quienes devolvió el ánimo en las aflicciones, que recuperaron fuerzas mediante la certeza del porvenir que vino a mostrarles, mediante el conocimiento de su ser espiritual y su destino. Ellos son los de fe inquebrantable, porque sienten y comprenden.
Quienes sólo ven en el espiritismo efectos materiales no pueden comprender su poder moral.
Por eso los incrédulos, que apenas lo conocen a través de fenómenos cuya causa primera no admiten, consideran a los espíritas meros prestidigitadores y charlatanes.
Por consiguiente, el espiritismo no triunfará sobre la incredulidad a través de prodigios, sino por la multiplicación de sus beneficios morales, puesto que si bien es cierto que los incrédulos no admiten los prodigios, también es cierto que conocen, como todas las personas, el sufrimiento y las aflicciones, y nadie rechaza el alivio y el consuelo.
Los milagros del Evangelio, Capítulo XV.
Allan Kardec
Bibliografía
Kardec, A., La Génesis, los milagros y las predicciones según el Espiritimo
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