Perdida de personas amadas
Perdida de personas amadas. Muertes prematuras.
Cuando la muerte acude a segar en vuestras familias, y se lleva sin contemplación a los jóvenes antes que a los viejos, soléis decir: “Dios no es justo, porque sacrifica al que es fuerte y tiene un gran futuro, para conservar a los que ya han vivido muchos años llenos de decepciones; porque arrebata a los que son útiles y deja a los que no sirven para nada más, y porque destroza el corazón de una madre, al privarla de la inocente criatura que era toda su alegría”.
Humanos: en ese aspecto necesitáis elevaros por encima de las pequeñeces de la vida terrenal, a fin de que comprendáis que el bien está muchas veces allí donde vosotros creéis ver el mal, y que la sabia previsión está allí donde creéis ver la ciega fatalidad del destino. ¿Por qué medís la justicia divina con la medida de la vuestra? ¿Acaso podéis suponer que el Señor de los mundos quiera, por un simple capricho, imponeros penas crueles? Nada se hace sin un objetivo inteligente, y sea lo que fuere que suceda, todo tiene su razón de ser. Si indagarais mejor acerca de los dolores que os atormentan, en ellos encontraríais siempre la razón divina, la razón regeneradora, y vuestros miserables intereses merecerían una consideración de tal modo secundaria, que los relegaríais al último plano.
Creedme, es preferible la muerte de una encarnación de veinte años a esos desarreglos vergonzosos que causan la desolación de familias respetables, que hieren el corazón de una madre y hacen encanecer antes de tiempo el cabello de los padres. La muerte prematura es, por lo general, un gran beneficio que Dios concede al que se va, que de ese modo queda preservado de las miserias de la vida, o de las seducciones que hubieran podido arrastrarlo a la perdición. Aquel que muere en la flor de la edad no es víctima de la fatalidad; su muerte se debe a que Dios juzga que no le conviene permanecer más tiempo en la Tierra.
¡Es una terrible desgracia -decís vosotros- que una vida tan llena de esperanza haya sido truncada tan pronto! ¿De qué esperanza habláis? ¿De la de la Tierra, donde el que se fue habría podido brillar, abrirse camino y hacer fortuna? ¡Siempre esa mirada estrecha, que no puede elevarse por encima de la materia! ¿Sabéis cuál habría sido la suerte de esa vida, tan llena de esperanza según vuestra opinión? ¿Quién os dice que no estaría saturada de amargura? ¿Acaso no tomáis en cuenta la esperanza de la vida futura, a tal punto que preferís la de la vida efímera que arrastráis en la Tierra? ¿Acaso suponéis que vale más ocupar una posición elevada entre los hombres, que entre los Espíritus bienaventurados?
Regocijaos, en vez de quejaros, cuando sea grato a Dios retirar a uno de sus hijos de este valle de miserias. ¿No sería egoísmo desear que él se quede para sufrir junto con vosotros? ¡Ah! Ese dolor se concibe en el que no tiene fe, que ve en la muerte una separación eterna. Pero vosotros, espíritas, sabéis que el alma vive mejor cuando se ha desembarazado de su envoltura corporal. Madres, sabed que vuestros amados hijos están cerca de vosotras. Así es, están muy cerca. Sus cuerpos fluídicos os envuelven, sus pensamientos os protegen, y el recuerdo que de ellos conserváis los embriaga de alegría. No obstante, vuestros dolores infundados también los afligen, porque denotan falta de fe y constituyen una rebelión contra la voluntad de Dios.
Vosotros, que comprendéis la vida espiritual, escuchad los latidos de vuestro corazón, que llama a esos seres queridos, y si rogáis a Dios que lo bendiga, sentiréis tan intenso consuelo que se secarán vuestras lágrimas; sentiréis aspiraciones tan grandiosas que os mostrarán el porvenir prometido por el soberano Señor.
Sanson, ex miembro de la Sociedad Espírita de París, 1863. – El evangelio según el espiritismo
Comentarios recientes