Terapia del Perdón
Perdonar conlleva aceptar que toda persona está sujeta a equivocarse. Requiere tolerar el error ajeno, aceptar las ofensas, al entender que todos estamos sujetos a un aprendizaje que compartimos con nuestros semejantes. Nadie es perfecto. Eliminar el egoísmo es primordial. Para muchas personas actuar de forma egoísta es su natural modo de comportamiento, desde donde arrancan la mayoría de las desavenencias, malquerencias, rencores, odio y otros sentimientos de carácter ruin que quiebran las relaciones entre las personas.
Perdonar es elevarse sobre todas estas actitudes de naturaleza mezquina e inferior que perjudican y corrompen los valores y la pureza de nuestro espíritu. No dejarse arrastrar por el odio, los resentimientos y los deseos de venganza. Perdonar es desear el bien para todos, inclusive hacia los propios enemigos. Se trata de una de las pruebas a superar más difíciles para todos nosotros como alumnos en la escuela de la evolución en la que estamos inmersos, cursando los estudios de la espiritualidad superior: la caridad, la comprensión y el amor son parte de las asignaturas más importantes.
“Perdona a tus enemigos”.
«Haz a los demás lo que quisieras que hicieren contigo».
Pedir perdón es un hecho que resulta muy difícil para todos aquellos individuos que por su falta de humildad y carácter irascible suelen ser propensos a los sentimientos de rencor o de venganza. De hecho, hay una sentencia universal que todos conocemos, “yo ni olvido ni perdono”. ¿Quién no querría ser perdonado por haber causado daño a otras personas? ¿Quién no se equivoca, aún sin quererlo? ¿Quién está libre de pecado? Sería injusto omitir el perdón si el daño fue hecho de forma involuntaria, pero si el daño fue premeditado y voluntario, también es necesario perdonar, he ahí la grandeza del perdón y la prueba de que estamos puliéndonos interiormente, ofrecer una muestra de amor y comprensión, de respeto y tolerancia, una muestra de superación y de autocontrol sobre sí mismo.
Perdonar a nuestros enemigos puede ser uno de los actos más sublimes que podemos realizar, solo alcanzable por espíritus de altísimo nivel de perfección como el que atesoraba nuestro Maestro de maestros Jesús de Nazaret.
Decía Confucio, vencer a los demás es fácil, vencerse a sí mismo es difícil.
Se debe perdonar siempre, y esto no es un tópico, es un deber personal y social, porque perdonar despoja nuestra alma de todo resquicio de rencor y odio. Es deber de toda persona con deseos de luz y progreso mantener el alma limpia de maldad, de toda impureza. Recordemos ese dicho popular que dice: “no tiene perdón de Dios”.
Este texto es una sinrazón, porque Dios lo perdona todo. Y el ser humano, hecho a su imagen y semejanza –espiritualmente ha de entenderse-, debería seguir esta enseñanza, intentando perdonar con sinceridad y de corazón. No hay castigos eternos, sino la ley del libre albedrio y de causa y efecto, somos libres para actuar, pero el tiempo nos devuelve el fruto de nuestros actos, después queda el trabajo de ser conscientes de ello y resolvernos a rectificar y reparar el daño causado mediante el amor y la reconciliación con tus adversarios. Esa es la ley. Lo que tardemos en ser conscientes y rectificar es cosa de cada uno, Dios nos da todo el tiempo del mundo, para Él el tiempo no existe.
¡Qué lamentable ejemplo el del perdón a medias, del perdón con reservas, sin deseos de reconciliación y despreciando al contrario! Perdonar implica ayudar al antagonista a salir de su propia condición.
El perdón no es un acto ocasional, es una actitud constante. (Martin Luther King)
Todas estas reflexiones nos llevan a una aún más profunda y relevante, pensemos “quién es el mayor beneficiado cuando actuamos movidos por el sentimiento de amor y aplicamos las virtudes necesarias para no caer en la trampa que nos pone el egoísmo. ¿No somos acaso nosotros los primeros beneficiados?
Hay reglas fundamentales en el camino del progreso espiritual que nunca debemos olvidar, máxime si somos cristianos; tengamos en cuenta que estamos en un mundo de expiación y prueba, somos espíritus en formación, carentes de muchos valores, la envidia, la comodidad, el orgullo, el egoísmo, etc., son imperfecciones que llevamos todavía muy arraigadas, el ambiente dominante en nuestros días es lo que nos señala, superficialidad, materialismo, filosofía del mínimo esfuerzo hay un sinfín de pautas que nos mantienen estancados, como dormidos, nos cuesta reconocer el objeto de nuestra vida y darle sentido a la misma.
En muchos casos de poco nos vale esta reencarnación, prácticamente a nivel espiritual es una existencia o bien perdida o bien que más compromete nuestro futuro.
Es por esa razón que debemos mirar a nuestros hermanos de sociedad comprendiendo esta situación, nadie se convierte en adversario por que sí, es el precario nivel de evolución que albergamos la razón por la cual se crean tantas desavenencias y roces entre nosotros, sino por causa de nuestras carencias y falta de valores morales, por ello cuando estemos sometidos a la presión que ejercen dichos comportamientos sobre nosotros debemos pensar con caridad cristiana, analizando a nuestros hermanos presos de esas condiciones y circunstancias, no ver a nadie como enemigo, sino como a un espíritu sometido por sus carencias morales y tendencias actuales de esta sociedad. Seamos pues caritativos, no juzguemos a priori, seamos conscientes de las condiciones de atraso espiritual de nuestra humanidad verdadera causa del estado en el que nos encontramos.
Oremos por ellos, y seamos comprensivos ante de avivar el fuego. Evitemos las influencias perniciosas de las entidades que vibran en el plano espiritual en las mismas condiciones que nos azuzaran más en ese juego de lucha inútil en favor de defender nuestro orgullo y egoísmo.
Sí somos los primeros beneficiados si en lugar de rebelarnos y ponernos en situación de ataque somos humildes, comprensivos y hacemos un esfuerzo por dominar nuestros instintos inferiores. Dejemos respirar a nuestro espíritu nuestro yo superior, nuestra realidad eterna, inspirémonos en Jesús, y hagamos como él recurriendo a los valores eternos del amor y la tolerancia, y así no nos dejaremos llevar por el revanchismo inútil y la naturaleza inferior que aún anida en nosotros. Siempre pensar antes de actuar el meditar de esta forma ¡qué haría Jesús en esta situación presente!
Es difícil sí no nos podemos comparar a él, pero hay que ir intentándolo.
No lo olvidemos siempre que estamos sometidos a las pruebas que esta sociedad, los círculos más cercanos a nosotros no es por casualidad, son las experiencias que necesitamos para conocernos mejor y para aprender a actuar lo mejor posible, de forma cristiana, como Jesús nos enseñó su ejemplo es lo más puro y nuestra mayor aspiración es ir pareciéndonos día a día, poco a poco más a él.
Si nos fallan las fuerzas es por nuestro orgullo herido, por la mente turbada y empecinada en su altivez, es en ese momento cuando debe aflorar el conocimiento espiritual, cuando debe surgir la comprensión, el buen hacer y el dominio sobre los sentimientos ruines; solo entonces quedarán atrás los resentimientos.
Solo mediante el perdón puede el hombre despojarse de sus defectos y alcanzar su meta, que es el progreso. Y es que la incapacidad de perdonar no viene de la medida de la propia ofensa, del mayor o menor daño recibido, sino del orgullo herido. A mayor orgullo, mayor dolor percibido; cuanta mayor vanidad y soberbia tengamos, mayor nos parecerá la ofensa recibida.
Pero ciertamente necesitamos vivir estas experiencias en nuestra propia carne para que sepamos detectar el poso de imperfección que aún nos queda por eliminar y con la luz que vamos adquiriendo nos predispongamos primero a reconocer y después a cambiar.
Esto viene a demostrar que el freno al perdón viene de la medida de los propios defectos morales.
«Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen»,
Tales fueron las palabras del maestro Jesús, tal fue su caudal de perdón cuando, abandonado por todos, su cuerpo se estremecía bajo la tortura y los flagelos, cuando en el paroxismo de su dolor clamaba piedad al cielo, al Padre.
Su dolor moral superaba al dolor físico, cuando los hombres, aquellos por los que había abandonado su morada, allá en los planos elevadísimos de amor y de conciencia, que ni siquiera podemos imaginar; aquellos a los que había venido a enseñar e instruir mediante su amor, su palabra y su ejemplo, se cebaban en Él.
Aquel pueblo desconocía la magnitud del dolor causado, porque desconocía al Ser insigne que tenían delante y su auto sacrificio, tratando de enseñar al hombre el camino a seguir que no es otro que el del amor espiritual. Es por ignorancia, que el hombre causa dolor a sus semejantes, pues de ser consciente, ciertamente lo evitaría.
El odio y el rencor son virus morales; si penetran en nuestro interior son muy difíciles de erradicar, a menos que hagamos un esfuerzo y comprendamos con claridad por qué estamos aquí, en este planeta Tierra, que nos somete a tantas y tantas pruebas y experiencias a fin de mejorar nuestra conducta y sacar a la luz los valores eternos, somos diamantes en bruto. Las experiencias que la vida nos presenta, sobre todo las más difíciles, están ahí por nuestro bien.
Son el yunque y el martillo con el que domamos nuestros pensamientos, sentimientos y emociones, sin los cuales es muy difícil avanzar. Pudiendo avanzar por el amor, siguiendo el ejemplo de tantos maestros y espíritus elevados que han pasado por nuestro mundo dejando su mensaje y su ejemplo la mayoría de nosotros cogemos el camino del dolor para doblegarnos y progresar.
Hasta que no nos salen los defectos y las faltas que cometemos en el día a día no podemos conocernos tal cual somos y no podemos corregir y erradicar dichos defectos y maldades que poseemos todos sin excepción.
Solo trabajando con amor y humildad, nos podemos situar ya en el camino del “conócete a ti mismo” y del “ama a tu prójimo”, las heridas que nos puedan infligir se cerrarán enseguida, porque el amor y el perdón son un bálsamo que todo lo cura; pero si reaccionamos con odio y rencor, las heridas difícilmente se cierran, antes, al contrario, se infectan y penetran en nuestro ser.
El odio, los resentimientos, la venganza son ese veneno que nos va matando por dentro, destruye nuestro sistema nervioso, nubla el corazón y atrae negatividad e impide la felicidad.
¿Qué ganamos actuando así?
Recordemos las palabras de Pedro, el pescador de Galilea:
¿Señor, cuántas veces he de perdonar a mi hermano si peca contra mí? ¿Hasta siete veces? “No digo yo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Mateo, 18, 21-23.
Esto es únicamente una alegoría, pues el pueblo llano, en su escasa erudición, utilizaba este vocablo para señalar una cifra sin cuantificar.
¡Quién será capaz de perdonar en tantas ocasiones, quién habrá conquistado ese don tan importante, el control de los instintos, de las pasiones y las emociones! ¡Quién es capaz de mostrar el lado positivo de su personalidad, la voluntad y la caridad, el amor y la comprensión en las situaciones difíciles, en las experiencias y pruebas trascendentes!
Finalmente, el hombre, después de un largo aprendizaje en mundos de expiación y prueba, que puede durar siglos o milenios, depende de cada uno, alcanza la sabiduría del perdón, aprende el buen hábito de perdonar, comprende las pasiones y debilidades que nos arrastran a cometer tantos errores y causar tanto mal innecesario, y en su gloriosa evolución evita que afloren en su intimidad el rencor y los resentimientos que ya aprendió a sofocar a tiempo y transformó en tolerancia y bondad. Cuando al fin tomamos conciencia de nuestra grandeza espiritual, comprobamos asimismo la grandeza del amor como fuente de felicidad y de unión entre todos nuestros semejantes.
El egoísmo, el odio y el rencor son aislantes y la causa del sufrimiento y del estancamiento de nuestro espíritu, la soledad y la amargura vienen a dominar nuestra vida, cargada ya de pensamientos ruines y resentimientos; sus energías se dispersan y nos vamos alejando de la fuente del luz y amor que es nuestro creador.
El perdón es la forma definitiva del amor. Reinhold Nieburhr.
Estas reflexiones bien podrían concluir con la necesidad de perdonar cuantas veces resulte necesario, de perdonar hasta que el contrincante decline en su actitud de revancha y compruebe nuestra firme determinación en el perdón.
La firmeza de carácter, la inalterabilidad en los objetivos y la fortaleza moral enriquecen y propician los gestos de hermandad y responden con un gesto de bondad ante otro de maldad, con flexibilidad y tolerancia ante la intransigencia, y con generosidad ante la envidia.
Este y no otro es el modo de ganarse a los adversarios, mostrando firmeza ante sus puyas, mostrando que nada nos alterará y que no estamos dispuestos a seguir ese juego y añadir más leña al fuego. De modo que llegará un momento en el que, cansados, depondrán su actitud, sentirán que sus acciones les ridiculizan y comprenderán la pérdida de tiempo. Es entonces cuando florecerá la posibilidad de la reconciliación, cuando podrán asimilar el ejemplo recibido y constatar su deuda moral.
Esta es una nueva lección que tenemos pendiente, amor y perdón, el proyecto más ambicioso del ser humano. el proyecto que muchos no ven ni intentan alcanzar, hasta que la ley les coaccione, más tarde o más temprano.
Este es un esfuerzo para todos, unos para aprender a perdonar, otros para solicitar el perdón; no importa quién dé el primer paso.
Devolver bien por mal, perdonar los errores ajenos y ser capaces de tender puentes hacia quienes un día nos odiaron es el camino a recorrer.
Cuando se ataca al ser humano, éste ha de defenderse, y así debe ser, pero evitando usar idénticas armas contra el agresor, sin ponerse a su altura o querer ser mejor que él; nuestra arma debe ser la autoridad moral, la actitud pacífica que brilla sobre cualquier tipo de provocación.
Defenderse no requiere ir contra nadie, defenderse es lícito, inclusive sufriendo daños, pero nunca cometiéndolos. De ahí la frase del Rabí: «Poner la otra mejilla», con ella quiso dar a entender que, para el progreso del espíritu, resulta preferible recibir un daño antes que cometerlo. Esta es una demostración de la prevalencia del espíritu sobre la materia.
Como vemos, a lo largo de este artículo han ido saliendo frases del Maestro Jesús, conocedor profundo de cómo era del estado evolutivo de nuestra humanidad, y sabedor de las pruebas y de los compromisos a superar por todos nosotros. Insistió en muchas ocasiones en la necesidad que tenemos de hacer ese esfuerzo, esa limpieza de nuestra alma, para tolerar y comprender a nuestros hermanos, peregrinos como nosotros hacia la auto superación personal, para lo cual es imprescindible aprender a perdonar y a tratarnos con respeto y humildad.
Muy lejos estaban aquellos hombres contemporáneos de Jesús que practicaban el “ojo por ojo, y diente por diente”, sumiendo a ese pueblo en la barbarie y en la animalidad, encadenando una deuda tras otra en sus sucesivas encarnaciones, que es lo que conlleva actuar con sentimientos de odio, venganza y rencor, y practicando aquella ley brutal que permitía incluso la lapidación. Jesús no solo se manifestó totalmente opuesto a estas prácticas; sino que abolió dicha ley y la sustituyó por el perdón a los enemigos.
Los planetas que han conseguido la catalogación de mundos de regeneración no admiten seres incapaces de perdonar, no admiten seres que arrastren a otros en su ceguera mental y espiritual, no admiten espíritus que no hayan depurado su carácter.
Por tanto, no debe extrañar a nadie que a lo largo de nuestra vida surjan experiencias que nos obliguen a reflexionar, a tomar decisiones que prueben nuestras capacidades. El perdón es una virtud imprescindible y nuestro Padre proporciona a todas sus criaturas la inteligencia necesaria para ejercerlo, y asimismo para superar las adversidades.
Por ello, analicemos cuál es nuestra predisposición espiritual y aprovechemos las oportunidades para recuperar viejas amistades y zanjar viejas heridas.
Demostremos que estamos en condiciones de aceptar los errores ajenos, que somos capaces de devolver bien por mal, aun a costa de sufrir perjuicios propios. Cambiemos nosotros primero y dejemos al Creador el trabajo de modificar las conciencias recalcitrantes.
Terapia del perdón por: Fermín Hernández Hernández
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