Un reino Terrestre
Quién mejor que yo puede comprender la verdad de estas palabras de Nuestro Señor: «Mi reino no es de este mundo». El orgullo me perdió en la tierra. ¿Quién comprendería la nada de los reinos de ese mundo, si yo no lo comprendiese? ¿Qué me he traído de mi reinado terrestre? Nada, absolutamente nada; ¡y para que la lección fuese más terrible, ni siquiera lo conservé hasta la tumba! Reina fui entre los hombres, reina creí entrar en el reino de los cielos; ¡engañosa ilusión!. ¡Qué humillación cuando en vez de ser recibida allí como soberana, vi sobre mí y mucho más altos, hombres a quienes creía muy pequeños y que yo despreciaba, porque no eran de sangre noble!. ¡Oh! Entonces comprendí la esterilidad de los honores y de las grandezas que con tanta avidez se buscan en la tierra. Para prepararse un lugar en este reino, es necesario la abnegación, la humildad, la caridad en toda su celeste práctica, la benevolencia para todos; nadie os pregunta lo que habéis sido, que puesto habéis ocupado, sino el bien que habéis hecho, las lágrimas que habéis enjugado. ¡Ah! Jesús, tú lo has dicho, tu reino no es de la tierra, porque es preciso sufrir para llegar al cielo, y las gradas del trono no os aproximan a él; los senderos más penosos de la vida son los que conducen allí; buscad, pues, el camino al través de los abrojos y de las espinas, y no entre flores. Los hombres corren tras los bienes terrestres como si debieran conservarlos siempre; pero aquí ya no hay ilusión, ven muy pronto que solo se asieron a una sombra y despreciaron los únicos bienes sólidos y duraderos, los únicos que les sirven en la celeste morada, los solos que pueden franquearles la entrada. Tened piedad de aquellos que no ganaron el reino de los cielos, ayudadles con vuestras oraciones, porque la oración aproxima el hombre al Todopoderoso; es el eslabón que une el cielo a la tierra; no lo olvidéis.
Una reina de Francia. Havre, 1863. El evangelio según el espiritismo
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