Acción y reacción: Justicia Divina
Tomar conocimiento de una ley universal como es la de acción y reacción, o ley de causa y efecto, es fundamental, porque nos ayuda a entender el porqué de las vicisitudes de la vida, las desigualdades humanas y también la responsabilidad que adquiere el ser humano por aquello que hace.
Si partimos de un planteamiento meramente científico, debemos remitirnos en primer lugar al notable físico y matemático inglés Isaac Newton (1643-1727), cuando nos habla de las tres grandes leyes de la mecánica clásica: La primera, la ley de inercia; la segunda, la ley de la dinámica; y la tercera, la ley de acción y reacción. Esta última significa, en términos de la Física, que: “A cada acción siempre se opone una reacción igual pero de sentido contrario”.
Desde el punto de vista espiritual ocurre algo análogo. Sin embargo, posee otras características, otros matices que es necesario estudiar y analizar para comprender lo que supone para nuestras vidas esta gran ley universal.
La ley de acción y reacción, o de causa y efecto, no solo afecta a las consecuencias de nuestra conducta sino también a los pensamientos, sentimientos y emociones que experimentamos a diario, puesto que son vibraciones muy poderosas que interactúan con la parte biológica del ser. Como es lógico, según la naturaleza de esas vibraciones, estaremos contribuyendo o no al equilibrio y salud de nuestro cuerpo, como ya ha quedado demostrado por la ciencia moderna.
Por otro lado, podemos afirmar que el ser humano desde siempre ha tenido, consciente o inconscientemente, conocimiento de esta ley universal. En el refranero popular encontramos muchas expresiones usadas coloquialmente que hablan de ella, pero aplicadas a la vida cotidiana: “Quien siembra vientos, recoge tempestades”; “Con la vara que midas, serás medido”; “quien la hace la paga”. Estos refranes reflejan una sabiduría en base a la experiencia de vida de los pueblos, al margen de creencias religiosas o supersticiones.
Acción y reacción en los textos
No obstante, si repasamos las grandes religiones tradicionales, encontramos textos que recogen también esta ley Divina de causa y efecto:
En el hinduismo se recogen estas palabras:
Los males con que afligimos a nuestros semejantes nos persiguen como nuestra sombra sigue a nuestro cuerpo (Krishna).
En el judaísmo:
Pero si no lo hacéis así, mirad, habréis pecado ante el Señor, y tened por seguro que vuestro pecado os alcanzará (Números; 23).
En el cristianismo:
No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará (Gálatas; 6-7).
Y por último, en el islamismo:
Toda alma será recompensada por lo que ha ganado y no sufrirá injusticia (El Corán 45:21).
Como podemos comprobar, todas las religiones nos hablan de un mismo concepto, pero con distintas palabras; lo cual significa que, prácticamente desde siempre, ha existido conciencia sobre este asunto tan vital, aunque con los matices propios de las mentalidades de cada época y cultura.
Si partimos de la concepción mosaica, el pueblo hebreo consideraba, debido a la dureza de su corazón, las leyes de Dios como imposiciones divinas que debía cumplir fielmente, si no quería verse sometido a su ira, a ciertos castigos por desobediencia; entendían que los males de la vida eran consecuencia de ello. Por tanto, la ley de acción y reacción significaba para ellos que, cuando no se hacía aquello que le agradaba al Dios Todopoderoso, debían ser castigados por sus faltas. Una visión totalmente antropomórfica de la divinidad, propia de mentalidades muy inmaduras.
Con la venida del Maestro Jesús, aproximadamente mil cuatrocientos años después, el concepto cambia. Ya no se trata de un Dios iracundo, sino que el Maestro ya nos muestra a un Padre Celestial “todo amor y misericordia”.
Acción y reacción en el cristianismo
No obstante, la religión instaurada por Constantino I (280-337) en nombre de todo el cristianismo, habla de un Cielo y un Infierno; de premios y castigos, en base al cumplimiento o no de los preceptos marcados por la nueva organización religiosa. Para ello, fue erradicada y anatematizada la idea de los renacimientos múltiples o reencarnación; además por motivos bastante profanos.
De tal forma, el cristiano solo dispone de una única oportunidad, es decir, una sola vida para salvarse o condenarse eternamente. De lo cual, la responsabilidad moral para los creyentes existe, pero, sobre todo en tiempos pretéritos, estaba supeditada al control de la jerarquía eclesiástica, es decir, de los intermediarios de la divinidad para condenar o encauzar a los fieles hacia su salvación, perdonar los pecados… o con la aplicación de las indulgencias, rescatar del purgatorio a las almas sufrientes.
Para poder sostener todo este argumentario teológico se basaban en dogmas, es decir, en lo que consideraban los designios inescrutables de Dios. Hoy día, existe otra mentalidad dentro del propio catolicismo que está variando el rumbo en una dirección algo más abierta, más flexible a la hora de interpretar algunos de esos dogmas.
Fue el propio Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955), el famoso paleontólogo, filósofo y jesuita francés, quien aseveró:
No somos seres humanos con una experiencia espiritual. Somos seres espirituales con una experiencia humana.
De tal afirmación se desprende que ya existíamos antes de esta existencia física; lo que significa que tenemos un pasado; o visto desde otro punto de vista: no hemos sido creados al nacer.
Incluso en la actualidad, y desde hace ya varias décadas, la ciencia está ayudando a ese cambio de paradigma religioso y espiritual. Por ejemplo, el científico y filósofo estadounidense Robert Lanza nos habla, en base a sus estudios e investigaciones, que la muerte es una ilusión. A través de la teoría del biocentrismo nos dice que el ser espiritual es la realidad auténtica; que la vida crea el Universo, y no al revés. Significa que el espacio y el tiempo no existen en la forma lineal que pensamos que existe.
Por todo ello, si queremos entender un poco los mecanismos de la vida y su finalidad debemos observar el Universo, dándonos cuenta que en él todo es solidario; en una permanente búsqueda del equilibrio, transformándose constantemente en dirección al perfeccionamiento. En nuestro mundo las plantas buscan su desarrollo y encuentran en el sol y los minerales los elementos de crecimiento, dejando caer sus semillas para su propagación fértil. Los animales hacen lo propio, contribuyen al equilibrio del ecosistema. El hombre, como rey de la Creación, está llamado a contribuir con su inteligencia a dicho equilibrio. Todo se encadena, todo se eslabona con una finalidad superior, desde el átomo hasta el hombre racional, trascendiendo la materia.
La propuesta espírita
Sin duda, la propuesta espírita nos esclarece mejor que nada sobre el sentido de la vida y el papel que juega el ser humano en todo ello. Allan Kardec, en El Libro de los Espíritus, ítem 573, interroga: ¿En qué consiste la misión de los espíritus encarnados?
En instruir a los hombres, cooperar en su adelanto, mejorar sus instituciones por medios directos y materiales… En la naturaleza todo se eslabona. Al paso que el espíritu se depura mediante la encarnación, colabora de esa forma en la realización de las miras de la Providencia. Cada cual tiene en la Tierra su misión, porque cada cual puede ser útil para algo.
También en el ítem 258, Allan Kardec recibe la siguiente respuesta de los espíritus respecto a la elección de las pruebas antes de encarnar:
Él mismo escoge la clase de pruebas que quiere sufrir. En eso consiste su libre albedrío.
Con anterioridad, en el ítem 262 aclaran:
Cuando no está suficientemente capacitado para elegir, Dios suple su inexperiencia al señalarle el camino que debe seguir.
De lo cual podemos deducir fácilmente que, si no tuviéramos tareas o misiones que atender, la vida carecería de significado. Y también se desprende otra idea muy importante: La responsabilidad nace desde el momento en que aceptamos el compromiso. Y esto se substancia de la siguiente manera: Somos responsables del bien que hacemos a los demás, del mal que realizamos y del mal que se genera como consecuencia del bien que dejamos de hacer.
Sin duda, no podemos alegar ignorancia, porque traemos escritas las leyes de Dios en la conciencia; es ahí donde podemos encontrar el faro seguro que nos llevará a buen puerto, junto con la ayuda que nos brindan los espíritus esclarecidos que nos acompañan y velan por nosotros en todo momento.
Además de eso, tenemos el legado de los grandes avatares que nos marcaron el camino. La expresión más perfecta y sublime se encuentra en el propio Maestro Jesús y su mandamiento más importante: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Lo que significa, entre otras cosas, tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran.
Como nos enseña la doctrina espírita, el espíritu se prepara concienzudamente antes de encarnar para desarrollar las tareas con éxito. Solo el velo material es capaz de confundir, distraer de los compromisos aceptados libremente, debilitando la voluntad que da paso a las malas tendencias, a esas imperfecciones y pasiones que todavía dominan al ser, llegando a desviar de los compromisos libremente asumidos si no se actúa con firmeza y se presta atención.
Cuando no se cumple con la tarea encomendada se adquiere una responsabilidad, para lo cual habrá de recomenzar la tarea en el futuro para reanudar, corregir y completar aquello que no ha estado bien.
La siembra es voluntaria, pero la cosecha es obligatoria
Efectivamente, la ley de causa y efecto es una ley de reajuste en lo moral que tiende a restablecer el equilibrio alterado. Actúa siempre en beneficio de todos. No es una ley automática, inmediata, puesto que depende de muchos factores y de otras leyes divinas soberanas como son la ley del Amor y la ley de Evolución, que pueden alterar los procesos compulsorios. La sabiduría cósmica administra los tiempos, las situaciones, las personas que intervienen.
Cuando se toma conciencia del bien, sensibilizándose en el amor y la caridad, y se rectifica en los malos hábitos, controlando las pasiones y defectos y dando paso a las cualidades que todos atesoramos, y estas se traducen en buenas obras, el bien practicado a partir de ese momento rescata y anula muchas de las acciones negativas del pasado.
Ocurre también con bastante frecuencia que algunos espíritus se estancan en su evolución, sobre todo en mundos como el nuestro, donde la evolución espiritual es todavía muy baja. Se trata de almas acomodadas que no hacen ni bien ni mal, incapaces de dar un salto cualitativo que los impulse en su avance; sumidos en una espiral donde muy poco o nada progresan en el devenir de las diferentes existencias. En esos casos puede ocurrir que se active “el despertador”, como nos dice la venerable Amalia Domingo Soler. Se trata de espíritus ya bastante esclarecidos e incluso muy elevados que se prestan a encarnar con esos otros rezagados, pero muy queridos, para remover sus conciencias, provocándoles una reacción. Este tipo de pruebas pueden ser voluntarias, pero también expiatorias.
A veces vienen como uno de los cónyuges para ayudar al otro; o como hijos muy amados. Sin embargo, su estancia aquí con cuerpo físico suele ser muy corta; con un final, en unos y otros casos, muy duro, a veces brusco y un tanto inesperado. Una muerte que provoca, en un primer momento, rebeldía, consternación, desaliento, para posteriormente una reflexión profunda sobre el sentido de la vida, un replanteamiento sobre la relación con el semejante, sobre Dios y también sobre lo efímero de todas las cosas materiales.
La propia Amalia nos dice a este respecto:
Dios, en los encantos de la Naturaleza, ¿da a unos más que a otros? No, el sol brilla para todos. Pues así tiene que ser el amor de los espíritus, y cuando no se sabe amar, el despertador nos sirve de maestro, y por el dolor se llora y luego… se ama.
Conclusiones
Para ir finalizando, podemos resumir lo expuesto de la siguiente manera:
- Todos traemos una tarea, una misión a cumplir.
- La ley de causa y efecto, o acción o reacción, nos devuelve la medida de aquello que realizamos; es la cosecha de aquello que hemos sembrado.
- Su función es la de corregir, estimular y promover lo positivo que hay en nosotros.
- Hemos de considerar también que toda expiación encierra un valor a conquistar: Resignación, paciencia, abnegación, renuncia, generosidad, etc… Verdaderas joyas para el espíritu inmortal.
- Las contrariedades, las grandes pruebas de la vida, tienen por misión generarnos una nueva conciencia y perfeccionarnos en dirección a la felicidad y la plenitud.
- La vida física es muy breve, apenas un instante en la eternidad. Merece la pena, por tanto, hacer un esfuerzo por mejorar y hacer las cosas bien, para que aquello que sembremos nos llene de gozo y alegría en el futuro.
- El Padre da ciento por uno, pero ese uno hay que ponerlo.
- Los mundos son un enorme laboratorio de crecimiento y aprendizaje. Podemos avanzar o estancarnos. Depende de nuestra actitud y esfuerzo alcanzar el mérito para formar parte de la Nueva Humanidad, cuando se haya convertido definitivamente la Tierra en un mundo de regeneración donde el mal y la ignorancia ya habrán quedado desterrados.
Vamos a concluir esta ponencia con otra muestra de sabiduría de la “Cronista de los Pobres”:
Nadie es dichoso por privilegio, ni nadie es desgraciado por abandono de la Providencia, cada uno tiene lo que legítimamente merece. (Amalia Domingo Soler).
José Manuel Meseguer
Conferencia «Acción y Reacción» en el II Congreso Espírita ConCiencia:
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