¡Así me lo contaron!
Un día, la Gota de Agua, el Rayo de Luz, la Abeja y el Hombre Perezoso llegaron al Trono de Dios. El Todopoderoso los recibió con bondad y les preguntó por lo que hacían.
La Gota de Agua avanzó y dijo: – Señor, yo estuve en un terreno casi desierto, auxiliando a una raíz de naranjo. Vi a muchos árboles sufriendo sed y a diversos animales que pasaban, afligidos, procurando manantiales. Hice lo que pude, pero vengo a pedirte otras Gotas de Agua para que me ayuden a socorrer a todos los que necesiten de nosotras.
El Padre sonrió, satisfecho, y exclamó: – ¡Bienaventurada seas por entender mis obras! Te daré los recursos de las lluvias y de las fuentes.
Después, El Rayo de Luz se adelantó y habló: – Señor, yo descendí… descendí… y encontré el fondo de un abismo. En ese antro, combatí la sombra, cuanto me fue posible, pero noté la presencia de muchas criaturas suplicando claridad. Vengo al Cielo a rogarte otros Rayos de Luz que cooperen conmigo en la liberación de todos aquellos que, en el mundo, sufren aún la presión de las sombras.
El Padre, contento, respondió: – Bienaventurado seas por el servicio a la Creación. Te daré el concurso del Sol, de las lámparas, de los libros iluminados y de las buenas palabras que se encuentran en la Tierra.
Después de eso, la Abeja se explicó: – Señor, he fabricado toda la miel, al alcance de mis posibilidades. Pero veo tantos niños flacos y enfermos, que vengo a implorarte más flores y más Abejas, con el fin de aumentar la producción…
El Padre, muy feliz, la bendijo y le contestó: – Bienaventurada seas por los beneficios que prestaste. Te concederé nuevos jardines y nuevas compañeras.
Enseguida, el Hombre Perezoso fue llamado a hablar. Puso una cara desagradable e informó: – Señor, nada conseguí hacer. Por todos lados, encontré la envidia, la persecución, el odio y la maldad. Tuve los brazos atados por la ingratitud de mis semejantes. Tanta gente mala permanecía en mi camino que, en verdad, nada pude hacer.
El Padre bondadoso, con expresión de descontento, exclamó: – Infeliz de ti que despreciaste los dones que te di. Te adormeciste en la pereza y nada hiciste. Los seres pequeñitos y humildes alegraron mi Trono, con el relato de sus trabajos, pero tu boca sólo sabe quejarse, como si la inteligencia y las manos que te confié para nada sirviesen ¡Retírate! Los hijos inútiles no deben buscarme la presencia. Regresa al mundo y no vuelvas a buscarme mientras no aprendas a servir.
– La Gota de Agua regresó, cristalina y bella.
– El Rayo de Luz retornó a los abismos, brillando cada vez más.
– La Abeja descendió zumbando, feliz.
– El Hombre Perezoso, sin embargo, se retiró muy triste.
¡Así me lo contaron!
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