Compromiso con la excelencia
Todas las situaciones que nos enfrentamos en la vida tienen una finalidad, sirben para desarrollarnos en las emociones y conductas. En algunas circunstancias parece que lo que nos ocurre nos beneficia y en otras nos perjudica. Algunas veces nos gustan los resultados y en otras los detestamos.
Las expectativas que generamos con los comportamientos de los demás pueden causarnos anciedades y frustaciones, afectándonos negativamente. Liberándonos de las ataduras de las expectativas estamos buscando la paz interior.
Si analizamos desde una perspectiva espiritual no nos ofenderemos, no nos sentiremos dañados por nada que nos pase. Si comprendemos que en cualquier conyuntura estamos bajo la bendición de Dios.
¿Alguna vez te has sentido ofendido por las palabras o acciones de otros?
Si alguién te quiere herir, es porque tiene un problema interno, tiene un dolor oculto.
Si alguién te miente, observa el vacío que siente en su interior.
Si alguién te traiciona, observa la soledad que guarda.
Si alguién se burla de ti, observa los traumas que encierra.
Si alguién te menosprecia, observa cuan grande es su miseria moral, porque cargan odios y rencores.
Si alguién te envidia, observa su frustación interna.
No te sientas ofendido por las palabras o acciones ejenas, porque son defectos que tienen que corregir y eso se hará en sus experiencias a lo largo de sus vidas sucesivas.
Trabaja por tu propio perfeccionamiento, corrige en tí con compromiso y fidelidad lo más que puedas con compromiso y fidelidad al bien.
Se amable y bondadoso con todas las personas.
No alimente tu ego y empieza a alimentar tu alma con las buenas conductas, buscando la excelencia y la virtuosidad en tu ser.
Las palabras y acciones ajenas no deben perturbarte, no deben restar tu paz. Liberate de las cadenas de las heridas de los demás.
Dijo Jesús:
“Si perdonáis a los hombres las faltas que ellos cometen contra vosotros, vuestro Padre celestial también os perdonará vuestras faltas; pero si no perdonáis a los hombres cuando os ofenden, vuestro Padre tampoco os perdonará vuestras faltas.”
(San Mateo, 6:14 y 15.)
Nunca se debe devolver injusticia con injusticia, ni hacer mal a nadie, sea cual fuere el daño que nos haya hecho. No obstante, pocas personas admitirán este principio, y las que no concuerdan con él, no hacen más que despreciarse unas a otras.
¿Acaso no es este el principio de la caridad, que nos enseña a no devolver mal por mal y perdonar a nuestros enemigos?
Sed pacientes, nos dicen los buenos espíritus.
La paciencia también es un tipo de caridad, y debéis practicar la Ley de caridad que enseñó Cristo, el enviado de Dios.
La caridad que consiste en la limosna que se da a los pobres, es la más fácil de todas. Pero hay una mucho más penosa y, por consiguiente, mucho más meritoria: la de perdonar a aquellos que Dios ha colocado en nuestro camino para que sean los instrumentos de nuestras aflicciones y para poner nuestra paciencia a prueba. Ellos son el instrumento para nuestro perfeccionamineto ético-moral.
La misericordia es el complemento de la mansedumbre, porque el que no es misericordioso no puede ser manso ni pacífico. La misericordia consiste en el olvido y el perdón de las ofensas, de todas ellas.
Aquella persona que procuró causarte daño sin razón aparente, a esta persona que no soportó verte brillar, destacarte en algún aspecto, que envenenó con mentiras a los demás para interferir en tus relaciones, aquellas que te despresaron por envídias ocultas, aquellas que te juzgaron sin piedad, a todas ellas deberíamos brindar la comprensión y recuerda que tienen problemas en sus almas.
Con estas personas debemos ejercitar la compasión, la humildad y el amor, teniendo empatía con los niveles evolutivos de cada cual. Nosotros mismos cometemos errores de diferentes índoles, también estamos aprendiendo.
Para mejorar en nuestros pensamientos y actos debemos hacer un autoanálisis diario y procurrar corregir lo que no hemos hecho bien. ¡Céntrate en tu perfeccionamiento! No puedes decidir por las palabras o acciones de los demás pero sí por tí mismo.
Cuando Jesús manifiesta que se debe perdonar a un hermano, no siete veces, sino setenta veces siete veces, nos enseña que la misericordia no debe tener límites.
Sin embargo, hay dos maneras muy diferentes de perdonar, nos enseñan en El Evangelio según el Espiritismo: la primera es grande, noble, verdaderamente generosa, sin segundas intenciones, y evita con delicadeza herir el amor propio y la susceptibilidad del adversario, aunque este último se encuentre completamente equivocado.
La segunda, en cambio, se verifica cuando el ofendido, o el que cree haber sido ofendido, impone al otro condiciones humillantes y le hace sentir el peso de un perdón que irrita en vez de calmar.
Si tiende la mano a su ofensor, no lo hace con benevolencia, sino con ostentación, a fin de poder decir a todo el mundo: “¡Mirad qué generoso soy!”
En esas circunstancias, es imposible que la reconciliación sea sincera, tanto de una como de otra parte. No, allí no hay generosidad, sino un modo de satisfacer el orgullo. En toda contienda, el que se manifiesta más conciliador, el que demuestra más desinterés, más caridad y verdadera grandeza de alma, captará siempre la simpatía de las personas imparciales.
Si tu permanece en la línea de las enseñanzas espirituales, practicando la rectitud de las virtudes morales con confianza en Dios, tu vida estará en plenitud, porque comprendes que tu felicidad depende de tí mismo y que cada uno es responsable por sus propios actos.
Busca la armonía interna, donde nada te arrebate la paz, con miras al compromiso con la excelencia de tu ser, confiando en los designios de Dios.
¡Seas lo que seas, busca ser siempre uno de los buenos!
Kardec, A. El Evangelio según el Espiritismo
Cláudia Bernardes de Carvalho
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