Dios prueba su grandeza con sus leyes
Dios prueba su grandeza y su poder a través de la inmutabilidad de sus leyes, y no mediante su derogación.
El carácter esencial de la revelación divina es el de la eterna verdad. Toda revelación contaminada de errores o sujeta a modificaciones no puede emanar de Dios.
Toda la doctrina de Cristo está fundada en el carácter que Él atribuye a la Divinidad.
Con un Dios imparcial, soberanamente justo, bueno y misericordioso, Él hizo del amor de Dios y de la caridad para con el prójimo la condición expresa de la salvación, y dijo:
«Amad a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a vosotros mismos; en esto consiste toda la ley y los profetas; no existe otra ley.»
Dios permitió que fuese levantado el velo que ocultaba el mundo invisible al mundo visible.
Las manifestaciones nada tienen de extrahumanas: se trata de la humanidad espiritual que viene a conversar con la humanidad corporal.
Los Espíritus nos han transmitido sobre Dios
Existencia de Dios
Dado que Dios es la causa primera de todas las cosas, el punto de partida de todo, la base sobre la que descansa el edificio de la Creación, se trata del punto que interesa considerar en primer lugar.
Existe un principio elemental según el cual una causa se juzga por sus efectos, aunque esa causa no sea visible.
Si un pájaro, al surcar el aire, es alcanzado por una bala mortífera, se deduce de ahí que un hábil tirador lo tomó como blanco, aunque no lo veamos.
Así pues, no siempre es necesario que se haya visto una cosa para que se sepa de su existencia.
En todo, mediante la observación de los efectos se llega al conocimiento de las causas.
Otro principio también elemental, que a fuerza de ser verdadero se convirtió en axioma, es el de que todo efecto inteligente debe tener una causa inteligente.
Si alguien preguntara quién es el constructor de cierto mecanismo ingenioso, ¿qué pensaríamos de aquel que respondiese que ese mecanismo se hizo a sí mismo?
Cuando contemplamos una obra maestra del arte o de la industria decimos que sólo un hombre de genio habría sido capaz de producirla, dado que sólo una inteligencia elevada podría crearla.
Con todo, entendemos que se trata de la obra de un hombre, porque no está por encima de la capacidad humana; a nadie, sin embargo, se le ocurrirá la idea de decir que salió del cerebro de un deficiente mental o de un ignorante, ni menos aún que es el trabajo de un animal o un simple producto del acaso.
En todas partes se reconoce la presencia del hombre a través sus obras.
La existencia del hombre antediluviano no se demuestra solamente por los fósiles humanos, sino también, y con la misma certeza, porque en los terrenos de aquella época se encontraron objetos elaborados por él.
El fragmento de un ánfora, una piedra tallada, un arma, un ladrillo bastarán para demostrar su presencia.
Por la tosquedad o la perfección del trabajo se reconocerá el grado de inteligencia o de adelanto de quienes lo realizaron.
Así pues, si os encontráis en una región habitada exclusivamente por salvajes, y descubrís una estatua digna de Fidias, no dudaréis en decir que esa estatua es obra de una inteligencia superior a la de los salvajes, dado que ellos no serían capaces de realizarla.
¡Pues bien!
Al posar la mirada alrededor nuestro, sobre las obras de la naturaleza, al observar la previsión, la sabiduría, la armonía que rige a todas las cosas, reconocemos que no hay ninguna que no supere los límites de la más talentosa inteligencia humana.
Ahora bien, puesto que el hombre no puede producirlas, son el producto de una inteligencia superior a la humana, salvo que sostengamos que existen efectos sin causa.
Algunas personas oponen a esto el siguiente razonamiento:
Las obras consideradas de la naturaleza son el producto de fuerzas materiales que actúan mecánicamente, en razón de las leyes de atracción y repulsión; las moléculas de los cuerpos inertes se agregan y se disgregan por la acción de esas leyes.
Las plantas nacen, brotan, crecen y se multiplican siempre de la misma manera, cada una en su especie, en virtud de aquellas mismas leyes; cada individuo es semejante a aquel del cual provino; el crecimiento, la floración, la fructificación y la coloración están subordinados a causas materiales, tales como el calor, la electricidad, la luz, la humedad, etc.
Lo mismo sucede con los animales. Los astros se forman por la atracción molecular y se mueven perpetuamente en sus órbitas por efecto de la gravitación.
Esa regularidad mecánica en el empleo de las fuerzas naturales no revela la acción de una inteligencia libre.
El hombre mueve el brazo cuando quiere y como quiere; pero quien lo moviera en el mismo sentido, desde el nacimiento hasta la muerte, sería un autómata.
Ahora bien, las fuerzas orgánicas de la naturaleza son puramente automáticas.
Todo eso es verdad; pero esas fuerzas son efectos que deben tener una causa, y nadie pretende que constituyan la Divinidad.
Aquellas son materiales y mecánicas; no son inteligentes de por sí, lo cual también es verdad.
Sin embargo, son puestas en acción, distribuidas y adecuadas a las necesidades de cada cosa por una inteligencia que no pertenece a los hombres.
La aplicación útil de esas fuerzas es un efecto inteligente que denota una causa inteligente. Un reloj se mueve con automática regularidad, y es en esa regularidad que reside su mérito.
La fuerza que lo hace mover es absolutamente material y nada tiene de inteligente.
Pero ¿qué sería ese reloj, si una inteligencia no hubiese combinado, calculado el empleo de aquella fuerza para hacerlo andar con precisión?
Por el hecho de que la inteligencia no resida en el mecanismo del reloj, y además por la circunstancia de que nadie la vea, ¿sería racional que se concluyera que esa inteligencia no existe?
No, pues podemos apreciarla por sus efectos.
La existencia del reloj prueba la existencia del relojero: la ingeniosidad del mecanismo prueba la inteligencia y el saber de su fabricante.
Cuando un reloj os da en el momento preciso la información que necesitáis, ¿acaso se os ocurre pensar que se trata de un reloj inteligente?
Ocurre lo mismo con el mecanismo del universo: Dios no se muestra, pero prueba su existencia a través de sus obras.
La existencia de Dios es, por lo tanto, un hecho comprobado no sólo mediante la revelación, sino por la evidencia material de los hechos.
Los pueblos salvajes no han sido destinatarios de ninguna revelación, y sin embargo creen instintivamente en la existencia de un poder sobrehumano.
Ellos ven cosas que superan el poder del hombre, y de ahí deducen que esas cosas provienen de un ser superior a la humanidad.
¿No demuestran de ese modo que razonan con más lógica que la de quienes pretenden que esas cosas se hicieron a sí mismas?
Allan Kardec
Bibliografía
Kardec,A., La Génesis, los milagros y las predicciones según el Espiritismo
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