El espírita ante la Doctrina
La obligación primordial del espírita es velar por su tesoro: la Doctrina Espírita.
Pero, para eso, debe estudiarla, conocerla bien, pues, de lo contrario, ¿cómo habrá de cuidar de ella?
El Espiritismo no es tan solo una eclosión mediúmnica, no es solamente manifestaciones de espíritus.
Es la Doctrina del Consolador, del Espíritu de la Verdad, del Paráclito, prometida y enviada por el Cristo para orientarnos.
Siendo así, al espírita no le es suficiente con frecuentar sesiones, hacer oraciones, implorar el auxilio de los Buenos Espíritus.
Si Jesús nos trajo el mensaje redentor del Evangelio, y prometió que nos enviaría al Consolador –y en la época necesaria realmente lo envió–, es que tenemos que conocer el Evangelio y conocer el Espiritismo. Los judíos estudiaban minuciosamente la Ley Antigua, que está en el Viejo Testamento. Los cristianos estudian la Ley Nueva, que está en el Nuevo Testamento. Los espíritas, que son los cristianos renacidos del agua y del espíritu, deben estudiar las obras de Kardec, que son la Codificación del Espiritismo, la Nueva Revelación.
Muchos espíritas consideran que no disponen de tiempo para estudiar los libros doctrinarios.
Entienden que basta escuchar a los Guías, en las sesiones mediúmnicas. Muchas veces, sin embargo, esos mismos Guías no tienen conocimiento doctrinario, son espíritus tan ignorantes como sus mismos protegidos.
Y el Evangelio nos enseña que, si un ciego guía a otro ciego, ambos van a caer en el barranco. Vivimos en un mundo en fase de transición evolutiva. En un mundo, por lo tanto, en que proliferan espíritus agitados por ideas nuevas, deseosos de transmitirnos sus «revelaciones» personales.
¿Qué será de nosotros, si no nos esclarecemos ni somos precavidos?
Hay espíritas que se dejan llevar por los falsos profetas, encarnados y desencarnados, que llenan nuestro mundo de novedades absurdas, perturbando el movimiento doctrinario e impidiendo la buena divulgación de la luz.
Creen esos espíritas que Allan Kardec ya está superado, y por lo tanto que la obra de Kardec no tiene nada más que enseñarnos.
¡Ah, cómo se equivocan esos pobres hermanos, influenciados por momentáneas ilusiones! Entonces Jesús, nuestro Maestro y Señor, ¿no sabía lo que nos prometía, cuando anunciaba la venida del Consolador, para quedarse eternamente con nosotros? ¿Jesús nos envió toda una admirable Falange de Espíritus de Luz –la Falange del Espíritu de la Verdad– para hacer revelaciones tan insignificantes, que no resistirían más de un siglo?
Pues hace poco más de un siglo que el Espiritismo apareció en el mundo, para consolar y orientar a los hombres, con vistas al Mundo Regenerador al que nos dirigimos, en el proceso de evolución de la Tierra. ¿Y en ese breve espacio de ciento y pocos años, toda la Revelación Espírita ha envejecido?
Si la verdad es eterna y, tanto en el Viejo como en el Nuevo Testamento, continúa brillando de la misma manera que hace miles de años, ¿no tenemos entonces la verdad en el Espiritismo?
Piensen en eso los hermanos que se dejan llevar por las novedades del momento. Y tengan cuidado, pues la responsabilidad espiritual es nuestra mayor responsabilidad en la existencia terrenal. ¡Ay de aquellos que, por vanidad, pretensión, deseo de destacar, contribuyan a la confusión y a la desorientación de sus hermanos espíritas!
Hay espíritas que dicen: las obras de Kardec no aportan nada nuevo, hay otros libros que nos hablan de cosas más interesantes, contándonos hechos desconocidos, que nos traen nuevas enseñanzas.
¡Ah, pobres hermanos que no tienen en cuenta la promesa del Señor, que menosprecian su dádiva! ¿Entonces el Señor y Maestro nos promete el Consolador y nos lo envía, para que ahora nosotros lo dejemos de lado y corramos como locos tras los falsos profetas, falsos Cristos, los falsos Kardecs, que proliferan en la vanidad humana?
¿Acaso somos más elevados en discernimiento que el propio Maestro?
No, hermanos, no tenemos derecho a pensar así.
El Espiritismo es la Mayor Verdad que podemos conocer, en esta fase evolutiva de la Tierra. Su aparición fue preparada por lo Alto. Antes de encarnar Kardec para cumplir su misión, ya habían sucedido numerosos hechos espíritas en el mundo, predisponiéndonos a la comprensión del trabajo del Codificador.
Él mismo, el Codificador, vivió cincuenta años preparándose, adquiriendo cultura y experiencia, conquistando toda la ciencia de su tiempo, madurando en el seno de la humanidad, para integrarse plenamente en ella, y tras esos cincuenta años recibir de lo Alto la comisión de investigar los fenómenos y organizar la Doctrina. Emmanuel nos dice, en A Camino da Luz, que Kardec era uno de los más lúcidos discípulos de Jesús, enviado a la Tierra para cumplir la promesa del Consolador. ¿Y acaso queremos ser más que él y que el Espíritu de la Verdad, que lo asistía y guiaba?
Algunos hermanos alegan:
«El Espiritismo es muy sencillo, es el abecedario de la Espiritualidad; tenemos más instrucciones en la Teosofía o en los rosacruces».
Deberían pensar que necesitamos precisamente del abecedario, ya que somos todavía analfabetos espirituales.
El Espiritismo no tiene la pretensión de saber y enseñar todo. Porque las doctrinas que enseñan todo, en verdad nada saben. Vean lo que los Espíritus respondieron a Kardec, en el primer capítulo de El Libro de los Espíritus, sobre nuestro conocimiento de Dios:
«Dios existe, no podéis dudarlo, y eso es lo esencial. Creedme, no vayáis más allá. No os perdáis en un laberinto del que no podríais salir. Eso no os haría mejores, sino tal vez un poco más orgullosos, porque creeríais saber, cuando en realidad no sabríais nada».
¿De qué nos valdría pensar que sabemos esto o aquello, sin en verdad saberlo?
Solamente nuestra vanidad ganaría con eso, y los beneficios de la vanidad son pérdidas para el espíritu. Ocurre que todavía somos incapaces de conocer las causas primeras y las finales. Lo que más nos importa es evolucionar, progresar espiritualmente.
Para eso estamos en la Tierra, con todas las limitaciones. Aprender el abecedario que el Espiritismo nos ofrece, que los Buenos Espíritus nos aconsejan y que el Espíritu de la Verdad nos envió, como la cartilla de estrellas que necesitamos urgentemente. El espírita, como enseña Miguel Vives, tiene un tesoro en sus manos. Dará prueba de ignorancia y engreimiento, si cierra los ojos a ese tesoro para buscar otros, aparentemente más valiosos.
¿Qué vale más, hermanos: la humildad o la vanidad?
Si es la vanidad, podéis adornaros con todos los grandes conocimientos ocultos, con todas las explicaciones misteriosas sobre Dios y el Infinito, con todas las fábulas y utopías a las cuales se refería el apóstol Pablo.
En ese caso, dejaréis de lado la humildad. Esa pequeña violeta del Mundo Espiritual, abandonada por vosotros, avivará entonces su perfume entre los humildes. Y de estos, según enseñó Jesús, será el Reino de Dios.
No penséis, sin embargo, que el Espiritismo es una doctrina estática, que no quiere ir más allá. Por el contrario, es una doctrina dinámica y avanza siempre. Pero avanza en la medida de lo posible y de lo conveniente, con los pies en la tierra, para evitar el vértigo de las alturas. En la proporción que crecemos moralmente – prestemos mucha atención a esta palabra: moralmente – , el propio Espiritismo, dentro de las mismas obras de
Kardec, desvelará nuevos mundos y nuevas enseñanzas a nuestros ojos.Será entonces que estaremos en condiciones de comprenderlas. Todo se hace de manera progresiva, no a saltos. Aferraos al Tesoro del Espiritismo, que la misericordia de Dios colocó en vuestras manos, si queréis realmente aprender en lugar de engañaros a vosotros mismos.
En conclusión:
- El espírita debe estudiar constantemente las obras de Kardec, que son el fundamento del Espiritismo, y no dejarse llevar por las fascinaciones de la vanidad o de la ambición de saber lo que no puede.
- Debe comprender los límites de su actual condición evolutiva y procurar humildemente el medio de progresar.
Miguel Vives
Capítulo III, Marcha hacia el futuro, pg 149 del Libro El Tesoro de los Espíritas.
Referencia
Kardec, A., El Libro de los Espíritus
Kardec,A., El Evangelio según el Espiritismo
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