¿Está permitido reprender al prójimo, observar sus imperfecciones y revelar el mal que comete?
Puesto que nadie es perfecto, ¿se sigue de ahí que nadie tiene derecho a reprender al prójimo?
Por cierto que no, pues cada uno de vosotros debe trabajar por el progreso de todos y, sobre todo, de aquellos cuya tutela se os ha confiado.
No obstante, por esa misma razón, debéis hacerlo con moderación, con un fin útil, y no como se hace la mayor parte de las veces, por el placer de denigrar.
En este último caso, la reprobación es una maldad.
En el primero, es un deber que la caridad ordena cumplir con todos los miramientos posibles.
Más aún, la reprobación que alguien haga a otro debe también dirigirla a sí mismo, procurando averiguar si la merece.
¿Será reprensible observar las imperfecciones del prójimo, cuando de eso no resulte ningún provecho para él, y aunque no las divulguemos?
Todo depende de la intención. Por cierto, no está prohibido ver el mal, cuando el mal existe.
Sería incluso inconveniente ver en todas partes solamente el bien, pues esa ilusión perjudicaría al progreso.
El error consiste en hacer que esa observación redunde en detrimento del prójimo, y lo desacredite, sin necesidad, ante la opinión de los demás.
También sería reprensible hacerlo sólo para complacerse uno mismo con un sentimiento de malevolencia y de satisfacción por encontrar a los otros en falta.
Todo lo contrario sucede cuando, al echar un velo sobre el mal, para ocultarlo a los demás, nos limitamos a observarlo para provecho personal, es decir, para ejercitarnos en evitar lo que reprobamos en el prójimo.
Por otra parte, esa observación, ¿no es útil para el moralista? ¿Cómo podría él describir los males de la humanidad, si no estudiara los modelos?
¿Habrá casos en los que sea útil revelar el mal ajeno?
Esta cuestión es muy delicada, y aquí es preciso que hagamos un llamado a la caridad bien entendida.
Si las imperfecciones de una persona sólo la perjudican a ella misma, no habrá ninguna utilidad en darlas a conocer.
En cambio, si pueden ocasionar perjuicio a otros, debemos preferir el interés del mayor número al interés de uno solo.
Según las circunstancias, desenmascarar la hipocresía y la mentira puede constituir un deber, porque más vale que caiga un hombre, y no que muchos lleguen a ser sus víctimas.
En un caso así, es necesario evaluar la suma de las ventajas y de los inconvenientes.
San Luis. París, 1860.
El Evangelio según el Espiritismo
Comentarios recientes