Inefable
En este texto de La Génesis, los milagros y las predicciones según el Espiritismo, acerca de la naturaleza divina, encontramos una descrición de Dios maravillosa, que nos deja anonadados por su grandeza.
No es dado al hombre sondear la naturaleza íntima de Dios.
Para comprender a Dios nos falta todavía el sentido que sólo se adquiere por medio de la completa purificación del Espíritu. Con todo, si bien no puede penetrar en la esencia de Dios, el hombre
logra, mediante el razonamiento y tomando la existencia de Dios como premisa, llegar a conocer sus atributos necesarios, puesto que, al comprender lo que Él no puede ser sin que deje de ser Dios,
deduce de ahí lo que Él debe ser.
Sin el conocimiento de los atributos de Dios sería imposible que se comprendiera la obra de la Creación. Ese es el punto de partida de todas las creencias religiosas, y la mayoría de las religiones falló en
sus dogmas porque no lo consideraron como el referente que habría de orientarlas.
Las que no atribuyeron a Dios la omnipotencia, imaginaron muchos dioses; las que no le atribuyeron la soberana bondad, hicieron de Él un dios celoso, colérico, parcial y vengativo.
Dios es la suprema y soberana inteligencia.
La inteligencia del hombre es limitada, ya que este no puede hacer ni comprender todo lo que existe. La de Dios abarca lo infinito y debe ser infinita.
Si supusiéramos que es limitada en algún aspecto, podríamos concebir otro ser aún más inteligente, capaz de comprender y hacer lo que el primero no haría, y así sucesivamente hasta lo infinito.
Dios es eterno: no tuvo comienzo ni tendrá fin.
Si hubiese tenido un comienzo, habría salido de la nada. Ahora bien, como la nada no es nada, no puede generar cosa alguna.
Por otra parte, en caso de que Dios hubiera sido creado por otro ser anterior, ese ser, y no Él, sería Dios.
Si supusiéramos que tiene un comienzo y un fin, podríamos concebir un ser existente antes y después de Él, y así sucesivamente hasta lo infinito.
Dios es inmutable.
Si estuviera sujeto a cambios, las leyes que rigen el universo no tendrían ninguna estabilidad.
Dios es inmaterial.
Su naturaleza difiere de todo lo que denominamos materia. De otro modo no sería inmutable, pues estaría sujeto a las transformaciones de la materia.
Dios no tiene una forma que pueda ser apreciada por nuestros sentidos, pues de lo contrario sería materia.
Decimos: “la mano de Dios”, “el ojo de Dios”, “la boca de Dios”, porque como el hombre no conoce nada más aparte de sí mismo, se toma a sí mismo como elemento de comparación para todo lo que no
comprende.
Son ridículas esas imágenes en las que Dios está representado con el aspecto de un anciano de larga barba y envuelto en una túnica; tienen el inconveniente de rebajar al Ser supremo a las exiguas proporciones de la humanidad.
De ahí a atribuirle las pasiones humanas y hacer de él un Dios colérico y celoso, no hay más que un paso.
Dios es todopoderoso.
Si no poseyera el poder supremo, se podría concebir un ser más poderoso que Él, y así sucesivamente hasta llegar al ser cuyo poder no fuese superado por ningún otro. Ese, entonces, sería Dios.
Dios es soberanamente justo y bueno.
La sabiduría providencial de las leyes divinas se revela tanto en las más pequeñas como en las más grandes cosas, y esa sabiduría no da lugar a que se dude de su justicia ni de su bondad.
El hecho de que una cualidad sea infinita excluye la posibilidad de la existencia de una cualidad contraria, pues esta la disminuiría o la anularía.
Un ser infinitamente bueno no podría contener la más insignificante porción de maldad, así como un ser infinitamente malo no podría contener la más insignificante porción de bondad, del mismo modo que un objeto no puede ser absolutamente negro si presenta un leve matiz blanco, ni de un blanco absoluto si tiene una leve mancha negra.
Así pues, Dios no podría ser simultáneamente bueno y malo, pues en ese caso, al no poseer alguna de esas cualidades en grado supremo, no sería Dios.
Todas las cosas estarían sometidas a su capricho y no habría ninguna estabilidad. Por consiguiente, Él no podría dejar de ser infinitamente bueno o infinitamente malo.
Ahora bien, como las obras de Dios son el testimonio de su sabiduría, de su bondad y de su solicitud, debemos inferir que Él, como no puede ser al mismo tiempo bueno y malo sin dejar de ser Dios, necesariamente debe ser infinitamente bueno.
La soberana bondad implica la soberana justicia, porque si Dios procediera injustamente o con parcialidad en una sola circunstancia, o con relación a una sola de sus criaturas, no sería soberanamente justo y, por consiguiente, tampoco sería soberanamente bueno.
Dios es infinitamente perfecto.
Es imposible concebir a Dios sin la infinitud de las perfecciones, pues sin ello no sería Dios, y siempre se podría concebir un ser que poseyera lo que a Él le faltara.
Para que ningún ser pueda superarlo es preciso que Él sea infinito en todo.
Dado que los atributos de Dios son infinitos, no pueden sufrir aumento ni disminución, pues de lo contrario no serían infinitos y Dios no sería perfecto.
Si le quitasen una mínima parte de uno solo de sus atributos, ya no sería Dios, pues podría existir otro ser más perfecto.
Dios es único.
La unicidad de Dios es consecuencia de la infinitud absoluta de sus perfecciones.
No podría existir otro Dios, salvo con la condición de que fuera igualmente infinito en todas las cosas, pues si hubiera entre ellos la más leve diferencia, uno sería inferior al otro, estaría subordinado al poder de aquel y entonces no sería Dios.
Pero si hubiera entre ambos una igualdad absoluta, serían desde toda la eternidad un mismo pensamiento, una misma voluntad, un mismo poder. De ese modo, confundidos en cuanto a la identidad, no habría en realidad más que un solo Dios.
Si cada uno tuviese atribuciones especiales, uno haría lo que el otro no hiciera, y entonces no existiría una igualdad perfecta entre ellos, pues ninguno poseería la autoridad soberana.
La ignorancia del principio de la infinitud de las perfecciones de Dios fue lo que generó el politeísmo, un culto adoptado por todos los pueblos primitivos.
Ellos atribuían un carácter divino a todo el poder que, según su parecer, se hallaba por encima de los poderes de la humanidad. Más tarde, la razón los llevó a que
reunieran esos diferentes poderes en uno solo.
Posteriormente, a medida que los hombres fueron comprendiendo la esencia de los atributos divinos, quitaron, a los símbolos que habían creado, la creencia que implicaba la negación de esos atributos.
En resumen:
Dios no puede ser Dios más que con la condición de que ningún otro ser lo supere en nada, porque el ser que prevaleciera sobre Él en cualquier cosa que fuese, aunque sólo
se tratara del espesor de un cabello, ese sería el verdadero Dios.
Para que esto no suceda, es preciso que Él sea infinito en todo.
Así, una vez comprobada la existencia de Dios a través de sus obras, llegamos por una simple deducción lógica a determinar los atributos que lo caracterizan.
Dios es, por lo tanto, la inteligencia suprema y soberana; es único, eterno, inmutable, inmaterial, todopoderoso, soberanamente justo y bueno, infinito en todas sus perfecciones, y no podría ser de otro modo.
Esa es la base sobre la que reposa el edificio universal, el faro cuyos rayos se extienden sobre todo el universo, la única luz que puede guiar al hombre en la búsqueda de la verdad. Siguiendo esa luz, nunca se extraviará.
Y si tantas veces ha cometido equivocaciones, se debe a que no ha seguido el rumbo que se le había indicado.
Ese es también el criterio infalible de todas las doctrinas filosóficas y religiosas.
Para juzgarlas, el hombre dispone de una medida rigurosamente exacta en los atributos de Dios, y puede afirmar con certeza que toda teoría, todo principio, todo dogma, toda creencia, toda práctica que esté en contradicción con uno solo de esos atributos, que tienda no sólo a anularlo sino simplemente a disminuirlo, no puede estar con la verdad.
En filosofía, en psicología, en moral y en religión, sólo es verdadero lo que no se aparta ni un milímetro de las cualidades esenciales de la Divinidad.
La religión perfecta será aquella en la que ningún artículo de fe se oponga a esas cualidades; aquella cuyos dogmas superen la prueba de ese control, sin que nada los afecte.
Allan Kardec
La Génesis – Capítulo II
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