La comunicación como apoyo espírita
La Codificación del Espiritismo, perfectamente definida por Allan Kardec, está basada y apoyada en la relación entre el mundo espiritual y el físico, dejando de manifiesto la importancia que la comunicación y el diálogo tiene sobre la evolución del espíritu, necesidad ésta que se debe tener presente y en consideración por la transcendencia que conlleva.
A pesar de que pueda parecer una afirmación excesiva, sin esa comunicación y ese diálogo no existiría el Espiritismo. Pero estos actos de relación, para ser acertados y útiles, requieren cualidades notables que son las que permiten una mejor interacción de los unos con los otros, características que deben desarrollarse en su máxima expresión para lograr una mayor colaboración y un mejor entendimiento, capaz de enriquecer, esclarecer y conciliar.
Observado este asunto es fácil concluir que, una de las bases que permiten comprender y vivir mejor la Doctrina Espírita, se fundamenta en realizar un esfuerzo de renovación interna para perfeccionar, entre otros múltiples aspectos de la personalidad, esas cualidades necesarias y basadas en el amor, que permitan una buena comunicación con los demás a través de un diálogo sincero, sentido, analítico y constructivo.
Diálogo con respeto hacia nuestro libre albedrío y nuestras decisiones es una enseñanza que nos viene manifestada por el mundo espiritual de forma continuada. ¿Por qué ir en contra de ello? ¿Por qué limitar un acto de transmisión y recepción de conocimientos y experiencias cuando ese intercambio no solo aporta nuevas opciones sino también libertad de opinión? En sus comunicaciones nos vienen instruyendo en las variadas facetas y realidades de la vida, aclaran dudas, favorecen y animan. ¿Por qué no ejercerlo entre nosotros aprovechando sus múltiples ventajas?
La divulgación noble y sincera hacia una sociedad necesitada de valores éticos, la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace como ejemplo a seguir y el acercamiento a la juventud son grandes retos e importantes necesidades a cubrir, labor que, en gran medida, corresponde a los trabajadores de la última hora, afrontando las dificultades con responsabilidad, trabajo, participación, unión y un compromiso de cooperación activa que pueda conseguir logros extraordinarios para la vivencia, divulgación y crecimiento Espírita.
Nuestra aportación, apoyando el desarrollo del Espiritismo, es una forma de devolver a éste parte de lo mucho que nos da a diario y de demostrar que realmente se siente cuanto de bueno se dice en su favor. La colaboración, la participación de muchos, hace el trabajo menos costoso y más efectivo y consigue una mayor integración por nuestra parte. La unión entre personas con unos mismos ideales y objetivos, cuando se buscan esos puntos que refuerzan la convivencia, el trabajo y la cooperación, incrementa, no solo la fuerza y las posibilidades sino también los resultados que se obtienen.
Dejando claro por adelantado el principio de que cada persona y cada grupo tiene sus propias características, ajustadas a una labor determinada en la zona, ambientes, circunstancias, etc. en que se desarrolla, y que son los actores principales que deciden la orientación de su trabajo, la comunicación no es una interferencia sino un enriquecimiento extraordinario, basado en la necesidad de diálogo, colaboración y aprendizaje en sus múltiples facetas. Es un acto de autorrealización y desarrollo como exponente de relación personal y convivencia social que, además, está siendo demandado por la propia inercia del desarrollo Espírita.
Dialogar es intercambiar ideas, opiniones, ilusiones, compartir inquietudes y preocupaciones, entendimiento mutuo; comprender y aceptar las diferencias porque estas son tan reales para unos como para otros, entendiendo los distintos estados y etapas que desarrolla el espíritu. Compartir con los demás aquello que nos ha dado un buen resultado y admitir aquello otro que se lo ha dado a ellos, es muy útil para realizar un trabajo coordinado, coherente con las enseñanzas recibidas y eficaz con el ahorro de tiempo que ello significa, tiempo que puede ser dedicado a otros menesteres. Compartir experiencias siempre tiene un sentido positivo ¿Por qué no aprovecharlo?
Colaborar no es tener que hacer lo mismo que otros, es participar cada uno con sus cualidades y características, con la aportación y el esfuerzo de su trabajo, hacia un mismo ideal como puede ser, por ejemplo, el desarrollo de un Centro Espírita, la divulgación del Espiritismo o en favor de una sociedad mejor, más justa y equilibrada, conservando la propia personalidad e idiosincrasia. Con ello no se pierde nada y se gana mucho. La diversidad es una cualidad y una realidad presente en la vida que la embellece y que es necesaria para el progreso.
Muchos de los problemas que plantean las relaciones humanas y sociales son fácilmente solucionables con la comunicación porque en numerosos casos surgen precisamente por la ausencia de ese diálogo clarificador que es un acto capaz de aclarar los malos entendidos, fomentar la unión y afianzar la paz, tanto individual como social. Son actos necesarios en la vida que se deben ejercer con la debida responsabilidad y atención.
Esa postura interna de suponer que: “Si no piensas como yo no podemos hacer nada juntos”, ni está basada en la realidad ni conduce a nada positivo. Pero, sorprendentemente, se suele mantener con demasiada frecuencia a pesar de observar que solo alimenta el distanciamiento y la desunión, motivados por el desconocimiento real del otro, lo que no favorece a nadie, en absoluto.
Tener opiniones distintas no impide la colaboración, lo que verdaderamente la impide es nuestra actitud ante aquello que no coincide con nosotros, con nuestras ideas, creencias o deseos ya que, ante lo distinto, solemos responder con rebeldía y rechazo. Hay más sabiduría en tender puentes que en levantar barreras porque son más las cosas que nos unen que las que, en realidad, nos separan.
Es habitual confundir la mera expresión de nuestras ideas con la comunicación. Lo primero es la acción de manifestar o exteriorizar algo de forma unidireccional y unipersonal, no siendo sinónimo de lo segundo. Esto quiere decir que las personas, a veces, nos expresamos pero no nos comunicamos.El diálogo necesita de la voluntad de interrelacionarse con los demás desde la comprensión y el respeto. Y hay muchas ocasiones en que solo existe la simple voluntad de hablar pero no el deseo de escuchar, por lo que la intención distorsiona notablemente el resultado.
Otras veces, pretendemos denominar diálogo a la imposición de nuestras ideas, creencias, criterios y comportamientos o modos de hacer las cosas. Pensamos que lo nuestro siempre es lo mejor. Y tal vez lo sea, pero para nosotros ya que posiblemente estemos notando nuestras propias necesidades, lo que no quiere decir que también sea lo mejor para los otros porque sus necesidades pueden ser distintas. La relación con ellos nunca puede estar basada en la exigencia. Es una situación que solo crea confrontación y desunión. Y estas expresiones del sentimiento, por cuestiones obvias, no son nada eficaces.
El mejor diálogo siempre es aquel en el que existe el respeto profundo hacia los demás, al cómo piensan, cómo sienten, cómo actúan y por qué lo hacen así. Y se basa en una comprensión sincera desde el mundo de sus motivaciones más profundas, de sus necesidades, desde ese mundo que les empuja a hacer lo que hacen y cómo lo hacen. Se trata de ponerse siempre en el lugar del otro para que la comunicación tenga la sólida base de esa sintonía y, desde ahí, construir siempre en positivo. La voluntad de querer hacer aporta conciliación, cooperación y solidaridad.
Es la única forma en que nos podemos sentir comprendidos, aceptados y estimulados. Y en toda relación, este sentirse comprendido y aceptado es el único estímulo capaz de permitir una acción de colaboración libre, creativa y altamente beneficiosa para todos. Las personas con las que nos relacionamos también tienen sentimientos y valorar esos sentimientos es fundamental.
Antonio Gómez Sánchez
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