Simón de Cirene
Para los espíritas la acción practicada por Simón de Cirene tiene un significado muy importante.
Estar en aquella ciudad, en aquel preciso momento puede parecer a primera vista fruto de la más pura casualidad del destino de nuestro protagonista.
Ese hombre quizás rudo, tal vez simple, quizás noble, tal vez preparado por las experiencias de la vida, era indiferent a la situación que inesperadamente presenciaba, pero cierto es que no pudo dominar en absoluto la situación que le deparó el destino y menos aún decidir qué actitud tomar.
¡Todo empezó con el encuentro inesperado con la cruz!
Como transeúnte pasaba por allí con otro destino, venía del campo absorto en sus propios intereses, al ver la algazara se desconectó de sus pensamientos prestando atención a la situación. Podemos, no obstante, imaginar su conmoción frente a tan grotesco e inesperado revuelo.
Había en el escenario de nuestra narrativa una triste comitiva de condenados rumbo al previsto desenlace fatal, a cuya pronta ejecución muchísimos espectadores habituados a ello incitaban a gritos.
Simón de Cirene escuchó algaradas y desorden general. Se destacaban en el alboroto los que chillaban e insultaban a un réprobo en una feroz agresión verbal. Entre la muchedumbre se pudo divisar a un hombre condenado a muerte dirigiéndose a la crucifixión, bajo pena de los padecimientos y sufrimientos impuestos normalmente en aquella época a los criminales sentenciados.
El Cirineo no estaba de acuerdo con los alborotadores, tampoco con los discípulos que tenían una relación con el acusado y procuraban defenderle.
Sin embargo, fue involucrado en el hecho bajo la fuerza de coacción de los soldados romanos que mandaban en la situación que presenciaba.
Impuesto el orden de auxilio obligatorio por los oficiales, se vio envuelto en la tesitura de ayudar al agotado reo destinado a morir en pocos minutos.
La función que debería desempeñar era la de ayudar a sostener el peso de la cruz con su propio esfuerzo físico el resto del trayecto hasta el punto indicado, suavizando la dificultad del condenado.
La carga psicológica de hacer lo que no se desea, bajo la presión de los soldados fue tremenda, llevándolo a intentar cierta rebeldía para no aceptar la imposición.
Acaso no pudo enterarse de quién se trataba, quizá no le dio tiempo a preguntar a nadie quién era ese hombre azotado y coronado en rojo, pero la inscripción puesta en lo alto del palo principal de la cruz, INRI – “Jesús Nazareno Rey de los judíos» indicaba la infracción por la que fue condenado.
El hombre laureado con espinas que se encontraba exhausto con el cuerpo ya fuertemente debilitado y dolorido por el largo itinerario recorrido en sufrimiento, aún tenía que sortear el último tramo de la ascensión al Gólgota, antes de que recibiera el postrer flagelo. No obstante, admite sereno y seguro la ayuda involuntaria del desconocido, derramando su mirada de agradecimiento que conmueve al Cirineo.
Éste se enfrenta por segundos faz a faz con Jesús, segundos que parecieron infinitos en un sublime encuentro personal. Siente que aquel hombre no es culpable sino inocente.
Fortísima emoción le domina en lo más íntimo, envolviéndole en el magnetismo del maestro, ¡qué mirada sería aquella que escudriñó su alma de forma inequívoca!
Jesús deja la mejor de las lecciones: su propio ejemplo cuando acepta la ayuda solidaria, mostrando la misericordia divina que siempre auxilia al hombre en sus problemas.
Simón al llegar a la cima abandona rápidamente la fatigosa cruz, pues tiene entendido que afortunadamente termina su obligación frente a los soldados que le impusieron el servicio.
Permanece, sin embargo, asistiendo a los preparativos de la crucifixión no comprendiendo muy bien cómo un hombre, que está rodeado por dos declarados ladrones y capaz de brindarle tal mirada de amor magno puede ser considerado un criminal al cumplimiento de cuya condena está a punto de asistir.
No se puede precisar cuánto tiempo ha pasado observando el suceso, tampoco si buscó en algún momento averiguar quién era el portador de tan abrumadora mirada o por el contrario, si pensó que su servicio estaba hecho y que le daba igual quién fuera con tal de librarse de cualquier compromiso.
¿Habrá alguien contestado a sus incógnitas? ¿Será que alguien narró las maravillas por Él realizadas?
El transeúnte, Simón de Cirene, representa a cualquiera de nosotros, que frente a un imprevisto, un cambio de rumbo, no reacciona bien al llamado de Dios, abatiéndose frente a la prueba que simboliza la pesada cruz.
Según narra Emmanuel en la obra Pan Nuestro, en el texto Cruz y disciplina pasaje 103, libro psicografiado por Francisco Cándido Xavier:
“Muchos estudiosos del Cristianismo combaten los recuerdos de la cruz, alegando que las reminiscencias del Calvario constituyen indebida cultura de sufrimiento.
Aseveran que es negativo el recordar al Maestro en las horas de la crucifixión, entre malhechores vulgares.
Sin embargo, somos de aquellos que prefieren encarar todos los días del Cristo como jornadas gloriosas y todos sus minutos como partes divinas de su sagrado ministerio, ante las necesidades del alma humana.
Cada hora de Su presencia entre las criaturas se reviste de particular belleza, y el instante del madero afrentoso está repleto de una majestad simbólica.
Varios discípulos hacen comentarios extensos sobre la cruz del Señor y suelen examinar con particularidades teóricas los maderos imaginarios que traen consigo.
Entretanto, solo aquel que ya alcanzó el poder de negarse a sí mismo para seguir los pasos del Divino Maestro, habrá tomado la cruz de redención que le compete.
Mucha gente confunde disciplina con iluminación espiritual. Solamente después de que hayamos concordado con el yugo suave de Jesucristo, podemos llevar sobre los hombros la cruz que nos proporcionará alas espirituales para la vida eterna.
Contra los argumentos -casi siempre ociosos- de los que todavía no comprendieron la sublimidad de la cruz, veamos el ejemplo de Simón el Cirineo, en los momentos culminantes del Salvador.
La cruz de Cristo fue la más bella del mundo, sin embargo el hombre que lo ayuda no lo hace por su propia voluntad, sino acatando una orden irrecusable. Y aún hoy la mayoría de los hombres aceptan la obligaciones inherentes a su deber, porque eso le es exigido.”
Sin duda, es una lección maravillosa la que tenemos que aprender.
¿A qué nos invita la contemplación de la escena?
Por dos veces, Jesús cayó en el Vía Crucis agotado por el esfuerzo, levantándose solo. Un personaje anónimo, Simón de Cirene ayudó a Jesús a llevar la cruz por la vía dolorosa según los tres Evangelios sinópticos.
Es verdad que ese personaje se presenta de forma secundaria en los libros sagrados, no obstante, no lo habrían insertado en sus narraciones a menos que mereciera más atención de la que normalmente parece recibir.
Él es el referente constante del deber de ayudar al prójimo incondicionalmente. El hecho de que su nombre conste en dichos Evangelios marca la relevancia de la acción para los cristianos primitivos pues él hizo parte importante de ese acontecimiento contribuyendo al alivio en ese momento crucial de la vida del maestro.
¿Cuántos pensamos por qué a mí, por qué ahora?
El encuentro con la pesada cruz, con nuestro propio Gólgota interior llegará en algún momento a cada uno de nosotros. Deberemos dejar que nos auxilien, pero también auxiliar cuando un hermano lo necesita, pues así nos dotaremos de los requisitos para la ascensión espiritual que nos espera. Cumpliremos con el deber mayor, convirtiéndonos en trabajadores incondicionales y voluntarios del Padre.
No hubo casualidad. Hasta en el momento álgido del sufrimiento, Jesús nos enseña que la acción solidaria que debemos aceptar y practicar es la unión en los esfuerzos. Compartiendo siempre el sacrificio con miras a suavizar el peso de la carga de otra persona, no haciéndolo por obligación, sino por razón y entendimiento del verdadero deber de amar.
Jesús dijo:
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”.
Cláudia Bernardes de Carvalho
© Copyright 2020 Cláudia Bernardes de Carvalho
Todos los derechos reservados
Bibliografía:
Xavier, F.C. (2011). Pan Nuestro. Edicei of America.
Comentarios recientes