La Providencia
Por su naturaleza, la revelación espiritista tiene un doble carácter; participa a la vez de la revelación divina y de la revelación científica.
Participa de la primera; porque su advenimiento es providencial, y no resultado de la iniciativa y del designio premeditado del hombre; porque los puntos fundamentales de la doctrina son efecto de la enseñanza dada por los espíritus encargados por Dios de ilustrar a los hombres sobre las cosas que estos ignoraban y que no podían descubrir por sí mismos, cosa que les importa conocer hoy día; porque ya se encuentran en una edad madura para comprenderlas.
Participa de la segunda; porque su enseñanza no es privilegio de ningún individuo, sino que es dada a todo el mundo del mismo modo; porque los que la transmiten y los que la reciben no son de ninguna manera seres pasivos, dispensados del trabajo de observación y de investigación.
Porque no hacen abstracción de su juicio y de su libre albedrío; porque la comprobación no les está prohibida, sino que, por el contrario, les es recomendada; porque en fin, la doctrina no ha sido dictada de una sola vez, sino por partes, ni impuesta a la creencia ciega; porque se ha obtenido por el trabajo del hombre, por la observación de los hechos que los espíritus ponen ante sus ojos, y por las instrucciones que ellos le dan; instrucciones que estudia, comenta y compara, de las cuales saca por sí mismo las consecuencias y hace las aplicaciones.
En una palabra, lo que caracteriza la revelación espiritista, es que su fuente es divina, que su iniciativa pertenece a los espíritus, y su elaboración es resultado del trabajo del hombre.
La Providencia
La Providencia se entiende el amor de Dios a todas sus criaturas. Dios está en todas partes, lo ve todo, preside a todo, aun a las más pequeñas y al parecer insignificantes cosas.
En eso consiste la acción providencial.
«¿Cómo Dios, tan grande, tan poderoso, tan superior a todo, puede inmiscuirse en pormenores ínfimos, ocuparse de los más insignificantes actos, y de los pensamientos más insignificantes de cada individuo?
Tal es la pregunta que se hace la incredulidad, y de ella deduce, que, admitiendo la existencia de Dios, su acción no debe extenderse sino sobre las leyes generales del universo; que el universo funciona de toda eternidad en virtud de esas leyes, a las cuales, toda criatura está sometida en su esfera de actividad, sin que haya necesidad del concurso incesante de la Providencia.»
En su actual estado de inferioridad, solo difícilmente pueden los hombres comprender a Dios infinito, porque ellos están circunscritos, y son limitados, y por eso se lo figuran circunscrito y limitado, representándolo como un ser circunscrito, y formándose de él una imagen á imagen suya.
Nuestros cuadros, pintándole con fisonomía humana, no contribuyen poco a fomentar ese error en el espíritu de las masas, que adoran en Dios más la forma que el pensamiento.
Para el mayor número es un poderoso soberano, sentado en un trono inaccesible, perdido en la inmensidad de les cielos; y como que sus facultades y percepciones son limitadas, no comprenden que Dios pueda dignarse intervenir directamente en las cosas más pequeñas.
En la impotencia en que se halla el hombre de comprender la esencia misma de la Divinidad, sólo puede formarse de ella una idea aproximada por medio de
comparaciones forzosamente muy imperfectas; pero que pueden, por lo menos, demostrarle la posibilidad de lo que, al principio, le parecía imposible.
Supongamos un fluido bastante sutil para penetrar todos los cuerpos; es evidente que cada molécula de semejante fluido, producirá en cada una de las de la materia con que está en contacto, una acción idéntica a la que producirá la totalidad del fluido. Esto lo demuestra la química a cada paso.
Siendo ininteligente el fluido, obra mecánicamente sólo por las fuerzas materiales; pero si le suponemos dotado de inteligencia, de facultades perceptivas y sensitivas, obrará no ciegamente, sino con discernimiento, con voluntad y libertad; verá, oirá y sentirá.
Fluido perispiritual
Las propiedades del fluido perispiritual, pueden darnos una idea de esto. Él por sí mismo no es inteligente, porque es materia; pero es el vehículo del pensamiento, de las sensaciones y de las percepciones del espíritu.
A consecuencia de la sutileza de ese fluido penetran los espíritus en todas partes y escudriñan nuestros pensamientos, ven y obran a distancia; a él, llegados ya a un cierto grado de purificación, deben los espíritus el don de ubicuidad, bastándoles un rayo de su pensamiento dirigido hacia diversos puntos, para que puedan manifestar en ellos su presencia simultánea. La extensión de esta facultad está subordinada al grado de elevación y purificación del espíritu.
Es también por medio de este fluido cómo el hombre mismo obra a distancia por la potencia de la voluntad sobre ciertos individuos; como modifica en ciertos límites las propiedades de la materia, da a sustancias simples propiedades determinadas, repara los desórdenes orgánicos, y verifica curaciones con la sola imposición de las manos.
Los espíritus
Los espíritus por elevados que sean, son criaturas limitadas en sus facultades, y su poder y extensión de sus percepciones, no pueden, bajo este aspecto, igualarse a Dios; pero pueden, sin embargo, servirnos de punto de comparación.
Lo que el espíritu puede realizar tan solo dentro de un límite estrecho, Dios, que es infinito, lo realiza en proporciones infinitas.
Existen también las diferencias de que la acción del espíritu es momentánea, y está subordinada a las circunstancias, cuando la de Dios es permanente; el pensamiento del espíritu no abraza más que un tiempo y un espacio circunscritos, al paso que el de Dios abraza el universo y la eternidad.
En una palabra, entre los espíritus y Dios media la distancia de lo finito a lo infinito, y por consecuencia, inconmensurable.
El fluido perispiritual no es el pensamiento del espíritu, mas sí su agente o intermediario. Como es el fluido el que trasmite el pensamiento, está de cierto modo impregnado de éste, y en la imposibilidad en qué nos hallamos de aislar el pensamiento, parécenos que él y el fluido no forman más que una misma cosa, de la misma manera que el sonido y el aire parecen formar una misma cosa, dé suerte que podemos materializarlo, por decirlo así.
Como decimos que el aire se hace sonoro, podríamos, tomando el efecto por la causa, decir que el fluido se hace inteligente.
Fluido inteligente
Suceda o no así con el pensamiento de Dios, es decir, que obre o no directamente o por medio de un fluido, para nuestra inteligencia, representémonoslo bajo la forma concreta de un fluido inteligente que llena el universo infinito y penetra todas las partes de la creación.
La naturaleza entera está sumergida en el fluido divino; mas en virtud del principio de que las partes de un todo simple son de la misma naturaleza y tienen las mismas propiedades que el todo, cada átomo de este fluido, si puede decirse así, poseyendo el pensamiento, es decir, los atributos esenciales de la divinidad, y estando este fluido en todas partes, todo está sometido a su acción inteligente, a su previsión, a su amor; no habrá ser por infinito que sea, que no esté en cierto modo saturado de él.
Así es que todos estamos constantemente en presencia de la divinidad; no hay acto, por insignificante que sea, que podamos sustraer a su mirada, y nuestro pensamiento está en contacto incesante con su pensamiento; por lo cual, con razón se dice que Dios lee en los más recónditos pliegues de nuestro corazón.
Estamos en Él, como Él está en nosotros, según las palabras de Jesucristo.
Para abrazar en su amor a todas sus criaturas, no tiene necesidad Dios de bajar sus ojos de lo alto de la inmensidad; para que nuestras preces sean oídas, no es necesario que traspasen el espacio ni que sean recitadas en voz sonora; porque estando en nosotros, nuestros pensamientos repercuten en él, como los sonidos de una campana hacen vibrar todas las moléculas del aire ambiente.
La Divinidad
Lejos de nosotros el pensamiento de materializar a la Divinidad; la imagen de un fluido inteligente, universal, no es evidentemente más que una comparación que nos parece propia para dar una idea más justa de Dios, que las imágenes que le representan bajo forma humana; ni tiene otro objeto que el de hacer comprender la posibilidad de que Dios está en todas partes y todo lo ocupa.
Tenemos siempre a la vista un ejemplo que puede darnos una idea de la manera con que la acción de Dios se hace sentir sobre las partes más íntimas de todos los seres, y por consecuencia, de cómo las impresiones más sutiles de nuestra alma llegan a él. Está sacado de una instrucción dada por un espíritu apropósito de este asunto.
Uno de los atributos de la divinidad es la infinidad
No puede representarse al Creador bajo ninguna forma, por necesidad circunscrita y limitada. Si no fuera infinito, se podría concebir algo más grande que El, y ese algo seria Dios.
Siendo infinito, Dios está en todas partes; porque si así no fuere, dejaría de ser infinito, de cuyo dilema no se puede salir. Luego si hay un Dios, y esto no puede ser ya dudoso para nadie, ese Dios es infinito y no se puede imaginar extensión que no ocupe.
Se encuentra por consecuencia en contacto con todas sus creaciones: las envuelve, las penetra, están en él. Es pues comprensible que esté en relación directa con toda criatura.
Para haceros comprender palpablemente de qué modo tiene lugar universalmente esta comunicación constante; veamos lo que pasa en el hombre entre su espíritu y su cuerpo.
«El hombre es un mundo en pequeño, cuyo director es el espíritu y cuyo principio dirigido es el cuerpo.
En este universo el cuerpo representará una creación, cuyo Dios será el espíritu. (Repárese que aquí no se trata de identidad, sino de analogía.)
Los miembros de este cuerpo, los diferentes órganos que lo componen, sus músculos, sus nervios, sus articulaciones son otras tantas individualidades materiales, localizadas, si así puede decirse, en un sitio especial del cuerpo; y aun cuando el número de estas partes constitutivas tan variadas y de naturaleza tan diferente, sea considerable, no es dudoso para nadie que no puede producirse movimiento alguno, que ninguna impresión puede tener lugar en una parte sin que el espíritu se aperciba de ella.
¿Hay sensaciones diversas en varios sitios simultáneamente?
Pues el espíritu las siente todas, las discierne, las analiza y asigna a cada una su causa y el sitio en que se verifica.
«Fenómeno análogo tiene lugar entre Dios y la creación. Dios está en todas partes en la naturaleza, como el espíritu está en todas las partes del cuerpo. Todos los elementos de la creación están con él en relación constante, como todas las células del cuerpo humano están en contacto inmediato con el ser espiritual. No hay razón, pues, para que fenómenos de un mismo orden no se produzcan de la misma manera en uno y otro caso.
«Cuando un miembro se agita, el espíritu lo siente: si una criatura piensa, Dios lo sabe.
Si todos los miembros están en actividad, los diferentes órganos se ponen en vibración: y el espíritu percibe cada sensación, la distingue y la localiza. Las diferentes creaciones, las diferentes criaturas se agitan, piensan y obran de diverso modo, y Dios sabe todo lo que pasa y asigna a cada una lo que le es particular.
«Se puede deducir igualmente la solidaridad de la materia y de la inteligencia, la de todos los seres de un mundo entre sí, la de todos los mundos y todas las criaturas con su hacedor.»
(QUINEMANT. Sociedad de Paris, 1867.)
Nosotros comprendemos el efecto, y ya es mucho: del efecto subimos a la causa, y juzgamos de su grandeza por la del efecto; mas su esencia íntima nos es desconocida, como nos sucede respecto a la causa de multitud de fenómenos.
Conocemos los efectos de la electricidad, del calor, de la luz, de la gravitación y los calculamos, aun cuando no conocemos la naturaleza íntima del principio que los produce.
¿Será, pues, racional negar el principio divino, porque no lo comprendamos?
La soberana inteligencia
Nada es óbice a admitir, para el principio de la soberana inteligencia, un centro de acción, un foco principal que irradia sin cesar, inundando al universo con sus efluvios, como el sol lo inunda con su luz.
Pero, ¿dónde está ese foco? probable es que no esté fijo en un punto determinado, como no lo está su acción.
Si los espíritus tienen el don de ubicuidad, esta facultad en Dios debe ser ilimitada. Llenando Dios el universo, pudiera admitirse, a título de hipótesis, que aquel foco no tiene necesidad de transportarse y que se forma en todos los puntos donde su soberana voluntad juzga oportuno producirse, de modo que pudiera decirse que está en todas partes y en ninguna.
Ante estos insondables problemas, nuestra razón debe humillarse.
Dios existe
No podernos dudar de ello; es infinitamente justo y bueno: esta es su esencia: su solicitud se extiende a todo: así lo comprendemos ahora.
Sin cesar en contacto con nosotros, podemos suplicarle con la certeza de ser oídos; sólo puede querer nuestro bien, y por esto debemos tener confianza en él.
Esto es lo esencial; en cuanto a lo demás esperemos que seamos dignos de comprenderlo, cultivando sin cesar nuestro entendimiento y practicando todas las virtudes.
Allan Kardec
La Génesis, milagros y predicciones según el Espiritismo, Caracteres de la Revelación Espiritista, Capítulo I, ítem 13 y Capítulo II, ítems 20-30.
Bibliografía
Kardec, A., La Génesis, milagros y predicciones según el Espiritismo
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